viernes, 26 de septiembre de 2014

"LA DAMA DE ROJO", artículo de VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA publicado en el diario "L A NUEVA ESPAÑA"


            El otro día estaba oyendo la radio y de repente sonó “The Lady in red” de Chris de Burgh, es una de mis canciones favoritas desde la primera vez que la escuché, me emociona,  me pone el corazón a cien mil latidos. Me veo a mi misma, hermosa,  vestida de rojo,  sin ojos más que para él. Se dijo que la canción estaba dedicada a la Princesa Diana porque utilizaba el color rojo en su vestuario muy  a menudo y ella misma lo creyó y le dio las gracias, él contaría más tarde que le había inspirado su esposa Diane.
           
Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos (foto  realizada Delia Sánchez)
Con la canción sonando en mi cabeza, decidí vestirme de rojo ese día y así lo hice, de rojo de los pies a la cabeza, zapatos rojos, bolso, pendientes, collar, pulsera, vestido rojo, vamos que yo creo que brillaba en la oscuridad.
            Salí de casa con la moral tocando el cielo, sintiéndome segura de mi  misma, flamígera, bella. Mientras paseaba por la calle Corrida, vi una tienda de modas muy elegante, dedicada a mujeres de tallas pequeñitas, pero al final del escaparate había un blusón precioso que creí podría servirme. Entro pisando fuerte, frente a mí una dependienta huesito, muy bien vestida, peinada, de mirada desdeñosa. No me deja terminar la frase-no hay nada de su talla-, grazna, intento explicar que es el blusón el que me interesa, pero ella insiste que no hay nada  para mí. Salgo de la tienda con la moral casi por los suelos, estoy a punto de correr a casa y vestirme de negro, pero lo pienso mejor y decido darme otra oportunidad.
          
Virginia Álvarez-Buylla en el Ateneo Jovellanos (foto  realizada Delia Sánchez)
  Me encuentro con un grupo de jovencitos, están discutiendo, uno guapito, rodeado de niñas, insulta a otro gordito, blandito al que llama maricón, el susodicho contesta enfurecido, insultando al personal. Yo me pongo rabiosa y sin pensarlo me meto en medio, siempre lo hago y ya me han dicho que un día me van a dar una paliza pero hasta ahora he resistido. Quedan tan asombrados que se paran y me escuchan. Les explico que es horrible insultar a un amigo, que se pasa mejor llevándose bien, que maricón es una palabra inadmisible, que todo el mundo puede ser como sea heterosexual, homosexual o bisexual y que hay que dejar a la gente vivir su vida, llegado este punto se marchan corriendo dirigidos por el guapito y una niña que quedó atrás, me dice –es que es verdad es maricón. Bueno no sé si la cosa fue positiva o no, pero al menos no me insultaron y me escucharon un momentito.
            Sigo mi camino algo más animada y al pasar por la confitería “La Playa”, intento no mirar las princesitas porque si las miro entro y las acabo, miro mi reflejo en rojo y me gusta, por el rabillo del ojo veo los pasteles, los bombones, todo tan buenísimo, y me voy sin comer nada, un triunfo. Y entonces me acuerdo una anécdota que le ocurrió a mi suegra en ese mismo lugar. Ella estaba tomando un café en casa de una amiga que vivía allí en el tercer piso. Ese día llevaba una chaqueta roja con un pañuelo también rojo, me acuerdo porque no solía vestir de rojo. Estaban charlando, tan felices y oyeron un gran estruendo, se asomaron a la ventana y era una manifestación  con tambores, flautas, banderas rojas y gritos de protesta. A mi suegra, Rosa, no le gustaba la política, al final de la guerra asesinaron a su hermano los rojos en la playa de la Franca  y su marido fue perseguido por los nacionales.
            Pero las manifestaciones no le gustaban, así, que gritó “Que os lo arregle Felipe”, los manifestaron creyeron que decía “Viva Felipe” y se pararon, dándole vítores y aplaudiéndola sin parar, debieron creer que era la nueva Pasionaria, una señora bajita, delgadita, vestida de rojo, le pidieron que bajara pero ella afortunadamente no lo hizo porque no sé que se hubiera armado.
            Paseé otro poco y volví a pasar por la tienda distinguida, me armé de valor y entré, la huesitos seguía parada en el mismo sitio con la misma mirada desdeñosa. Entré intentando parecer altiva y arrogante y le dije que nunca hubiera ´llevado aquel blusón ni aunque me lo regalasen y mi consejo para ella era que comiera dos platos de sopa y un pastel porque parecía un cadáver. Salí pisando fuerte y contenta conmigo misma, creo que el rojo estaba funcionando.

            Me fui a coger mi coche y casi me muero de risa cuando veo el papel que me habían dejado en el parabrisas, “compro oro”, mi coche es un matiz que tiene mil años y está lleno de abolladuras, con silla de niño y todo. ¿Alguien puede creer que yo tenga algo de oro para vender?  .

lunes, 8 de septiembre de 2014

"EL LIBRO DE UN TORERO", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO ("La Nueva España, 8/9/2014)

                                      
Estoy jodido, completamente jodido, y perdona lo impuro de este participio pasivo en gracia a su poder gráfico.
Oviedo está sumido en una apacibilidad de sepulcro que es una delicia. Aquí no pasa nada.
            Don Ramón Pérez de Ayala (en 1905).


Don Ramón Pérez de Ayala, don Sebastián Miranda y don Julián Cañedo Longoria fueron ovetenses, muy amigos y estudiosos de Leyes, aquí, en la Universidad del inquisidor Valdés. Los tres fueron dandis, unos arbiter elegantiarum, del estilo de un Wilde o de un Beaudelaire, con mucho señorío, bastante de bohemia y golfería, sólo la necesaria. Don Ramón, don Sebastián y don Julián no fueron pisaverdes ni  lechuguinos ni gilis ni lilas ni lindos ni tarugos ni neo-nobles, con amores arrebatados por la Tauromaquia torera, la de la danza y el movimiento entre los “cuernazos” de la acémila; ese es el peligro del torerismo.
Y eso nada tiene que ver con la otra Tauromaquia (también con mayúscula), la de permanecer quieto, ser estatua, no hacer nada ni siquiera moverse, y de esa imperturbable manera, como don Tancredo López, albañil, aguantar las  tarascadas de la bestia cornúpeta; ese es el peligro del tancredismo. Torerismo y tancredismo, que trascienden lo taurino y con importantes significaciones. Pudiera ser que el quid de la vida –uno de ellos, importante- esté en saber cuándo hay que ser torero, cuándo Tancredo, y cuándo, acaso, ser los dos a la vez. Muchas veces me pregunto qué soy, si torero o tancredo; y usted, lector mío, ¿se lo preguntó alguna vez? ¡Quién será preferible, un político torero o un político tancredo?
Don Ramón, don Sebastián y don Julián, payos, paillos o busnés, fueron embrujados por la buenaventura y el fario de los “calós”, los gitanos y la gitanería. Su torerismo, más que el clásico, fue el de los gitanos como Cagancho, “El Gallo”, “Gitanillo” y el “Pasmo de Triana” (Belmonte) –este último no fue gitano, aunque estuvo muy cerca de serlo-. Don Ramón Pérez de Ayala llegó a escribir dos pequeños ensayos: “Los Gitanos” y “Prácticas de los gitanos”, en los que recuerda que, para la Inquisición española, los gitanos eran “gente barata y despreciable”  (éste, don Ramón, siempre fue anticlerical y republicano).
Don Sebastián Miranda fue siempre un lambión y, entre dulce y dolce far niente, esculpió gitanas, sólo gitanas. Y don Julián, que fue aristócrata de cepa, más o menos pura, llevó el arte a su vida, casándose con una sultana, una cuchichi gitana, una ninfa de lindas trenzas, cual diosa de Homero ¡Cuál poeta o teólogo, loco y sandío, escribió que las ninfas, como los angelitos, sólo son rubias! Don Julián hasta escribió un libro taurino, que es un tomo con lomos de azul intenso, placenteros y “gozosos” al tocamiento, estando los bordes de las hojas bañados en oro, todo lo cual recuerda a los misales de antes, los mismos que mi amigo don Jesús Peláez, caballero cervantino como del siglo XVI e ilustrado jovellanista como del siglo XVIII, compra en el Rastro dominical a precio barato. Mi amigo es coleccionista de misales y yo de dramas litúrgicos del siglo XVII.
El libro de un dandi tiene que ser original y no convencional, y ello de cabo a rabo, rabo de toro o de cochino. Sólo un dandi puede titular su libro así: ”… De toros”, que es de ingeniosidad gramatical, pues colocar los puntos suspensivos delante y no detrás, no sabiendo lo que suspenden, es la pera y la repera juntas. También sólo un dandi puede comenzar el libro así: “Voy a permitirme una divagación sobre motivos taurinos”, y ello porque los dandis sólo pueden vagar, han de ser vagos, vagarosos, vagabundos y vaporosos, vagando siempre por fuera (extravagantes). El afán por lo concreto, por el grano y el meollo, es cosa de snobs y de trincones; por eso don Julián divaga y divaga, desde el principio al fin, en asunto tan serio como es el taurino, que es de vida y muerte.  
El “delantal” del libro –tal como llamó don Francisco de Quevedo a los prólogos o prologuillos- lo puso don Valentín Andrés Álvarez, economista, astrónomo y poeta, que resume muy bien: “Este libro de Julián Cañedo es una larga lamentación, una elegía a la fiesta en trance de desaparecer, en su autenticidad al menos…”. Y don Julián, en un arranque de barbaridad, bruto y alborotado, desabrochándose, se lamenta a gritos: “ Entregamos la fiesta a la menopáusica sensibilidad de unas cuantas forzosas vírgenes de pelo panocha, que militan en la sociedad protectora de animales” (página 105). 
¡Hombre, señor conde don Julián, pasose de extravagancia, enloqueció! Las venerandas de las “Peñas Taurinas” de Gijón no se lo perdonarán por lo importante que es lo femenino en el toreo, en el de plaza o el de salón. Que, en la lucha entre el toro y el torero, resulta que el toro es el macho y el torero la hembra, la que lancea con capotes, hace quites y faenas, menea la franela o gamuza, gusta de los cascabeles, precisa de mozo de espadas, de peones y subalternos, lleva moño y los únicos “machos”, oficialmente reconocidos al torero, son unos cordones de atar, rematados en borlas, que cuelgan de la parte baja de la taleguilla. Y el pobre toro es al que engañan, todo es un engaño, y ello nada más que ve la luz, al salir de la tenebrosidad de los chiqueros.
No es casual que los nombres de los toros sean muy machos y el de los toreros, muchas veces, ambiguos: “Lagartijo”, “Gallito”, “El Salchicha”,”Talle de avispa” y muchos “Conejitos”, incluso hubo hasta un “Conejito Chico”, que toreó en Oviedo, y se llamó Rafael de Dios. Que un banderillero se apodara “El Pito”, fue algo excepcional.
Y en el libro de don Julián hay poesía, mucha poesía. Es poético lo del león y el tigre, que son “flechas vigilantes que disparan el dardo de sus poderosas garras y mandíbulas sobre la desprevenida víctima”; y lo de la araña es sublime:”Arquitecto sutil, atento y terrible, que se aureola de perfidia para devorar a su víctima…” (de arácnidos debía saber mucho don Julián Cañedo, pues el palacio del Marqués de la Rodriga, el de la calle Campomanes, estaba lleno de ellos, así como de gallos y de fantasmas). Frente a esas fieras, el toro resulta “que es fiero, pero que no es una fiera, y que hace el son al que el lidiador se ha de doblegar”.
A partir del capítulo IV, el escritor torista sigue divagando acerca de las tres partes o tercios de la lidia, las llamadas suertes: la de varas, la de banderillas y la muerte o la “suprema”. Y por lo de las suertes, recuerdo ahora a otro que también colocó al mundo en su montera, el gran escrito José Bergamín, autor de “Mangas y capirotes”, que escribió: “El arte de birlibirloque de torear, como todo arte verdadero, tiene su verdad y su mentira, su trampa. Las verdades del arte de torear se llaman suertes y en toda suerte hay la burla  verdadera de un peligro”. Don José, castellano barroco y más español que Góngora y Calderón, llevó su extravagancia hasta la sepultura, pues fue enterrado en Fuenterrabía una mañana de septiembre de 1983, arropado su féretro en la ikurriña y acompañado de independentistas vascos (su fallecimiento ocurrió dos años y siete meses después, en fecha trascendente, de haber cenado con él en casa del escritor don Marcial Suárez.
Mis hermanos adoptivos de Gijón, por eso más queridos, me recuerdan, reiterativos, los nombres de ilustres toreros gijoneses. Les repito que me da igual; que si el ovetense don Julián sólo hubiese sido torero, ni caso le hubiese hecho, ya que de toros, de toros, apenas escribo.    
FOTOS DEL AUTOR




























































































                                               EL LIBRO DE UN TORERO


Estoy jodido, completamente jodido, y perdona lo impuro de este participio pasivo en gracia a su poder gráfico.
Oviedo está sumido en una apacibilidad de sepulcro que es una delicia. Aquí no pasa nada.
            Don Ramón Pérez de Ayala (en 1905).


Don Ramón Pérez de Ayala, don Sebastián Miranda y don Julián Cañedo Longoria fueron ovetenses, muy amigos y estudiosos de Leyes, aquí, en la Universidad del inquisidor Valdés. Los tres fueron dandis, unos arbiter elegantiarum, del estilo de un Wilde o de un Beaudelaire, con mucho señorío, bastante de bohemia y golfería, sólo la necesaria. Don Ramón, don Sebastián y don Julián no fueron pisaverdes ni  lechuguinos ni gilis ni lilas ni lindos ni tarugos ni neo-nobles, con amores arrebatados por la Tauromaquia torera, la de la danza y el movimiento entre los “cuernazos” de la acémila; ese es el peligro del torerismo.
Y eso nada tiene que ver con la otra Tauromaquia (también con mayúscula), la de permanecer quieto, ser estatua, no hacer nada ni siquiera moverse, y de esa imperturbable manera, como don Tancredo López, albañil, aguantar las  tarascadas de la bestia cornúpeta; ese es el peligro del tancredismo. Torerismo y tancredismo, que trascienden lo taurino y con importantes significaciones. Pudiera ser que el quid de la vida –uno de ellos, importante- esté en saber cuándo hay que ser torero, cuándo Tancredo, y cuándo, acaso, ser los dos a la vez. Muchas veces me pregunto qué soy, si torero o tancredo; y usted, lector mío, ¿se lo preguntó alguna vez? ¡Quién será preferible, un político torero o un político tancredo?
Don Ramón, don Sebastián y don Julián, payos, paillos o busnés, fueron embrujados por la buenaventura y el fario de los “calós”, los gitanos y la gitanería. Su torerismo, más que el clásico, fue el de los gitanos como Cagancho, “El Gallo”, “Gitanillo” y el “Pasmo de Triana” (Belmonte) –este último no fue gitano, aunque estuvo muy cerca de serlo-. Don Ramón Pérez de Ayala llegó a escribir dos pequeños ensayos: “Los Gitanos” y “Prácticas de los gitanos”, en los que recuerda que, para la Inquisición española, los gitanos eran “gente barata y despreciable”  (éste, don Ramón, siempre fue anticlerical y republicano).
Don Sebastián Miranda fue siempre un lambión y, entre dulce y dolce far niente, esculpió gitanas, sólo gitanas. Y don Julián, que fue aristócrata de cepa, más o menos pura, llevó el arte a su vida, casándose con una sultana, una cuchichi gitana, una ninfa de lindas trenzas, cual diosa de Homero ¡Cuál poeta o teólogo, loco y sandío, escribió que las ninfas, como los angelitos, sólo son rubias! Don Julián hasta escribió un libro taurino, que es un tomo con lomos de azul intenso, placenteros y “gozosos” al tocamiento, estando los bordes de las hojas bañados en oro, todo lo cual recuerda a los misales de antes, los mismos que mi amigo don Jesús Peláez, caballero cervantino como del siglo XVI e ilustrado jovellanista como del siglo XVIII, compra en el Rastro dominical a precio barato. Mi amigo es coleccionista de misales y yo de dramas litúrgicos del siglo XVII.
El libro de un dandi tiene que ser original y no convencional, y ello de cabo a rabo, rabo de toro o de cochino. Sólo un dandi puede titular su libro así: ”… De toros”, que es de ingeniosidad gramatical, pues colocar los puntos suspensivos delante y no detrás, no sabiendo lo que suspenden, es la pera y la repera juntas. También sólo un dandi puede comenzar el libro así: “Voy a permitirme una divagación sobre motivos taurinos”, y ello porque los dandis sólo pueden vagar, han de ser vagos, vagarosos, vagabundos y vaporosos, vagando siempre por fuera (extravagantes). El afán por lo concreto, por el grano y el meollo, es cosa de snobs y de trincones; por eso don Julián divaga y divaga, desde el principio al fin, en asunto tan serio como es el taurino, que es de vida y muerte.  
El “delantal” del libro –tal como llamó don Francisco de Quevedo a los prólogos o prologuillos- lo puso don Valentín Andrés Álvarez, economista, astrónomo y poeta, que resume muy bien: “Este libro de Julián Cañedo es una larga lamentación, una elegía a la fiesta en trance de desaparecer, en su autenticidad al menos…”. Y don Julián, en un arranque de barbaridad, bruto y alborotado, desabrochándose, se lamenta a gritos: “ Entregamos la fiesta a la menopáusica sensibilidad de unas cuantas forzosas vírgenes de pelo panocha, que militan en la sociedad protectora de animales” (página 105). 
¡Hombre, señor conde don Julián, pasose de extravagancia, enloqueció! Las venerandas de las “Peñas Taurinas” de Gijón no se lo perdonarán por lo importante que es lo femenino en el toreo, en el de plaza o el de salón. Que, en la lucha entre el toro y el torero, resulta que el toro es el macho y el torero la hembra, la que lancea con capotes, hace quites y faenas, menea la franela o gamuza, gusta de los cascabeles, precisa de mozo de espadas, de peones y subalternos, lleva moño y los únicos “machos”, oficialmente reconocidos al torero, son unos cordones de atar, rematados en borlas, que cuelgan de la parte baja de la taleguilla. Y el pobre toro es al que engañan, todo es un engaño, y ello nada más que ve la luz, al salir de la tenebrosidad de los chiqueros.
No es casual que los nombres de los toros sean muy machos y el de los toreros, muchas veces, ambiguos: “Lagartijo”, “Gallito”, “El Salchicha”,”Talle de avispa” y muchos “Conejitos”, incluso hubo hasta un “Conejito Chico”, que toreó en Oviedo, y se llamó Rafael de Dios. Que un banderillero se apodara “El Pito”, fue algo excepcional.
Y en el libro de don Julián hay poesía, mucha poesía. Es poético lo del león y el tigre, que son “flechas vigilantes que disparan el dardo de sus poderosas garras y mandíbulas sobre la desprevenida víctima”; y lo de la araña es sublime:”Arquitecto sutil, atento y terrible, que se aureola de perfidia para devorar a su víctima…” (de arácnidos debía saber mucho don Julián Cañedo, pues el palacio del Marqués de la Rodriga, el de la calle Campomanes, estaba lleno de ellos, así como de gallos y de fantasmas). Frente a esas fieras, el toro resulta “que es fiero, pero que no es una fiera, y que hace el son al que el lidiador se ha de doblegar”.
A partir del capítulo IV, el escritor torista sigue divagando acerca de las tres partes o tercios de la lidia, las llamadas suertes: la de varas, la de banderillas y la muerte o la “suprema”. Y por lo de las suertes, recuerdo ahora a otro que también colocó al mundo en su montera, el gran escrito José Bergamín, autor de “Mangas y capirotes”, que escribió: “El arte de birlibirloque de torear, como todo arte verdadero, tiene su verdad y su mentira, su trampa. Las verdades del arte de torear se llaman suertes y en toda suerte hay la burla  verdadera de un peligro”. Don José, castellano barroco y más español que Góngora y Calderón, llevó su extravagancia hasta la sepultura, pues fue enterrado en Fuenterrabía una mañana de septiembre de 1983, arropado su féretro en la ikurriña y acompañado de independentistas vascos (su fallecimiento ocurrió dos años y siete meses después, en fecha trascendente, de haber cenado con él en casa del escritor don Marcial Suárez.
Mis hermanos adoptivos de Gijón, por eso más queridos, me recuerdan, reiterativos, los nombres de ilustres toreros gijoneses. Les repito que me da igual; que si el ovetense don Julián sólo hubiese sido torero, ni caso le hubiese hecho, ya que de toros, de toros, apenas escribo.    























































































































   


   


              

















   


   



             

viernes, 5 de septiembre de 2014

ENTREVISTA A JOSÉ LUIS CAMPAL EN EL MAGAZINE "LUZ CULTURAL"

Conversando con el Poeta Visual José Luis Campal

A.P.- ¿Cómo definiría la poesía visual, qué destacaría de la misma?
J.L.C.- Cada operador o creador visual tiene/tendrá su propia definición de una modalidad tan antigua y vampírica como la palabra y la elaboración del pensamiento, pero uno prefiere recurrir a estudiosos/as que han fijado con suficiente cautela y rigor sintéticos las múltiples formas de encarar hoy día la poesía visual. Me acojo y suscribo las palabras de la profesora Laura López Fernández, que ha dejado escrito que «la poesía visual constituye un género en sí misma y a la vez es una manifestación que forma parte de la poesía experimental», apuntando luego que «en un poema visual hay que tener en cuenta las relaciones que se establecen entre dos lenguajes como mínimo: el icónico y el verbal, aunque también puede participar en su aspecto visual el lenguaje sonoro, el fonético, el lenguaje matemático, etc. Estos lenguajes se entrecruzan y forman una especie de metalenguaje que opera de manera diferente a la poesía verbal». Me excuso por la largura de la definición, pero entiendo que agrupa, integra y tiene en cuenta casi todas las variantes y variaciones que un espectador/lector hallará en el universo visual. Otro cantar es que sintonice con lo que ve o que valide la escritura visual como pertinente y factible de crear un discurso propio penetrante.
JOS__ LUIS CAMPALSi se me pidieran semillas de mi propio granero diría lo que en otro lugar ya hilvané, y que ahora repito en sus parámetros principales porque no he modificado mi juicio: La poesía visual, en su sintética concreción comunicativa, anula barreras, lima estereotipos, desjerarquiza la falseadora función elitista o minoritaria de la poesía y promueve una inhalación de novedosas vías expresivas que no se han agotado, ni mucho menos, con el viejo siglo XX. En este campo, las aportaciones pueden resultar no sé si reveladoras, pero creo que bastante provechosas para desanquilosar los lenguajes estéticos, ya de por sí mixtos, híbridos y fusionados.
A.P.- ¿Qué influencias ha recibido de las vanguardias y en qué momento esta toma auge o eclosiona?
J.L.C.- Las vanguardias de la primera mitad del siglo XX (Futurismo, Ultraísmo, Dadaísmo, Cubismo, Surrealismo) quebraron de un modo radical los principios de la tradición literaria conocidos hasta entonces. Introdujeron una buena cantidad de alteraciones en el discurso entendido como tal y le incorporaron un sinfín de componentes pertenecientes a otras áreas que eran consideradas hasta ese momento incompatibles con una escritura poética lógica. Abrieron, de ese modo, una espita para dar cabida, de forma imparable, a las experimentaciones y las formulaciones más arriesgadas. Como era previsible, y como casi siempre sucede, estas revoluciones no fueron comprendidas por la sociedad cultural de su tiempo, y todavía hoy a muchas personas ilustradas les cuesta aceptarlas como una evolución natural de las manifestaciones artísticas, porque el arte es algo activo cuya vida está en constante mutación y muda.  
Después de los movimientos de las llamadas “vanguardias históricas”, el concepto de Arte cambió completamente. Este ya no volvería a ser como antes. Se avivó un mestizaje de las disciplinas, que se fundieron en un solo propósito, contaminándose mutuamente sin atender a encasillamientos. Todo repercutiría en el proceso creativo y sus conquistas. Desde ese momento, y hasta nuestros días, en poesía van a convivir las corrientes que se plegaban a lo que se venía haciendo desde siglos atrás (poesía basada en una sintaxis objetiva o subjetiva pero sin romper un orden establecido) con otras que emergieron arrolladoramente en el periodo de entreguerras y que abrevaban en fuentes diversas, vertientes transgresoras que trataban de sacarle partido a las múltiples posibilidades y recursos que los nuevos tiempos ponían a su alcance. Esa poesía que explotó a finales del XIX y principios del XX tuvo su época dorada en los numerosos ismos que poblaron las letras europeas y a los que se fue incorporando infinidad de gentes reunidas bajo diferentes escuelas: Experimentalismo, Visualismo, Concretismo, Espacialismo, Letrismo, Conceptualismo, etc. En realidad, toda esta jungla de nombres y tendencias, muy similares en las intenciones entre sí, apuntaban a una sola dirección: la sustitución de los compartimentos estanco en que se desenvolvía la literatura por una visión menos constreñida de la comunicación, que no se agotaba en una simple lectura y que, por el contrario, hacía de la polisemia su inagotable reserva.
Todas las muestras que han llegado hasta nosotros dan prueba irrefutable de que los orígenes de la poesía visual se remontan prácticamente a los orígenes de la escritura literaria. Que entonces se consideraran juegos de ingenio o artificios difíciles de aprehenderse no les resta un ápice de validez y, con su permanencia a lo largo del tiempo transcurrido, ratifican algo que pienso que no puede discutirse: la poesía visual es tan vieja como las demás artes, y de tales ancestros hay que estar siempre orgullosos y defender su honorabilidad frente a los que tratan de minimizar, cuando no ridiculizar (actitud por desgracia más frecuente) sus credenciales literarias y artísticas.
A.P .- ¿Es España un país fructífero en poesía visual?
'SONETO' (2014)-JLCJ.L.C.- Sin duda. Los autores visuales españoles hacen de la concisión y la potencialidad expresiva un campo de acción donde lo poético viene definido, no por la sujeción a unas reglas que se suponen potestad de la poesía textual, sino por la intuición, la voluntad de transmitir sensaciones poéticas sin necesidad de recurrir a una escritura racional, descriptiva y lineal. Los poetas se han dado cuenta de que tan importante como nombrar o enunciar es buscarle su sitio dentro de la composición a los elementos poéticos y no-poéticos para que provoquen, convenientemente manipulados, las vibraciones que toda obra persigue para traspasar las fronteras que la lengua impone y que en muchas ocasiones simplifican o esterilizan las pretensiones de los autores.
Los artistas experimentales de nuestro país han traído al folio en blanco ingredientes ajenos a la mera ordenación sintáctica de las emociones y de los mensajes, porque en ellos no hallaban cuanto deseaban trasladarles a sus lectores. No pretendían renunciar al discurso, pero no podían usarlo como hasta entonces se había hecho, había que darle un lavado y transformarlo sin abandonarlo. Los creadores visuales con los que comparto espacio y momento histórico quieren que la poesía sea, además de conocimiento, juego y reconcentración, donde encuentren su acomodo significativo las pulsiones sensoriales provocadas por los trazos, collages, acumulación de códigos diversos o una síntesis enriquecedora de elementos aparentemente contradictorios o incompatibles. La suma de todo ello hace más fructificadora hoy día la exploración de las posibilidades de esta “otra escritura”, que no busca matar al padre ni nada semejante.
A.P – ¿Hay Centros de Poesía Experimental, dónde se encuentran?
Claro que los hay, pues paulatinamente la experimentación visual, entre otros logros, ha ido hallando acomodo en la enseñanza universitaria. El más relevante, creo, pues es el único que como tal ejerce de polarizador de las manifestaciones existentes en España, se encuentra en la localidad cordobesa de Peñarroya-Pueblonuevo del Terrible y organiza con criterio clarificador y ajeno a cualquier clase de polémica un encuentro bienal sobre poesía visual que este año alcanzará su quinta edición. Colecciones de poesía visual/experimental de carácter privado las hay, además, en diversas instituciones (el Museo Vostell-Malpartida, el centro de documentación Babilonia), pero resultan infinitamente más sugerentes los fondos que a lo largo de los años han ido atesorando personalidades de referencia obligada en la historia de nuestra poesía visual contemporánea como Fernando Millán, en primer lugar, o Antonio Gómez, Nel Amaro (†) o César Reglero, este último en un área más específicamente especializada en mail-art (arte postal). He de decir que, en mayor o menor medida, cada poeta visual, dependiendo de las capacidades físicas de su lugar de residencia, ha ido, como no podía ser de otra forma, recopilando y custodiando su particular museo portátil de poesía visual, lo que me da pie para proponer –aunque sea un brindis al sol- una reunificación o agrupación de todas esas piezas en un único centro expositivo a nivel nacional, porque la cantidad de producción alternativa nacional e internacional de que disponemos se puede calificar sin temor a exagerar de monumental e incesante, y cada día crece más, y se corre el serio peligro de que pueda perderse o deteriorarse por los avatares de la vida actual en que todos estamos inmersos.

A.P.- ¿Puede citarnos algunas publicaciones y revistas de interés?
'__BANZAI!' (2014)-JLCJ.L.C.- Aun a riesgo de ser excesivamente prolijo, me permito citarle casi medio centenar de publicaciones actuales y pasadas (porque no se puede olvidar la tradición, aunque sea de cincuenta años a esta parte) de todo punto imprescindibles para hacerse una somera idea de lo mucho y bueno generado por esta práctica experimental. En una reciente ponencia, que se publicará en breve, confeccioné un compendio del que resultaron unas 170 publicaciones. De dicha selección indico, saltándome mi propia revista ensamblada como es lógico, las más consolidadas y a mi juicio fundamentales:A.N.C.A. (Valencia); Arco Iris (Mérida); Art/Life (Estados Unidos); Arte Postale! (Italia); ARTchivo (Colmenar Viejo);@RtH*Le (Estados Unidos); BAOBAB (Italia); Bric-a-Brac(Gran Bretaña); Caja de Truenos (Mérida); Cancionero Visual (Vitoria); CAPS.A. (Mataró);Cardmaker/Postkortet (Dinamarca); Coisa com Coisas Circulares (Oporto); Commonpress(Polonia); Copy-Left (Suiza); Edition YE (Alemania); El Costurero de Aracne (Granada); El Mail Tao (Alemania); Field Study (Australia); Geiger (Italia); Grisú (Córdoba); Karta Zine(Polonia); La Más Bella (Madrid); La Wuevera (Mérida); Lalata (Albacete); Laurel (Huelva);Leopold Bloom (Hungría); Magazine Poetry Mondragón (Asturias); Mani Art (Francia); Menú(Cuenca); Obskuritas (Alemania); Piedra Lunar (Toledo); Píntalo de Verde (Mérida); Planet Susannia (Alemania); Réparation de Poésie (Canadá); Señales de Humo (Palencia); SineDie(Asturias); S.T. Libro Objeto (Madrid); Tensetendoned (Estados Unidos); Texto Poético(Valencia); The I.S.C.A. Quarterly (Estados Unidos); UNI/vers(;) (Alemania); Wipe (Australia);1 von 20 (Alemania); 7 Formes (Barcelona), etc.

A.P.- Usted dirige la Revista Ensamblada El Paraíso. ¿Cuál ha sido su recorrido, qué pretende y que anécdotas , gratificaciones y dificultades le ha deparado?
J.L.C.- El Paraíso es una revista ensamblada dedicada a la poesía visual y experimental, así como en menor medida, pero también al mail-art. La fundé en el otoño de 1991 y esta primavera de 2014 ha alcanzado su número 103, dedicado en esta ocasión monográficamente al “Lujo”; ya está lista para ver la luz en el próximo otoño el 104, que consagraremos al tema “Caduco”, con un recipiente especial. La coordiné en solitario en la villa asturiana de Pola de Laviana, donde viví hasta finales de 2005; luego El Paraísotrasladó su taller a Oviedo, donde desarrolló una segunda etapa entre 2006 y 2012. La actual tercera etapa nos ha traído, a mí y a la revista, hasta Córdoba, donde cuento, entre otras personas que me han animado a no bajar la guardia, con la colaboración, en el concepto gráfico remozado de la revista, del diseñador Pedro Peinado. La periodicidad deEl Paraíso, en sus 23 años de existencia, ha variado y probado casi todas las opciones (mensual, bimestral, trimestral, semestral), estableciéndose actualmente en cuatrimestral, a lo que hay que sumar la aparición de un tema estable por número (antes los asuntos sobre los que los autores trabajaban eran de libre elección) y la variabilidad del formato/contenedor. Han participado, a lo largo de su singladura, más de tres centenares de autores. Su tirada está establecida, a día de hoy, en 30 ejemplares y creo que tardaremos en incrementarla (a no ser que la afluencia de participantes nos desborde, que va camino de ello), pues es una autoedición artesanal, donde prácticamente no hay dos ejemplares idénticos y por lo tanto su valor artístico e intrínseco ya es de por sí intenso afectivamente. Los artistas aportan las unidades necesarias para completar cada número y reciben, en contraprestación y sin cargo alguno, un ejemplar de la revista en la que han intervenido de forma tan altruista. Sin ellos no existiría El Paraíso, ese idílico territorio creativo donde las fronteras se han destruido y se eterniza el éxtasis contemplativo.
La “filosofía”, o manual de conducta, de El Paraíso y que ha alentado el proyecto desde su nacimiento es el diálogo interdisciplinar y poliédrico desde un vértice innovador de las técnicas, tendencias y lenguajes visuales, sin exclusión de otras modalidades. Como es fácil comprender, una publicación de esta clase solo aporta satisfacciones. La trayectoria está trufada de anécdotas, ya ni recuerdo la de veces que habré tenido que explicar el concepto de ensamblaje, pero no ha sido inútil ni estériles ni una sola de las incontables fatigas y sacrificios personales económicos que he tenido que hacer para que la revista saliera y llegara vía postal a sus destinatarios, esforzándome por que todos la tuvieran en sus manos en las mejores condiciones y en el menor lapso de tiempo posible.
Echo la vista atrás y se me dibuja, en las costuras del orgullo paterno, una sonrisa de cabo a rabo. Es la “niña de mis ojos” y mientras yo pueda y los artistas sigan dispuestos a emplearla como plataforma donde mostrar su inmenso talento, El Paraíso no tirará la toalla porque carecería de sentido hacerlo, y si para sostenerla hay que ensayar fórmulas de financiación alternativas, las estudiaré siempre y cuando no vulneren este espíritu de desprendimiento mutuo colectivista que le dio origen, pues lo último que se busca es el rédito económico. Además, como la paciencia es un don impagable y siempre hay en todas partes gentes dispuestas a batirse el cobre y reconocer la labor desarrollada, este año se le rinde homenaje  a El Paraíso en la Bienal de Poesía Experimental de Euskadi “ex!poesia2014”; hasta Barakaldo me desplazaré la primera semana de septiembre para mostrar viejos ejemplares de la revista y departir con los asistentes sobre las incógnitas que pudiera plantearles estas iniciativas editoriales al margen del estándar. Nunca he perseguido distinciones por una labor absolutamente desprendida, pero agrada muchísimo recibirlos. Creo que somos la revista ensamblada española más longeva,  por lo que de reconocérsenos algo habría de ser la constancia y, quién sabe, la cabezonería.

A.P.-  También ha llevado a cabo un estudio y recopilación del arte mural callejero que ha denominado “Paleografía civil”, ¿puede comentarlo?
'GAZA' (2014)-JLCJ.L.C.-Por supuesto. Desde hace ya mucho tiempo pienso que el arte no reposa en los museos, catafalcos momificantes que ya denunciaron en su momento los futuristas con sus personales modos, sino que, al igual que les ocurre a tantas manifestaciones de nuestros días, se pasea por las calles y en ellas plasma sus inventivas e invectivas. El grafiti es un pozo sin fondo que se desparrama a válvula abierta por todas las ciudades y pueblos donde haya una superficie dispuesta a acogerlos. Cuando llegué a Córdoba me alegré de poder continuar aquí con mi afición recopilatoria, y más al percatarme de que, incomprensiblemente, las autoridades locales, de pascuas a ramos, borraban pintadas cuando se aproximaba alguna festividad de cariz procesional o si recalaban por la ciudad personalidades en visita oficial. Esta aberración (porque eliminar muestras artísticas  de incalculable aprecio confundiéndolas con prácticas de gamberrismo es de una ceguera superior a la de Mr. Magoo o el Rompetechos de nuestro imponente Ibáñez) me animó a seguir, si cabe con más empeño, “salvando” mediante la captación fotográfica, las inscripciones de la sociedad civil, que constituyen, y de ahí el título de la serie: “Paleografía civil”, un testimonio vivo y palpitante de esa disidencia artística que ha hecho de su entorno cotidiano el inmenso museo sin puertas, comisarios ni mercaderes culturales que proscriban o certifiquen calidades. Inscripciones cívicas de los ciudadanos transformados en creadores, porque esta condición no se otorga en diplomas, se ejecuta sin intermediarios y anónimamente. Personalmente no comprendo como un grafiti puede firmarse, ya que se introduce en el ámbito del copyright y eso me parece un contrasentido de prácticas libérrimas y anticorporativas como las que llenan nuestras tapias y muros urbanos.
A.P.- Nos gustaría conocer su opinión sobre la cultura oficial, sus errores recurrentes y las alternativas que surgen a la misma. ¿Es marginadora y excluyente, cree que desoyen a las voces creativas disidentes, o algunas veces integran, tal vez por propia conveniencia?
J.L.C.- La denominación “cultura oficial”, además de ser –como yo lo veo- un enorme pastizal subvencionado muy poco estimulador y eminentemente conservadurista en el plano de propuestas transformadoras, me inspira, en consecuencia, poca confianza. Los errores son comunes a todo adocenamiento institucional: complacencia en lo ensayado y que funciona en una recepción básica, huida en desbandada de cualquier iniciativa que se salga del cauce establecido, dar gusto a los cortesanos de lo propio y hacer oídos sordos a la voz distintiva, equiparándola con el sarampión del ocioso que se opone al sistema por ídem. ¿Alternativas a todo ello? Catapultar las propias iniciativas desde plataformas donde ni rija ni prime la remuneración contante y sonante, y no hacer de la práctica artística una forma de manutención. Pienso, y mi criterio no vale nada más allá de mi íntima convicción, que la cultura estandarizada, institucional u oficial es vacilante, temerosa, insegura, dubitativa y desprecia cuanto no puede controlar/domesticar crematísticamente. Siempre ha sido así y no hay visos inmediatos de que esto vaya a modificarse. ¡Qué más quisiera uno! Pero no me rasgo las vestiduras: siempre hemos sobrevivido y seguiremos haciéndolo.

lunes, 1 de septiembre de 2014

"TOROS EN GIJÓN Y TOREROS EN OVIEDO", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO ("La Nueva España", 1/09/14)



El farmacéutico, a gritos desde la rebotica, ante mucha gente que allí esperaba, le dijo: “Caballero, caballero, no tenemos los supositorios que usted ha pedido, los de su talla, y hay que hacérselos a la medida”.
(Lo contó el ovetense Sebastián Miranda, escultor)



Terminó la feria taurina de Gijón y, como siempre, el éxito de “de público y de taquillas” fue total. Se vio la Monumental de “El Bibio” a rebosar de mantillas españolas, de mantones de Manila, y de manolas y manolos del mismo color que el  estofado de rabo de toro. Lo del “se vio” es referencial y no presencial (por fotos de prensa) pues quien esto escribe no va ni ve espectáculos bárbaros, conformándose con la Tauromaquia de salón, también de muchos cornúpetos y de zafarranchos de mamoneos.  
Lo de Monumental es natural en una villa, Gijón, de tantos monumentos y de gigantes monumentales. Y si la Plaza de Toros es la Monumental por excelencia, hay otras muchas “monumentales”, como la de la sidra: el gran botellón, instalado en el Muelle. A ese botellón voy y de ese botellón vengo, desde siempre; más ahora por lo que acabo de saber: que la palabra “sidra” procede del hebreo “shejar”, que significa “bebida fuerte” (página 163 del libro Los judíos y las palabras” de Amos Oz, Editorial Siruela, 2014). Siempre se supo que la manzana (por lo de Eva) era fruto del Paraíso, bíblico y mesopotámico, y ahora se sabe que la sidra también lo es, lo que explica misterios, misterios de Gijón. ¡Viva la Fiesta Nacional y la de la sidra! ¡Letizia, Letizia, que es alegría en latín (laetitia)!
Que la villa de Gijón y la ciudad de Oviedo son complementarias es repetido por los abundantes polígrafos e ilustrados, los de antes y de ahora, separados o en caterva, con residencia en ambos poblados; y complementarias, naturalmente, en lo taurino. Es indiscutible que hoy la Villa (Gijón) es la reina, la reina en el arte de lidiar o lancear acémilas, con astas o sin ellas, pues en la Villa sigue habiendo toros –que en alguna corrida de las del abono falten toros es de despiste circunstancial-.
Oviedo, que es ciudad gustosa del diminutivo en “in” –excepción de los carbayones que termina en “ones”- se fue quedando sin toros acémilas, poco a poco. El “Coso” de Buenavista fue de tarde taurinas con gloria y triunfos; tardes aquellas en las que a la Plaza de Toros se subía, o en tranvía (línea de Colloto al Alto de Buenavista, escalando por la Vega y paseándose por Uría, antes de trepar por Toreno), o en autobús telonero (con techo de lona), que salía del Paseo de Los Alamos, resoplando como arrastrado por Santa Cruz. Hoy, aquel “Coso” es una “cosina”, nada. ¡Pensar que allí hasta toreó un Mondeño II, el “colgate”, que, por tribulaciones vocacionales, colgó primero las taleguillas de torero por las faldas albinas de los hijos Santo Domingo, colgando después éstas.
Y Gijón no tuvo lo que tuvo Oviedo: un torero muy torero, un autentico torerazo. Es verdad que en Gijón nacieron toreros, pero nada comparables al ovetense, que se llamó  don Julián Cañedo Longoria. La excepcionalidad de don Julián resulta de un cúmulo de portentos o maravillas.
Nació en Campomanes, calle, sin duda, muy principal, y de cunas muy ilustres; nacieron casi enfrente don Julián, a la derecha (bajando), y don Ramón Pérez de Ayala, a la izquierda, que tan amigos fueron, y a los que se unió otro ovetense, célebre y muy gamberro: don Sebastian Miranda. Fue don Julián de familia noble y linajuda “¡Cuánto me gustaría tocar sus linajes!” – dijo el varón enamorado a la condesa de Vía Manual y del Palancar-. El ovetense torero se hizo cañí, se puso una corbata colorá y aprendió caló para casarse con una gran dama, una princesa: una noble y bella gitana.
Fue todo junto, marido y amante; algo que ocurre muy pocas veces (ser marido y amante). Aún, todavía, se cuenta en la calle Campomanes, habiendo trascurrido muchas decenas de años, que, cuando don Julián trajo a presentar a su esposa gitana –la llevó incluso a Luanco de veraneo-, los hombres se maravillaban del pompis o trasero despampanante de la caló, tieso y empinado como dos pechugas de pichones. Lo que pensaron las mujeres del contoneo de la gitana, levantando tormentas con su abanico, no es para dicho ahora, aquí irrepetible; y las mismas que no hacían otra cosa que rezar el oremus y comprar botones en La más barata”. Años atrás se vivió otro amor apasionado: el de Anita Delgado y el maharajá de Kapurtala.
El torerismo de don Julián dividió a la crítica y doctrina especializada, pues unos decían que su toreo era de estilo clásico y otros que era de estilo gitano; que si era de Belmonte o de Joselito, de Bombita o de Machaquito, o de Rafael el Gallo. Y de su toreo tenemos la crónica de don Gregorio Corrochano, fedatario taurino, publicada en el ABC  de 17 de mayo de 1917: “Lo verdaderamente extraordinario y asombroso fue la manera de matar de Cañedo. No conozco a ningún torero que domine esta suerte como él. Es un matador estupendo, de los que matan con la mano izquierda, o sea, con la muleta. A su primero le dio con la muleta en el hocico y metió el estoque algo trasero; salió limpiamente por el costillar; cruzó muy bien”.
Y más aún: Don Julián Cañedo escribió un libro, que, en aquel tiempo, era algo (escribir un libro) muy selectivo; no como ahora, que es tan abundante como la “mocosidad” de los pavos, unos pavos que sólo repiten: ¡Glú, glú y glú! Por frecuentar el carbayón el Café Fornos de Madrid, de pájaros bohemios y de damas “horizontales”, conoció al manco y capeador, don Ramón María de Valle Inclán y Montenegro, de melena merovingia y barbas no de chivo, sino de Santo.
Don Ramón repetía a gritos:
--Para escribir libros, don Julián, hay que ser manco, como Cervantes y como yo; entérese, entérese.
--Y ¿cómo puedo escribir un libro –preguntó el torero- si no soy manco?
--Pues, póngase una capa, sea capeador, que es el abrigo de los mancos, y aunque no sea manco, lo parecerá –le contestó el Valle.
Don Julián se puso la capa, cogió el estoque y escribió el libro. Fue hombre de espadas y de letras.
Se continuará con lo del libro.   
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