viernes, 22 de junio de 2012

"VETERANOS ILUSTRES", artículo de JOSÉ LUIS CAMPAL (CON AURORA SÁNCHEZ)


(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)

Siempre conviene, en cualquier momento y situación, volver la vista sobre quienes se han dejado la piel, sin defraudar expectativas, en el oficio de escribir. Son los ilustres veteranos que no cejan de impartirnos lecciones. Me detengo en tres libros de tres de ellos: Miguel Delibes, Francisco Umbral y John Steinbeck.
'VIEJAS HISTORIAS DE CASTILLA LA VIEJA', de Miguel Delibes 


Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) es un Delibes en estado puro, con sus laísmos y todo, fiel a su pasión por los dones de la naturaleza, por la defensa de las tradiciones y de su envés supersticioso, por el amor hacia los aspectos benéficos de la caza y por el valor del sentimiento de pertenencia al medio, así como el firme deseo de que éste se conserve inmutable. El narrador nato teje, a pie de loma, un rico mosaico antropológico que se degusta en cada línea, maravillándonos con el dominio que desparrama al ir fortaleciéndolo en su imperecedero cauce literario.



'CAPITAL DEL DOLOR', de Francisco Umbral 
El punto de partida de la novela de Umbral Capital del dolor (1996) es muy apetecible para quienes se decantan por obras enmarcadas en nuestra guerra civil. Pensando, tal vez, en legar su testimonio sobre cómo se fraguó el fascismo agrario castellano y, de paso, homenajear a su ciudad adoptiva, Umbral intenta congelar ese dramático pedazo de candente historia recomponiendo, hasta donde se lo permite la memoria, el clima enfebrecido que colapsó el entendimiento de sus iguales y los condujo a una macabra danza del exterminio. Para hacerlo, y ahí está uno de los handicaps del proyecto, se apoya en un personaje –en el que se adivina al propio escritor– involucrado pero crítico y renuente a dejarse arrastrar por la corriente. Lamentablemente, el tono decae a cada revuelta del camino y la explosión imaginística y metafórica característica en este cronista de la contemporaneidad, tan familiarizado con el entorno y devenir vallisoletano del siglo XX, se tuerce y esquilma por las reiteraciones, los recuerdos fragmentarios, una obsesionada egolatría que se detecta en la voz narradora y por la ausencia de una línea directriz eminentemente novelesca.


'EL ÓMNIBUS PERDIDO', de John Steinbeck 
Los grandes, al margen de las teclas que toquen, mantienen bien alto el estandarte de su sello personal. Lo compruebo en una vieja edición de El ómnibus perdido (1961), donde el Nobel John Steinbeck encierra a una serie de personajes, a cual más nutrido de taras y complejos, en una cafetería y un autobús averiado y se mueve como pez en el agua a la hora de desarrollar, en paralelo, las historias de unas vidas marcadas por el fracaso y la frustración. Vibrante prosa, sobriedad expresiva, pulso sostenido en la organización de los ángulos de interés –que son bastantes y no exentos de aristas–, carne de primera en su punto de cocción y fidelidad a los pliegues psicológicos campan por unas páginas rebosantes de verdad narrativa, concebidas hace medio siglo. La novela, ayer como hoy, es básicamente tener algo que contar y no pasarse de listo contándolo. Steinbeck, peso pesado, lo sabía y cumplía a rajatabla con las premisas inalienables de un género que siempre ha funcionado más o menos igual, por mucho que ahora se hable de la muerte de la novela, una perogrullada más lanzada por quienes no son capaces de enhebrar con tiento dos frases seguidas.

1 comentario:

  1. Excelente. Es verdad que de esos tres grandes la mayoría (mea culpa también) sólo hemos leído lo de siempre: "La hoja roja" y algún otro, "Mortal y rosa" y algún otro, y "Las uvas de la ira" y uno más. Gracias, J.L. siempre dando en la diana.

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