(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
Siempre conviene, en cualquier
momento y situación, volver la vista sobre quienes se han dejado la piel, sin
defraudar expectativas, en el oficio de escribir. Son los ilustres veteranos
que no cejan de impartirnos lecciones. Me detengo en tres libros de tres de
ellos: Miguel
Delibes, Francisco Umbral y John Steinbeck.
'VIEJAS HISTORIAS DE CASTILLA LA VIEJA', de Miguel Delibes |
Viejas historias de
Castilla la Vieja (1964) es un Delibes en
estado puro, con sus laísmos y todo, fiel a su pasión por los dones de la
naturaleza, por la defensa de las tradiciones y de su envés supersticioso, por
el amor hacia los aspectos benéficos de la caza y por el valor del sentimiento
de pertenencia al medio, así como el firme deseo de que éste se conserve
inmutable. El narrador nato teje, a pie de loma, un rico mosaico antropológico
que se degusta en cada línea, maravillándonos con el dominio que desparrama al
ir fortaleciéndolo en su imperecedero cauce literario.
'CAPITAL DEL DOLOR', de Francisco Umbral |
El punto de partida de la novela
de Umbral
Capital del dolor (1996) es muy apetecible
para quienes se decantan por obras enmarcadas en nuestra guerra civil.
Pensando, tal vez, en legar su testimonio sobre cómo se fraguó el fascismo
agrario castellano y, de paso, homenajear a su ciudad adoptiva, Umbral
intenta congelar ese dramático pedazo de candente historia recomponiendo, hasta
donde se lo permite la memoria, el clima enfebrecido que colapsó el
entendimiento de sus iguales y los condujo a una macabra danza del exterminio.
Para hacerlo, y ahí está uno de los handicaps del proyecto, se apoya en un
personaje –en el que se adivina al propio escritor– involucrado pero crítico y
renuente a dejarse arrastrar por la corriente. Lamentablemente, el tono decae a
cada revuelta del camino y la explosión imaginística y metafórica
característica en este cronista de la contemporaneidad, tan familiarizado con
el entorno y devenir vallisoletano del siglo XX, se tuerce y esquilma por las
reiteraciones, los recuerdos fragmentarios, una obsesionada egolatría que se
detecta en la voz narradora y por la ausencia de una línea directriz eminentemente
novelesca.
'EL ÓMNIBUS PERDIDO', de John Steinbeck |
Los grandes, al margen de las
teclas que toquen, mantienen bien alto el estandarte de su sello personal. Lo
compruebo en una vieja edición de El ómnibus perdido (1961), donde el Nobel John Steinbeck encierra
a una serie de personajes, a cual más nutrido de taras y complejos, en una
cafetería y un autobús averiado y se mueve como pez en el agua a la hora de
desarrollar, en paralelo, las historias de unas vidas marcadas por el fracaso y
la frustración. Vibrante prosa, sobriedad expresiva, pulso sostenido en la
organización de los ángulos de interés –que son bastantes y no exentos de
aristas–, carne de primera en su punto de cocción y fidelidad a los pliegues
psicológicos campan por unas páginas rebosantes de verdad narrativa, concebidas
hace medio siglo. La novela, ayer como hoy, es básicamente tener algo que
contar y no pasarse de listo contándolo. Steinbeck, peso pesado, lo sabía y cumplía a
rajatabla con las premisas inalienables de un género que siempre ha funcionado
más o menos igual, por mucho que ahora se hable de la muerte de la novela, una
perogrullada más lanzada por quienes no son capaces de enhebrar con tiento dos
frases seguidas.
Excelente. Es verdad que de esos tres grandes la mayoría (mea culpa también) sólo hemos leído lo de siempre: "La hoja roja" y algún otro, "Mortal y rosa" y algún otro, y "Las uvas de la ira" y uno más. Gracias, J.L. siempre dando en la diana.
ResponderEliminar