jueves, 25 de marzo de 2021

EL LIBRO DE MONSEÑOR BLAZQUEZ , "AL ATARDECER DE LA VIDA" (publicado en " RELIGIÓN DIGITAL", marzo 2021) por ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO



Dedicar tardes a pasear y aprovechar para visitar librerías, muy recomendado antes de que desaparezcan y tomando notas de las últimas novedades, huérfanas del negocio mercantil que rigen los suplementos culturales de los periódicos de papel, puede ser de gusto u ocio como privilegio de otro tiempo. Y de satisfacción tanto si lo visitado son librerías laicas, de saberes infinitos, como las llamadas “diocesanas”, de muchas estampas y calendarios litúrgicos, y de saberes más infinitos y omnipotentes. En una diocesana, en una esquina del palacio episcopal, miré un libro de la BAC, titulado Al atardecer de la vida, y al ver que estaba escrito por Monseñor Ricardo Blázquez, interesándome el índice y pudiendo pagar el libro (27 euros), lo compré. 


No sé bien lo que es una corazonada; acaso sea como un pálpito muscular y no visceral, normal siendo cardíaco; mas no estoy muy convencido, pues la cabeza, la que piensa, piensa a base de pensamientos serenos y de corazonadas arbitrarias muchas veces. El caso es que, sin conocer personalmente a don Ricardo, desde que fue nombrado Obispo de Bilbao me interesó mucho y, en consecuencia, lo observé y analicé como con lupa para mejor ver. Le consideré, por la corazonada dicha, de ser persona frágil, dubitativa, gobernado por la duda, de tendencias melancólicas, con horror al debate y polémicas, hombre de patientia y doctrina, de dar varias vueltas y revueltas  a las cuestiones antes de decidir, lo cual me parece más interesante que los clérigos guerreros, peleones, carlistones, cerbatanas o trabucaires.



 Cuando camina don Ricardo revela su mentalidad, pues pisa con delicadeza el suelo, como de huevos apretados, y pretende no ensuciar la suela de los zapatos con yemas o claras. La última vez que le vi caminar así fue en el último mes de julio, con ocasión de la toma de posesión de Monseñor Jesús Fernández, obispo de Astorga, bajando don Ricardo, solo y a pie, desde la plaza del Seminario (Inmaculada Concepción) a la catedral de la capital maragata. Meses más tarde, en el año pasado,  me crucé con él en Zamora y en León.   


El 19 de diciembre de 2020, don Luis Angel de Lasheras, en su homilía de inicio del Ministerio episcopal, en León, dio la clave sobre Monseñor Blázquez, al decir literalmente: “Don Ricardo Blázquez dice que a veces tiene la sensación, cuando está de pié, que se le puede caer la mitra, por eso, no la lleva cuando está hablando de pie”.  Y es que esa idea de que se le puede caer la mitra a don Ricardo se corresponde exactamente con la corazonada antes dicha, y es expresión de un carácter o forma de ser. Por otra parte, es verdad que hay repetidas referencias en el libro Atardecer de la vida a los atardeceres evangélicosen el Nuevo Testamento, como se señala en la página 14 de la Presentación, pero también que el “atardecer de la vida”, de esa “mirada al pasado o hacia atrás”, tiene mucho de melancólica despedida, de lamento y pena por estar en la cercanía de los ochenta años y flaco, bajo rigurosa dieta.



 ¡Qué mejor oportunidad vital, enorme, en los atardeceres de Valladolid, durante la Semana Santa, que comer torrijas de albaricoque en la Confitería Cubero, cerca de la Catedral! Ya es mérito que los años a unos flaqueen, como a don Ricardo, y que por atiborrase a torrijas nada ha de pasar ni siquiera dormirse, como en 2015 en la querida “Ponti” (Salamanca), para asombro del canonista y catarroso obispo don Carlos López.  


Al Atardecer de la vida es interesante y recomendable, compuesto de una Presentación, 21 capítulos y un apéndice final sobre Vida y ministerio pastoral de Mons. Blázquez, pero más lo sería si del libro salieran chispas como para un incendio, lo cual es muy gustoso a los numerosos lectores pirómanos; pero no, todo muy medido por don Ricardo, para no hacer daño: ni a Cristo, ni a la Virgen María, ni a la Iglesia, ni a los difuntos, ni a los peregrinos jacobeos, ni a la teología pastoral ni académica, ni al cardenal Rouco Valera, compañero de Facultad pontificia, Obispado de Santiago y contrincante perdedor en la Conferencia episcopal.


De entrada, me interesaron el capítulo 6 Recordando tiempos de Salamanca y el capítulo 21 Ministerio episcopal en cuatro diócesis, luego también a mí, ambos, me supieron a poco.  


1).- Profesor en Salamanca


Quien fue Profesor, Decano y Gran Canciller de la Universidad Pontificia de Salamanca mucho debería de haber explicado sobre lo que en esa Universidad ocurrió en los años sesenta y siguientes del pasado siglo XX, durante el Concilio y después del Concilio. Es cierto que a Salamanca llegó Don Ricardo en el post Concilio, en el año 1974, pero en ese año y los posteriores quedaban aún las importantes sacudidas, que fueron de tal magnitud que el entonces Obispo de Salamanca, don Mauro Rubio Repullés admirado amigo y obispo de Salamanca en el año 1964, jubilado en 1995 y fallecido en el año 2000), tuvo que renunciar a seguir siendo Gran Canciller, pasando a serlo el Arzobispo de Madrid, el cardenal Tarancón. Se rompió la norma tradicional de que el máximo cargo en una Universidad de la Iglesia fuere el Obispo diocesano, y ello para satisfacción, también,  de algunos Predicadores (dominicos) de San Esteban, que a don Mauro “traían a mal traer”. 


Y sigue, sigue y sigue, sin escribirse y conocerse la importante Historia, para España y para la Iglesia española, que tuvo la Universidad Pontifica de Salamanca; para lo bueno -la excelencia canonista y teológica- y también para lo malo, con enormes disputas. Y ello en un tiempo en el que en el diario francés Le monde, tan de moda entonces, se publicaban páginas enteras sobre Conversión ou Revolution y La crise de l´Eglise romaine.


Confieso que me han parecido de poco interés las referencias a la Universidad Pontificia y escasas las referencias al canonista don Mariano Sanz González, canonista segoviano. El que fue Rector de la Iglesia Española de Monserrat y Santiago en Roma hasta 2010, el asturiano P. González Novalín, ya fallecido, contó más cosas y de mayor interés.


Y es como si supiera a poco.



2).- Obispo de Bilbao, el número cinco: 


Son muy interesantes y de lectura muy recomendada los discursos de Monseñor Blázquez de toma de posesión y de despedida del Obispado (auxiliar) de Santiago de Compostela, de los obispados de Palencia y Bilbao y del Arzobispado de Valladolid. Me han interesado las reflexiones de don Ricardo sobre el Obispado de Bilbao durante quince años (de 1995 a 2010), pero vuelvo a experimentar una decepción. Quien tuvo que aguantar que allá en el año en 1995, un jerarca del PNV, hoy convertido en polvo y sepultado, hablara de “un tal Blázquez”, nada cuenta sobre aquellos tiempos de plomo, de ETA y de connivencia con el clero católico y nacionalista, siendo él el Obispo, y hoy de actualidad por el Vaticano. 


En la página 360 y siguientes figura el texto de la Homilía de despedida de la Diócesis de Bilbao, en la que dijo: “La reflexión teológico pastoral me ha ocupado mucho tiempo; no me ha sido fácil discernir algunas cuestiones pastorales, por ejemplo, la llamada veritas sacramenti, la presidencia por parte del obispo de la eucaristía en todos los funerales de víctimas del terrorismo…”. ¿Basta el silencio?


Y durante cinco años tuvo Monseñor Blázquez a José María Setién como compañero, siendo obispo de San Sebastián el último, que tuvo que renunciar en el año 2000 por imposición del sector más tradicionalista del clero y de la política española, influyente en el Pontificado de San Juan Pablo II, aunque al parecer, según Bárcenas, cobraban sobres en negro también los del “humanismo cristiano”. Oficialmente la causa de la renuncia de Setién fue una enfermedad cardíaca, de la que pronto se debió recuperar, pues falleció, emérito naturalmente, en el año 2018. Tampoco de eso, nada cuenta Monseñor Blázquez. 


Y es como si supiera a poco. 



Recomendamos en cualquier caso el libro Al atardecer de la vida de Monseñor y Cardenal, que bien lo merece y que siempre hemos respetado. El problema es que Valladolid nos tiene acostumbrado a sabores fuertes, como los de las torrijas de albaricoque en la Confitería Cubero, y a sensaciones también fuertes como escuchar a mi amigo, Víctor Herrero de  Miguel, hermano menor capuchino (OFM.Cap),  recitar el Libro de Job en arameo. 


 FPTPS DEL AUTOR



 




sábado, 20 de marzo de 2021

"EL JESUITA CON TRICORNIO" (tercera parte y final), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ( Publicado en "Religión Digital)


Pregunta don Pietrino, el herborista: “Nos veremos mañana y me dirás cómo ha soportado la revolución el príncipe Salina”. Y responde el jesuita Pirrone: “Se lo diré ahora mismo en cuatro palabras, dice que no ha habido ninguna revolución y que todo seguirá como antes”.

El gatopardo

 

 

(A)

 

Cuando releo memorables novelas históricas, por ejemplo, Memorias de Adriano de Margherite Youcenar o El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, surge el tema de las relaciones entre la verdad en la Historia y la ficción en la Literatura, no sabiendo bien si las dos obras citadas son más de Historia que de Literatura. Sobre ello, y para aclararlo, he de volver a dos magistrales lecciones o conferencias pronunciadas en la Real Academia de la Lengua: una, la de la historiadora Carmen Iglesias, pronunciada el 30 de septiembre de 2002, titulada, De Historia y de Literatura como elementos de ficción, y otra, la del escritor Álvaro Pombo, pronunciada el 20 de junio de 2004, titulada Verosimilitud y verdad. 


Es difícil saber qué hay de verdad histórica en hechos pasados y muy ciertos, en El gatopardo, siendo tal novela verosímil, luego esencialmente literaria. En este caso, la proximidad entre lo histórico, la historiología, y la ordenación artística de las palabras, la narración, constituyen un todo interesante para historiadores y literatos. Lo mismo pasa con Las Memorias de Adriano, de consulta obligada para los historiadores profesionales muy interesados en tal Divino Emperador. No dudamos en proclamar que en Il gatopardo hay múltiples niveles de verdad, desde la científica a la de la ficción. 

 

(B)                                          

                          DIALOGO DEL JESUITA CON CAMPESINOS

 

De los ocho capítulos en que se fragmenta la novela, del capítulo primero al octavo, el quinto tiene como protagonista principal al confesor del príncipe Salina, al jesuita don Saverio Pirrone, de origen campesino, desarrollándose los hechos a finales del año 1861. En ese capítulo, en la primera parte, el sacerdote se “explica”, sin la presencia del príncipe, su señor, sobre los acontecimientos políticos que están ocurriendo en la más grande isla del Mediterráneo, todos de “porvenir negrísimo” (según el cura), que determinarán la emergencia de una nueva burguesía y el derrocamiento de la Monarquía borbónica, la Absolutista de las Dos Sicilias, del Reino de Nápoles. También se pronunciará el sacerdote sobre sus compañeros jesuitas: “La Divina Providencia  ha querido que yo me convirtiera en una humilde partícula de la orden más gloriosa de este Iglesia sempiterna destinada a alcanzar la victoria definitiva”. Y más adelante dirá: “Conozco muy bien el significado corriente de la palabra jesuita”. 

El padre Pirrone, en su San Cono natal, de visita después de la anterior, hace siete años ya, contesta a preguntas de amigos suyos (el párroco, los dos hermanos Schirò y el anciano herborista, don Pietrino), que le consideran muy bien informado por vivir entre los “señores” (nobleza), y trata de responder a preguntas sobre el jaleo político y la opinión del señor feudal o Salina “tan fuerte, tan irascible, tan altivo”. Después de explicar el padre Pirrone que a los “señores” no es fácil entenderlos, por vivir en un mundo propio y aparte, el viejo herborista y preguntón insistió, buscando explicaciones más claras y concretas de si Salina aceptaba o no el nuevo estado de cosas. ¡Pobrecillo de tanto leer se ha vuelto loco! pensó don Pietrino de Pirroni, que terminó durmiéndose por nada entender de las jesuíticas explicaciones, acerca de cuestiones tan abstractas: que si vivían los aristócratas de cosas manipuladas, de que si eran distintos y de que si irán al cielo... 

Y en estas se produjo un efecto sorprendente: “Cuando el padre Pirrone lo advirtió (la dormida de don Pietrino), se alegró porque entonces ya podría hablar con toda libertad, sin temor a posibles equívocos”. Después de explicar el jesuita, dormido el otro, que los “señores” era caritativos, menos egoístas que otros muchos, de que sabían afrontar con dignidad las desgracias, que eran de una clase difícil de suprimir, la dormida de don Pietrino se hizo profunda y “no fue fácil despertarlo y un hilillo de baba se escurría por el labio e iba cayéndole por la solapa”. Y despierto ya don Pietrino, el jesuita Pirrone le espetó, diciéndole lo que había oído a Salina: “No ha habido ninguna revolución y que todo seguirá como antes”.

                                                           

(C)                                                     

LA IGLESIA, LA REVOLUCIÓN Y EL ARISTÓCRATA

 

No hay duda de que la Revolución francesa fue una auténtica revolución. Dudas, en cambio, plantean que otras, las llamadas revoluciones burguesas, en Europa, en el siglo XIX, hayan sido tales, profundizando ahora lo que escribimos en la segunda parte. Pudiera tener razón el príncipe Salina, el de los grandes pies, al negar que en la segunda mitad del siglo XIX, en Italia y en Sicilia, se hubiese producido una revolución. Parecido pudo ocurrir en España, donde muchos negaron que los movimientos burgueses y liberales que llevaron a la desamortización de bienes eclesiásticos, a la abolición del régimen señorial y a la desvinculación de los mayorazgos, fuesen verdaderas revoluciones. Otros, por el contrario, mantuvieron el carácter revolucionario, caso de Tomás y Valiente (Manual  de Historia del Derecho español. Tecnos, 4ª edición, 1983, págs. 401 y siguientes). 


La llamada revolución siciliana ni siquiera mutó la naturaleza monárquica del Régimen político, que pasó de los Borbones (el derrocamiento) a los Saboyas. El gran derrotado fue el general Garibaldi, que sólo hubiese visto establecida la República un siglo después, en la mitad del Siglo XX (Constitución de 1947). “Lo de Garibaldi ya pasó” dice el sobrino, gran gatopardista, Tancredi a su “tiazo”. Razón tuvo en proclamar Salina: “No ha habido ninguna revolución”. En Il Gatopardo lo que se narra es el ascenso de una nueva clase social, la burguesa, personificada en don Calógero Sedàra, vestido con un burgués frack, manteniéndose el estatuto de la nobleza, gracias a sus esfuerzos conservadores, con su inconfesable unión con la del Piamonte y por su gatopardismo, radical el del sobrino y atenuado el del “tiazo”, fiel siempre a los Borbones napolitanos.

Tuvo razón el profesor Artola cuando señaló que las llamadas revoluciones burguesas, en España, no supusieron cambios en las fuerzas productivas o relaciones de producción, a diferencia de lo ocurrido en las posteriores revoluciones obreras, capitalistas e industriales. Las burguesas simplemente cuestionaron la estructura y distribución de la propiedad rústica: se aceptaron las demandas de los propietarios o burgueses rurales contra el régimen de la propiedad estamental o señorial. En Sicilia ocurrió lo mismo, siendo allí la feudalidad la característica de la propiedad rústica y con un sistema de propiedad familiar basado en la dote de las mujeres al contraer matrimonio (por cierto que sistema económico matrimonial, el dotal, de dote estimada e inestimada, que se suprimió en España por la Ley 11/1981).

Posición diferente fue la de la Iglesia a la que esos movimientos, no propiamente revolucionarios, hicieron mucho daño, privándola de bienes y hasta de los denominados Estados Pontificios. “Sólo los curas saldrán perdiendo”, dijo Tancredi. Por eso, en el capítulo primero el jesuita dice al señor Salina: “¡Vosotros los señores, os ponéis de acuerdo con los liberales, ¿qué digo?, con los masones, y a expensas de nosotros, a expensas de la Iglesia!” Por eso, también en el primer capítulo, el clérigo –según se escribe- “estaba jadeando: un dolor sincero por el vaticinado despilfarro de los bienes de la Iglesia”. 

Es natural que la posición, a lo largo de la novela, del jesuita, sea necesariamente  contraria a lo resultante del nuevo tiempo político; esa fue la postura pontifical del Papa Pío IX, encerrado en los palacios vaticanos por haber sido despojado de los llamados “Estados Pontificios”. El jesuita Pirrone dice lo mismo que decían los asesores jesuitas del Papa. Y ¡cómo no recordar al derrocado Rey Borbón de Nápoles, del que se dice que fue el único en defender a la Iglesia! y que llegó a exclamar: ¡Qué grande y bella puede ser la ciencia cuando no le da por atacar a la Religión!

(D)

 

EL JESUITA ANTE UN DRAMA EN SU FAMILIA

 

También en el capítulo quinto de la novela, datado en febrero de 1861, el jesuita, en su natal San Como, se enfrenta, no solo a las preguntas comprometedoras de sus amigos, sino ante un drama familiar –el embarazo de su sobrina- , al que hace frente de manera resuelta y concreta, sin las abstracciones y divagaciones que llevaron al sopor a su anciano amigo, el herborista don Pietrini. “Este problema -dijo- te lo resuelvo yo, Sarina, y en un par de horas”. Y lo resolvió favorablemente convenciendo a “hombres de honor”, a su cuñado, Vicenzino, y a su tío Turi, estando enfrentadas las familias a lo siciliano y por eso tan siciliano que son las herencias. Y con la radicalidad de un bisturí cortante, consigue superar los obstáculos para el matrimonio de su sobrina, dote incluida, con el hijo de su tío, el tío Turi. El jesuita se encargó de todo, incluso de la petición de dispensa matrimonial-canónica al obispo por el impedimento del parentesco, por ser boda entre primos. 


 

En Julio de 1883, a la víspera de la muerte, el príncipe Salina se volvió a acordar del padre Pirrone, ya muerto y “transformado en polvo”. Más tarde, en Mayo de 1910, otro jesuita, el padre Cortí, atiende a las tres hijas huérfanas del príncipe Salina, y todos recordaron a Pirrone, de venerable memoria en los que lo conocieron.

 

                                               (E)

 

                                          EL FINAL

 

Un siciliano escritor Elio Vittorini, natural de Syracusa, muerto en 1966, siempre comunista, y otro escritor Leonardo Sciascia, natural de Racalmunto, muerto en 1989, comunista durante un tiempo, negaron la condición de escritor al aristócrata Guiseppe Tomasi de Lampedusa, fallecido en 1959, y hoy ya a la cabeza de la escritura siciliana. Ahora este último, con su novela sobre la vida y la muerte, sobre la religión y política, sobre Sicilia y las clases sociales, subiendo y bajando los hombros en señal de indiferencia, desde el Convento de los Capuchinos, les dirá a los otros sicilianos escritores, ya polvos, en dialecto de MarsalaQuannu occhiu nun vidi, cori nun disía.


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lunes, 15 de marzo de 2021

"EL JESUITA CON TRICORNIO" (segunda parte), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ( publicado en "Religión Digital")


Antes de iniciar esta segunda parte, responderemos a tres cuestiones (1ª, 2ª y 3ª), que estimados lectores han hecho llegar, y que están relacionadas con la primera parte, publicada hace una semana.

 


1ª.- La gran aportación desde la Literatura a la Ciencia Política, por la novela Il gattopardo, es el denominado gatopardismo, que es un mecanismo artificioso de conservación del poder, que busca que las fuerzas y relaciones políticas permanezcan iguales, a pesar de las apariencias cambiantes. Gatopardismo que es aplicable a todas las instituciones en las que se “juega” o “baraja” el poder, sean civiles o católico-religiosas. Es interesante analizar aquel mecanismo, muy conservador, de retención del Poder dentro de la Iglesia católica; pero ese no fue el objetivo prioritario de la primera parte ni lo es de esta segunda, si bien, naturalmente, se rozará, por ejemplo, al tratar la votación popular en el plebiscito sobre el cambio de Régimen monárquico, en el que “nuestro” protagonista no votó, el jesuita y siciliano Pirrone, de origen campesino (I natali di padre Pirrone erano rustice).

 

2ª).- Escribimos de la encíclica de Pío IX Quanta cura (1864) seguida del índice de errores (80) o Syllabus que “era de lectura escandalosa hoy”, y eso lo escribimos teniendo en cuenta ese principio general del tempus regit actum. Escandalosa hoy y antes la tal Encíclica,  y menos mal que el siguiente Papa, León XIII, de extraordinaria inteligencia, así como su Secretario de Estado, el Cardenal Rampolla, supieron “colocar las cosas en su sitio”. En su sitio, tanto la Doctrina Social de la Iglesia como la Diplomacia pontifical con esa peculiaridad consistente en que los nuncios o embajadores pontificios sean sacerdotes, luego es una diplomacia, la eclesiástica, muy rezadora. Ello en un tiempo, el de León XIII, en el que el Papa, confinado en los palacios vaticanos, no era ya titular de los estados pontificios –la cuestión romana, que duró más de medio siglo-. La Santa Sede continuó y recuperaría el Papado la Jefatura del Estado, el de la Ciudad del Vaticano, a partir de 1929 con los Acuerdos de Letrán, de Pío XI y Mussolini).

 

3ª).- Las disposiciones mortis causa ordenadas por Lampedusa acerca de sus funerales y honras fúnebres están en el Prefacio escrito por Lanza Tomasi en la edición de El gatopardo por Anagrama (2020). Tales disposiciones, si bien no fueron de la radicalidad de las del otro escritor siciliano célebre, Pirandello, sin embargo las recuerdan: enterrado está Lampedusa, junto con la que fue su esposa, en el siniestro Convento de Capuchinos de Palermo. Después de la publicación del libro de Andrea Camilleri, Ejercicios de memoria (2020), quedaron aclarados definitivamente los oscuros episodios del destino de los restos incinerados, a petición propia, de Pirandello. 

 

4ª).- Un lector estimó que la elección de un jesuita como confesor del príncipe Salina es de pura anécdota. Acaso tenga razón el lector, pero, por el contrario, pienso que tal elección está relacionada con el prestigio, influencia y mucho poder que tuvieron los jesuitas durante el Pontificado teológico-político de Pío IX. Parece coherente que un aristócrata tuviera como confesor a un jesuita. Un jesuítico Pontificado, el de Pío IX en el que se creó la Revista Civiltá Cattolica, de tanta importancia hasta hoy; se convocó y celebró el Concilio Vaticano I y se excomulgó al Rey Vittorio Emanuele II. Punta de lanza –los jesuitas- contra la Reforma primero (Siglo XVI) y contra la Modernidad después (Siglo XIX).

 


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Y ya comenzamos la segunda parte sobre el clérigo y jesuita Pirrone, personaje de Il gattopardo, acerca de su pensamiento religioso-político, tanto en presencia del príncipe Salina, como ya alejado de él (siguiente tercera parte). 

 

(I)

 

El padre Pirrone acompaña al príncipe Salina en su desplazamiento a Palermo, viendo éste, con pecado, a su querida Mariannina y recluyéndose el clérigo en la llamada Casa Professa

 

Un señor feudal, como el príncipe Salina, tiene que describirse literariamente en superlativo. Es el “principón”. “Su peso de gigante hizo temblar el pavimento”. Después de la cena, “en la que el príncipe sirvió personalmente la sopa, grata tarea que simbolizaba los deberes nutricios del pater familias”, y por acercar la esposa, Stella su mano infantil, acariciando la potente zarpa (de él) que apoyaba sobre el mantel, por ese sencillo y leve contacto, hizo aparecer, de repente y como un relámpago, la imagen de la querida Mariannina, con la cabeza hundida en la almohada, provocando al aristócrata ganas de verla en Palermo, por lo que tomó una decisión inmediata: “Iré a Palermo”. Oído lo cual por la esposa –escribe Lampedusa- “los ojos de ésta se volvieron vítreos”; y ante lo cual, añade el novelista: “Como era inconcebible que se retractara (el príncipe) de algo ya decidido”, mandó al Padre Pirrone que le acompañará. Con lo cual se añadió “la befa a la crueldad”, según consta escrito. 

 

El jesuita, aunque ofendido por la prepotencia del Salina, acompañó sumiso al príncipe a Palermo, con el tricornio bien colocado y encogido, por las dimensiones del señor, en un rincón del carruaje, quedándose en la jesuítica Casa Professa durante el tiempo de los principescos amoríos. Resulta comprensible que la princesa tuviera una crisis histérica por la infidelidad de Palermo. Es un tema muy siciliano el de la locura de las mujeres ante las infidelidades de sus maridos, lo cual estuvo muy presente en la vida y obra de Pirandello, esposo de la loca María Antonietta Portulano. 

 

Descendiendo ya a Palermo, se veían, tal como cuenta Lampedusa, las cúpulas de los conventos “semejantes a senos ya sin leche”, conventos ricos y pobres, nobles y plebeyos, de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos…Llama la atención que no siendo los jesuitas religiosos conventuales ni frailes, escriba Lampedusa, sabiendo tanto, sobre “conventos de jesuitas” (conventi di gesuiti). ¿Será un error?

 

En un momento del traslado a la cercana Palermo, el jesuita, asustado por los fuegos revolucionarios en los montes cercanos de la Conca d´Oro palermitana, exclamó: ¡Qué hermoso país sería este si excelencia, si…! Y el príncipe siguió irónica y sugerentemente: “Si no hubiera tantos jesuitas…”. 


 

Al tiempo que el príncipe Salina reconocía su condición doblemente pecadora, ante la ley divina y ante el amor humano de su esposa, exclamaba a modo de causa de justificación sobre el eros siciliano: “Siete hijos me ha dado, pero jamás le he visto el ombligo. ¿Es justo esto? ¿Cómo hago para contentarme con una mujer que en la cama, se santigua cada vez que voy a abrazarla y que luego, en los momentos de mayor emoción se limita a decir “¡Jesús María!”? Y pensó don Fabrizio en la no necesidad de confesarse, porque el confesor jesuita ya debía conocer las faltas o el pecado mortal cometido. Mas en boca del padre Pirrone se señaló la ortodoxia de la confesión sacramental: “La eficacia de la confesión no consiste en solo en referir los hechos sino también en arrepentirse del mal que se ha cometido; y mientras no lo hagáis, y no me lo demostréis, os consideraré en pecado mortal, conozca o no vuestros actos”. 

(II)

 

El padre Pirrone no votó en el plebiscito sobre la llamada “Revolución”, que no resultó tal por la connivencia de los aristócratas contra Garibaldi, y si lo hizo, por el contrario, el príncipe Salina.

 

En Donnafugata, lugar de veraneo de la familia Salina, el resultado de la votación sobre el cambio de régimen político –sustitución de la Monarquía Absoluta de los Borbones, cuya capital era Nápoles, por la Monarquía de los Saboya, cuya capital iba a ser Roma, con cuadros por doquier de Vittorio Emanuele y Garibaldi-- fue unánime: de 512 votantes, 512 votos síes, entre ellos los del propio señor feudal o Salina. La posición de la aristocracia, del príncipe Salina, y de la Iglesia, el jesuita Pirrone, ante el nuevo régimen liberal fue muy diferente. 

 

La Iglesia se opuso de manera radical y continuada a los “liberales”, también llamados masones; la denominada “revolución liberal” en Italia (de la nueva Sicilia, no feudal, en el seno de la Italia resurgida, burguesa), acabó con los Estados pontificios y con el Absolutismo de los Borbones. ¡Viva la bandera tricolor! se cantaba. En la España de los trienios liberales y del Carlismo del siglo XIX también se amenazó y se efectuaron expropiaciones y desamortizaciones de los bienes eclesiásticos --sobre esto escribimos aquí en Religión Digital en julio de 2020 Desamortizaciones e inmatriculaciones-. Fue radical la oposición del Papado de Pío IX y de la Iglesia en general al cambio dinástico en la Italia de 1860; por eso, en el plebiscito de Donnafugata, para evitar el voto negativo, el jesuita, muy discreto, precavido y fiel a su jerarquía, non votó afffatto, perché era stato attento a non farsi inscrivere come residente nel paese.

 

La aristocracia siciliana, personificada en el príncipe Salina, “que durante tantos años había barrido de un zarpazo cualquier dificultad que se le había puesto por delante”, mantuvo desde el principio, influenciada por el sobrino Tancredi, una posición gatopardista: En la novela se escribió lo siguiente, que es núcleo del gatopardismo: «Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y, después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado». Él voto favorable, “contra natura” del príncipe Salina, y los consejos de éste a los campesinos que consultaron a su señor feudal, favorables al cambio político, formaron parte del gatopardismo; pero lo que dijo don Fabrizio a Chevally, al final de la Cuarta parte de la novela, no es gatopardista: “Soy un representante de la vieja clase y me siento por fuerza comprometido con el régimen borbónico al que me liga el sentido de la decencia, ya que no el afecto”. 

 

(III)

 

El jesuita en su lugar de nacimiento, San Cono, respondió de manera extraña a las preguntas de amigos suyos sobre la opinión de los “señores” sobre la cambiante política. Opiniones, las del jesuita, a través de la pluma de Lampedusa, son básicas para entender al jesuita Pirrone y a las relaciones entre Iglesia y Aristocracia en el risorgimento  italiano. Continuará. 

 

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sábado, 13 de marzo de 2021

DESPOTISMO CRUEL, artículo de la poeta/escritora CRISTINA ÁLVAREZ DE CIENFUEGOS


Ellos sufren y callan, se dejan manejar. Es la disciplina impuesta. Sus horarios tan regulados. Los hombres a un lado, ellas en el ala contraria. Tan solo se juntan a la hora de comer, a la del recreo, a la hora de la partida de dominó. Sus ojos llorosos y sus manos huesudas, transparentes, cruzadas por imponentes vetas azuladas. Algunos ni asir con ellas la taza pueden. En la mirada el vacío, la oscuridad de la distancia. La vida se les va, cada día cuenta. Primero los diezmó la pandemia, ahora ya casi no sienten, no se enteran. Se acurrucan bajo el sol de primavera anhelando el beso suave de la brisa sobre su piel ajada.

Son ellos, nuestros mayores, arrumbados en el cesto de los trastos viejos, al igual que juguetes rotos. Maniatados para el resto de su menguada existencia. Sí, ya pasó su tiempo de cerezas ¡tan gloriosos fueron en sus vidas jóvenes! Ahora ¿quién mira por ellos?

Tras las ventanas el mundo se halla a sus espaldas, ajenos a sus ruidos, propicios para el pensamiento. El cansancio se les nota en sus miradas perdidas, atacadas por los recuerdos cuyas presencias lejanas se hacen tangibles. Los colores de la vida se les han apagado mientras el gris toma cuerpo en el día a día. Sí se les han roto los azules.

Sus caritas envejecidas, labrada su piel por tantas arrugas de vida, hoy permanecen impávidas, quizá con una mueca en los labios y un dolor en el pecho.