lunes, 4 de agosto de 2014

"LA MONJA POLÍTICA Y LA POETISA SORDA", artículo del magistrado ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO PUBLICADO EN "la Nueva España" (4/8/2014)


                        LA MONJA POLÍTICA Y LA POETISA SORDA
                                                                                 

¡Señor y Dios nuestro, glorifica en la tierra a la Venerable Madre Sor María de Jesús de Agreda (1602-1665), por cuyo medio descubrimos los insondables tesoros de gracia concedidos a la Inmaculada Madre de tu Hijo!
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)



            El maestro, divino y humano (Ignacio de la Concha), se acaloraba al subir al carretón o mini-bus; no podían sostener tantas cosas, ¡tantas!, que de él colgaban: el aparato de fotos, el libro de don Miguel (Unamuno) “Por tierras de Portugal y de España”, la gorra de mayoral de toritos en capea, la cachava, la Corona que caía del ojal, la pipa, la sortija de aristócrata en el dedo meñique, y los tirantes. Nos despedimos de las monjas de Santa Clara, en su convento soriano de Santo Domingo; unas monjas que, como su Fundadora, doña Clara de Favarone, son de muchas claras y yemas; de muchos huevos, huevazos.
El autor en una universidad de postín, antes de esto, aquello y lo otro
En aquella Iglesia, dos sores clarisas, permanentemente, adoraban al Santísimo Sacramento expuesto. La concentración de ellas era tal que no respondieron a mi endiablada provocación, susurrándoles muy cerca y por detrás, un nervioso “bisbisbis”. Nada, que ni caso me hicieron. Tanta concentración, en rezos, me recordó a las Madres Adoratrices, las de la calle del Sacramento de Oviedo, éstas no de Santa Clara sino de Santa María Micaela, que también, a pares, adoraban continuamente a lo más Santo. Las ovetenses hijas de Santa Micaela tenían una ventaja muy grande: don Gonzalo, cura, con finura de Toro (ahí nacido) y un bastante tarambana, era su capellán y confesor.


Estampa de Sor María de Agreda. Venerable
Desayunamos hojaldres y almendrados en el convento de las descalzas clarisas y franciscanas; desde él miramos al Instituto de Enseñanza Media, próximo, en el que enseñó don Antonio Machado, que ahí estaba esculpido, señoreando una cabeza grande, inmensa (los listos son siempre grandes de cabeza o cabezones y de narices poderosas; los de “cabecitas” y “chatos” son los otros). Después iniciamos la ruta a Almazán, que fue mora y cristiana, atravesando trigales capados (ya sin espigas) y campos de girasoles, que giraban para ver al sol -¡qué giros los de los girasoles, sin despepitarse, qué insolación por contemplativos!-.







Desde el fondo Juan Jesús González, Norberto, la poetisa, Paulino Folgueras y Adolfo A. Busto 
Y llegamos, el maestro y sus alumnos, a Almazán, siendo recibidos con parabienes por el Río, entre choperas, de Castilla (el “Padre Duero”), y por las señoritas, “solterones y repolludas” -tal como escribimos en anterior Crónica-, que nos recibieron en su palacio con cajitas de yemitas. En palacio las saboreamos (las yemitas, naturalmente), y hasta las chupamos -para saborear, de verdad, se recomienda siempre chupar, que es un consejo mío, no de cocinero de moda (afamados chefs) o “papadores” de natas-. Contemplamos con ansia, como ratones dentro del queso, las yemitas, coloradas como soles, en su redondez, sus capitas como estratos, sus cristales de azucares para alegría y pena de las caries dentales y mentales. De allí, tan lejos, como en alfombra voladora de Las mil y una noches, volví al ovetense Paseo de Los Álamos, donde me obligaban a merendar yemas batidas, mientras miraba a Begoñita (Begoña Pérez, ex concejala de Oviedo), que jugaba con su aro (la copita de “vino Sansón” en casa, en la calle Campomanes).    
No se quién, en tal trance de gozo (esta palabra gusta mucho a los obispos castos y no sé por qué), recordó a los “tocinillos” de Grado, muy de aquí, de la abuela; pero no, las diferencias son muchas: la principal es que los de Grado –dije- son paralelepípedos y poligonales, y las de Almazán son redondas y “chonchonas”. Y entretanto, al tiempo de esas elucubraciones, ocurrió un portento: las dos señoritas nos dijeron que tenían una sirvienta que era un monstruo, una monstruosidad, que siendo analfabeta y sorda era una poetisa de primera, pues tenía dotes innatas para hacer versos y recitarlos. Con nuestra mucha expectación, se llamó a la tal sirvienta-poetisa, y allí se presentó, con muchos años por ser de los tiempos de Mari Castaña; toda vestida de negro y con pendientes de rancia castellanía, como los de las Batuecas -pudiera ser la esposa de don Agapito Marazuela, tocador de dulzaina-. De repente empezó, de manera imparable, a recitar versos y coplillas, con rima de tercetos y cuartetas. Aquella mujer era un verdadero vate, una rapsoda y orate, en carne (poca) y hueso (mucho).

Don Ignacio apenas contenía la emoción, hormigueándole la perilla y con el cazo frontal en forma de puchero. A mí, tal portento, me recordó otro: a mi profesor de Griego, en los Maristas (de Santa Susana): don Valentín de la Varga; la punta de sus zapatos punteros iba siempre alzada -tal alzamiento era muy visible encima de una tarima- y comprobé después que los que vistieron sotana, tienen unos andares especiales (la excepción es mi querido “sanjuanín” don Álvaro Iglesias F., que anda como Dios manda, y don Herminio, párroco de Guimarán, también querido, que apenas anda por glotón). Y don Valentín, en griego, hablaba de Homero, que era ciego, poeta y analfabeto; justamente lo mismo que la sirviente aquella de las señoritas de Almazán.   
Dejamos la villa adnamantina –me dicen hoy mis amigos de allí, que es una villa riquísima pues llevan dos años tocándoles la Lotería de Navidad- y fuimos hacia el Moncayo, llegando a otra villa, la villa agredeña (por Agreda), aún en tierras sorianas y de la Diócesis de Burgo de Osma, ya sin las dulzuras anteriores, y con amarguras por sus muchos helechos y cardos. Es en el convento e iglesia de La Concepción (de Agreda), de las sores concepcionistas y de La Inmaculada, descalzas, contemplativas y de clausura perpetua, donde está el cuerpo incorrupto de mi Venerable Sor María de Jesús; para mí, muy importante desde que la encontré por primera vez en aquel “itinerario histórico” ignaciano, quedando en el acto prendado y prendido de ella (El lector se explicará más adelante esta extravagancia).
Antes de entrar en el convento, que está abajo y extramuros como manda la regla de las Concepcionistas, subimos a lo alto para ver la Agreda berebere y musulmana.  Allí está la imponente Puerta del Califa, desde la que se ven, abajo, los muchos huertos de patatales y espárragos, y los cajoncitos de la “abejería” o arte de abejas. Y justo, bajo la Puerta-mora pasaban entonces dos mulas cargadas hasta los topes, y me dio que pensar tal hecho y pensé lo siguiente: en vez de mulas por allí deberían pasar camellos, muchos camellos. Aquello, ver mulas queriendo ver camellos en sitios que fueron de Alá, me fue muy útil, pues junto a las moras La Giralda de Sevilla y a La Mezquita de Córdoba, pedí siempre pasear, no en coche de caballos, que es muy cristiano, sino en coche de camellos, que es muy moro.   
Y ya ante el convento de mi Venerable incorrupta, debo interrumpir mi Crónica, para no ser largo y tendido –insisto: espero que sea sólo en la escritura-. De los portentos que ocurrieron en el interior de la clausura, tratará la siguiente Crónica. Sólo añadiré que, por mi Sor María de Jesús, interpelé al Obispo de Burgo de Osma y escribí al P. Gaspar Calvo Moralejo (Ofm), Vicepostulador de la Causa de Santificación de la monja concepcionista, para quejarme de que Santa Teresa de Jesús sea Santísima teniendo sólo incorrupto el brazo, y mi Sor María, teniéndolo todo incorrupto, sea sólo Venerable. Y lo de las “monja política” ¿por qué? También se explicará en la siguiente Crónica.
"El cabezón de Antonio Machado"

Es muy de advertir al lector lo siguiente: Sor María de Jesús de Agreda es un personaje religioso, político y literario de primer nivel en la España del Siglo XVII, durante el Reinado de Felipe IV, una vez caído en desgracia el Conde-Duque de Olivares (1643), después del desastre de lo de Portugal y Cataluña. A ella estudié con pasión –la llamé “loca” por ser sin mesura-, siendo para mí formación histórico-política y jurídica muy importante, al igual –bueno, casi-, que la también monja Sor Petronila Magdalena de Jesús y de María Santísima. Todo ello, también, se lo debo a don Ignacio de la Concha, mi profesor de Historia del Derecho.    

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