martes, 26 de marzo de 2024

RECORDANDO LOS VIVOS AL MUERTO, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en la Voz de Ortigueira el 23 de febrero de 2024)

                                             Sigue lo de don Camilo J. Cela

                                                           (3ª Parte)

            Como suele acontecer, los vivos hicieron con el muerto, Camilo José Cela, lo de siempre: hundido éste bajo tierra, con los ojos cerrados, y encerrado en pesadas maderas, no de boj. El hijo protestó por lo de la herencia, llevando a la jueza escrituras y testamentos, para que dijera que estaban mal hechos; con falsedades por ser fechoría de madrastra y muy “litri” el firmante. La madrastra, queriendo ser fina, como las Finitas de Santa Marta y alrededores (¡Cuánto me gustan las Finitas!), resultó lo contrario, como una de esas “animadoras culturales”, asistentas en residencias de la Tercera Edad, subvencionadas por la Xunta o por el “gobernín” del Principado de Asturias. La  madrastra del hijo dejó de ser tal, pues, olvidándose del muerto, se volvió a casar, pasando así a ser madrastra de otros. 




Los periodistas y demás hombres y mujeres de pluma, antes muy amigos, pusieron a parir al muerto nada más ser enterrado, diciendo que fue escritor con muchos negros, para mí increíble, y que uno de ellos se llamaba Marcial Suárez, el de Allariz, y padre de Santiago, el primer profesor de Griego del Instituto de Ortigueira, a finales de los setenta, del siglo XX. Sólo una mujer, Carmen Rigalt, entre lloros, muy compungida, en la última página de su periódico, a la izquierda, escribió el 20 de enero de 2002 lo siguiente, tan lírico: “Lloran despacio los castaños y el cielo entona un réquiem sobre piedras mojadas de Íria Flavia. El entierro del Nobel fue una acuarela en lágrimas”. 




Unos dijeron que fue de la Derecha dura, al igual que Martín Villa, habiendo sido muy amigo de Aznar, visto muy apenado por la desaparición del amigo, siendo chocante tanta intimidad y alianza, pues Cela siempre fue de aumentativos y Aznar, según Umbral, fue de diminutivos, con ese extraño labio tapado por el cortinaje hecho bigote, que es lo único grande. En el Cementerio cercano a Padrón estaban ministras y ministros destacados, como Pilarín (del Castillo), Lucas (el de Pucela), Trillo (el de lo de Perejil), y Rajoy (el de las tapaderas, esta vez con gabardina). La izquierda ya se pronunció en Alcalá de Henares en 1966 (entrega del premio “Cervantes”) por boca de la ministra de Cultura, Carmen Alborch, que en paz esté, y que con el típico optimismo antropológico de los de ese lado, de la izquierda, dijo: “Cela es una parte consustancial de nuestra naturaleza”. 




Me quedo con lo escrito en la página 82 del libro de 2023, titulado Camilo José Cela, el taller de escritor: “Su realidad es la perspectiva de un gallego, con propensión ensoñadora, lírica y sentimental”. Y se añade el recuerdo a otros escritores gallegos, Julio Camba, Fernández Flórez y por supuesto Valle-Inclán, verdaderos antecedentes del peculiar sentido del humor del autor de La familia de Pascual Duarte.




Como afortunadamente no soy crítico literario, pues soy mucho más, la pretensión de mis artículos anteriores, del presente y de los siguientes, está en dejar constancia, en este tiempo de luto y olvido, del recuerdo a uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. Reclamo su resurrección inmediata, y que sea más parlante que la del mudo Lázaro, el del Evangelio, que nada contó habiendo estado en el más allá. Al menos eso dicen.




Y escribiendo del escritor de Padrón, he de manifestar mi deseo de emPADRONarme en Santa Marta, para así poder votar a los de Primeiro Ortigueiragustándome mucho lo leído en La Voz de Ortigueira, de Ana Franco Martínez, lo de “La Trágala”, y de Pablo Breijo Caruncho, lo de “El deshielo”. Y lo de Moriyón con “su” medio es de mucha tela y pela. Así me gusta: hay que reivindicar y reivindicar. Los del PP, en cambio, me parecen botarates, si bien me apresuro a indicar que “botarates” son todos, incluso, acaso, los de Primeiro Ortigueira y Moriyón,pues todos buscan el voto, aunque “botarate” se escriba con be y voto con uve.  




Habrá que hacer lo que los sastres: tomar medidas, muchas, con centímetros amarillos y alfileres, debiendo tener extremo cuidado con las mujeres armadas con tijeras. Éstas suelen empezar cortando los viriles cabellos, como Dalila a Sansón; siguen con del afán de cortar lenguas; y terminan, si se las deja, cortando lo demás abajo, de número par, lo masculino y entrepiernas. Todo es un peligro para todos, en especial para los que no quieren, no queremos, quedar capones.

O sea, que me gusta Ana Franco, pero sin tijeras.  

Continuará.   

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martes, 19 de marzo de 2024

ENTERRADO JUNTO AL OLIVO. Artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en La Voz de Ortigueira 2 de febrero 2024)

                                            (2ª Parte)


            Me escribe una dama de posibles, la cual dice vivir cerca del Cantón de la Villa Condal de Santa Marta, que es Villa acantonada y no acartonada. Me dice la dama que siempre tuvo confuso lo de Padrón y lo de Íria Flavia, como lugares del natalicio de Camilo J. Cela, el marqués. Y la digo que lo mejor es dejar a C.J.C que lo explique él mismo. 



En el libro ya indicado en el artículo anterior, A vueltas con España, editado por Seminarios y Ediciones en 1973, prologado por el soriano Dionisio Ridruejo, al final, bajo la forma de “Anteproyecto de preguntorio y sus respuestas, el acreditado procedimiento del Padre Astete”, a la pregunta ¿Dónde nació usted? responde: “En Iria Flavia. Un conocido pedagogo de derechas de toda la vida, sexagenario y célibe, se permite dudar de que mi pueblo exista sobre la geografía, y digo que Padrón ni es Íria Flavia ni está en la provincia de Pontevedra”. El prologuista castellano vio al entonces joven Cela así: “Flaco, huesudo, alto, y su curva frontal salía tanto que le hacía sombríos los ojos”.

 


En otro libro, éste mas reciente, Balada del vagabundo sin suerte y otros apuntes de viaje, de Ediciones 98 (2023), sobre Íria Flavia, escribe Cela: “Un poco más al Norte, Finis Terrae. No es cierto que haya nada más allá. Íria Flavia es el último nombre latino de Occidente”. Y más adelante continúa:



”Santa María la Mayor de Íria Flavia, enlosada de epitafios, espantada en sus hieráticos santos románicos y rodeada de un cementerio –el tierno cementerio de Adina- de Rosalía donde los muertos se cubren de dulce tierra, la madreselva olorosa y enamorada se cuelga por los muros, y el olivo es el árbol funerario, alza su arquitectura al borde mismo del camino real”.

 

         Rosalía cantó: ¡O simiterio d´Adina

                                 N´hai duda qu´é encantador

                                 C´os seus olivos escurpos

                                 Mais vellos c´os meus abós!  

 

Y Cela, del olivo, descansando para la eternidad al otro lado de Santa María la Mayor de Íria Flavia, al lado de un olivo desde enero de 2002, ya en 1945, escribió: “El olivo es el árbol mortuorio de los señores: ancestral, ventrudo y sin olivas”.

 


         Camilo J. Cela, el marqués, escribió en muchos periódicos, hasta en el ABC, y en ese periódico el 17 de abril de 1981, en su sección “El juego de los tres madroños”, bajo el título La derrota del fuerte, escribió: “Es difícil saber retirarse a tiempo, pero es aún más difícil atinar con el preciso instante de retirarse de la vida” (en la otra cara del papel periódico, hay un artículo de Baltasar Porcel, titulado El golpe, después del golpe)

 


         Y la muerte le llegó en enero de 2002, el jueves 17 de enero. De Madrid lo trasladaron al cementerio de antes, en caja de madera y en posición horizontal, no en vertical como los relojes de pared del cura de Ladrido. Allí, en tarde gris, con olores a muerto de inciensos y de flores coronadas, fue enterrado junto al inodoro olivo. El entierro del Nobel fue llamado “una acuarela en lágrimas”.

 


         Poetisas de ocasión recitaron estrofas y versos; las gaitas, como las de Ortigueira, sonaron a lamentos como las de Escocia,  sin que los gaiteros portasen tartanes ni enseñasen piernas. Un experto en herencias, ante lo que se avecinaba, acaso notario, gritó: “Al tiempo que mueren los muertos, reviven muchos vivos que hacen carrera de los muertos”.  

 

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domingo, 10 de marzo de 2024

CELA, EL DE IRIA-FLAVIA. Artículo de ÁNGEL AZNÁREZ publicado en LA VOZ DE ORTIGUEIRA, La Coruña el 12 de enero de 2024

           Camilo José nació en un lugar especial, que impone, en la aldea coruñesa de Iria-Flavia, que fue el inicio de la Historia Compostelana, pues en sus tierras predicó y fue sepultado Santiago El Mayor. En la importancia de Iria Flavia, sea verdad histórica o sea leyenda, para derrotar al poderoso imperio musulmán de Al-Ándalus, estuvieron de acuerdo Sánchez Albornoz y Américo Castro. 

 Confieso mi admiración por las plumas de los siguientes escritores gallegos, con los que tanto disfruté y aprendí. Primero fue Valle-Inclán, fallecido en 1936; luego fue Fernández Flórez, fallecido en 1964; más tarde fueron Álvaro Cunqueiro y Torrente Ballester, fallecidos, respectivamente, en 1981 y 1999; finalmente disfruté y aprendí con Camilo J. Cela, fallecido en 2002. 



Y revelo ahora, como ángel que soy, mi llegada al Condado de Ortigueira, en el lejano año de 1978, para saber si eran de verdad las maravillosas y fabulosas aventuras que contaron aquellos gallegos, naturales de Pontevedra, La Coruña, El Ferrol y Lugo. Doy fe que fueron verdad.  

            Con mucha pena cito a Antonio Jiménez Barca: “Hay una regla escrita que advierte de que todo escritor, por muy célebre que sea, sufre un eclipse pasado un tiempo desde su muerte”. Eso es una verdad lamentable, y por eso, contra eso, me gusta escribir de esos difuntos, como si patalease enfadado y arrojando al suelo las papillas desde la “trona”, la mía. 



            El pasado domingo, el 17 de este mismo mes y año, en el Rastro de Oviedo, adquirí, al precio de un euro, el libro de Camilo J. Cela, titulado El gallego y su cuadrillaeditado por Destino, 3ª edición, diciembre de 1967, con prólogo fundamental de don Camilo sobre lo carpetovetónico. El 21 siguiente, en mi librería ovetense, compré El taller del escritor (Camilo José Cela), en edición muy reciente a cargo de Cristina Carbonell y otras, interesándome el trabajo de Marisa Sotelo sobre el libro al principio indicado, el del gallego. 



            Los errores cometidos por Cela, sus arrogancias, desmesuras y “el monarquismo” de pelotillero, no me apartaron de su literatura magnífica: novelas, viajes y tipos carpetovetónicos. Recuerdo ahora su campanuda proclamación al recibir el premio “Príncipe de Asturias de las Letras”, en 1987: “Alteza, los españoles estamos orgullosos y celosos de vuestro padre, el Rey, pero tenemos la difusa pero también ciertísima convicción de que sin su providencial presencia entre nosotros no estaríamos celebrando aquí y ahora esta fiesta de concordia y de paz”. Y el Rey, padre o papá, estaba allí. 

            Tres sentencias me interesaron mucho: a): La sentencia dictada en primera instancia, de 11 de enero de 2010, por el Juzgado de 1ª Instancia de Madrid; b) La dictada en apelación por la Audiencia de Madrid, el 31 de mayo de 2012 y c) La sentencia del Tribunal Supremo de 2 de octubre de 2014. Las tres sobre el conflicto por la herencia de don Camilo, entre su segunda esposa, Marina, y su hijo único, Cela Conde, del primer matrimonio contraído con Rosario Conde. La victoria judicial del hijo fue de apabullar.



Esas sentencias las tuve que estudiar con detenimiento, pues afectaban a un tema básico de Derecho civil: la protección de la llamada “legítima” de los hijos, frente a lo demás y a los demás, cónyuge incluida. Y cada vez que veo y ojeo entrevistas a Cela, en papel o en vídeos, tan dominante y arrogante, pienso en lo encogido que estaría, al saber que su testamento y que muchas de las últimas escrituras por él otorgadas, fueron anuladas por fraude a los derechos legitimarios del hijo. 



No se pudo imaginar Cela que, ya muerto, iba a protagonizar un típico enredo novelístico como del romántico siglo XIX. ¡Qué mal quedó! Pensando en don Camilo, recordé con pena, lo que escribió uno de mis cretenses favoritos, Nikos Kazantzakis: “Era un pavo real y tenía abiertas permanentemente sus llamativas plumas, pero si se le desplumaba se encontraría una vulgar gallina”.  

Continuará.

                                Fotos del autor de Santa Marta de Ortigueira