domingo, 29 de octubre de 2023

LLENA LA ESPAÑA VACÍA, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en LA VOZ DE ASTURIAS, 20 de agosto 2023)


España Cañí” es un pasodoble torero y en crescendo (,“tararán, tararán, tararán, tan, tan”), mucha actualidad en España, Asturias y Gijón, pudiéndose añadir a las tres lugares lo de “Cañí”, con efectos devastadores para los políticos/as respectivos/as. Muchos hoy ignoran, también los republicanos, que ese pasodoble fue el primero en sonar en la Plaza de las Ventas, en el histórico paseíllo de una tarde de junio de 1931, cuando en dicha plaza se celebró la corrida de toros, que presidió el Presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora. Además, ese pasodoble gustó tanto en Gijón que, según cuentan los historiadores, se anunciaron dos conciertos, incluido en ambos el pasodoble dicho, concierto uno en la calle Corrida, a cargo de la Banda de Música de Gijón, y otro, en el Paseo de Begoña, a cargo de una Banda militar. 

 

El pasodoble “España Cañí” emocionó a los de Gijón, muy dados a lo emotivo, como lo prueba la facilidad de llorar al cantar el “Gijón del Alma”.  Los de Bilbao, mucho más brutos por vascos, cantan el “riau- riau”, que suena como a gatos con rabia o en celo. Los de Oviedo, siempre tiesos, cantan de pie el “Asturias Patria querida”, lo mismo en una sidrería con virutas de serrín en el suelo, que en el Teatro Campoamor junto a butacas de patio, ante reyes, infantas o lo que sea. De Oviedo tenían que ser la actual reina, la fría Leticia, y la anterior de la anterior, la más fría aún, Carmen, la del Polo. Por ser torpe de escritura, dejo mi pluma escritora aparcada por momentos y cojo la de mi maestro Umbral. Éste escribió: “Las mujeres se han reunido en torno a doña Carmen, en una corte mínima y doméstica que tiene prestigios repentinos de plata al sol”.   


La música de la “España Cañí” con letra de “siempre fui cañí, poesía en flor, esta España de mujeres bellas…” anuncia las Ferias y Fiestas de los pueblos de España y de sus nacionalidades. Eso ahora ya no ocurre ni en Gijón, amor del pasodoble, con ocasión de las fiestas de Begoña. Da igual; en Agosto, Gijón es una Fiesta con princesitas de pastel y con dos Ferias: la de Muestras y la de los Toros. En El Bibio, en lo alto de la cornamenta taurina, ondean banderas patrias, pareciendo aquello, más que una plaza de toros, el edificio de la ONU en New York. Y en la Feria de Muestras hay banderas a cientos, sólo faltando la de los piratas, que estando en la exposición, no se ven.  



Por haber tanta gente en Gijón, eché en falta la llamada “España vacía”, y hacia ella partí. Lo cual resultó un inmenso error y horror, pues esa España, en vacaciones, resultó estar llena, abarrotada; todo estaba al completo y necesitándose para todo, una cita previa, como en primer lugar por la pandemia y luego por la vagancia de los empleados públicos.   

 

Circulando por la autopista  AP-66 en dirección a León, el viernes, 11 de agosto,  admiré a la izquierda, el embalse de Barrios de Luna, ya en la comarca leonesa de Luna; temblé ante el puente espectacular de Fernández Casado; kilómetros más adelante, la indicación para ir a La Virgen del Camino, me hizo recordar que allí, junto al Santuario, en una “casa de ejercicios espirituales” los alumnos de Los Maristas, de Oviedo, vigilados por el Hermano apodado “El torero”, íbamos a hacer, bajo la dirección de un dominico-inquisidor, planes de lucha contra los enemigos del alma, en especial, contra el demonio tentador, que nos hacía pecar tanto contra el Sexto. También recuerdo que en esa “casa de ejercicios”, unas monjas dominicas, daban de comer un buen arroz con pollo y con trocitos de hígado (los mejores tropiezos, por cierto, de hígado están hoy en las sopas que prepara la cocinera del Restaurante La Llosa, en Oles (Villaviciosa), mis queridas Luisi y Teresi. 



Al otro lado, el camino de Veguellina, cerca de La Bañeza, tierra de oteros y de Oteros, me recordó a mi amigo José Corzo Villa, fallecido hace meses, y que fue la persona que más quiso a la Guardía Civil, lo cual fue de mérito, habiendo sido Corzo hijo de socialista. Y entre tanto ensueño veo a lo lejos, en León, la llamada Pulchra leoninao sea la Catedral, llamada así por el clérigo escritor, un don José González, al principio del siglo XX, personaje muy importante en la Diócesis leonesa, pues fue profesor en el importante Seminario de Valderas. La pluma del cura González era florida, llegando a escribir así: “El relojero andaba a brincos como los conejos”. Y desde tanta distancia, la Catedral majestuosa parecía raquítica, lo cual es un efecto óptico muy frecuente, pues, para admirar ante la mucha belleza, siempre hay que acercarse, y cuanto más, mucho mejor.

 

Y hubo un tiempo en que lo pulcro, que es lo bello en latín /(pulchrum), se puso de moda en León; “pulchra maragata” se llamó también a la Catedral de Astorga, villa la de los muñecos Juan y Colasa en el Ayuntamiento. Y León fue una tierra luego calificada, injustamente, de cazurra, de gentes bastas, que nada tuvieron que ver con las cartas de juegos.

 

Salgo de la autopista y desciendo por Villamañán, recordando que a la derecha queda muy poco del cementerio que allí hubo, estando enfrente el “velatorio”, que, según supe en su día, resuelve todo lo mortis-causa con rapidez de vivos y no con la lentitud de los muertos.  Y mirando al solar del que fue cementerio, no puedo evitar el pensamiento de la cantidad de personas que allí mismo, bajo tierra, se pudrieron.   

 

Pero antes de llegar a Villamañan, camino del Sur, que es Valencia de Don Juan, la antigua Collanza, con fiestas a base de halconeros, saltimbanquis y bufones, hubo que pasar por la comarca de Valdevimbre, tierra de majuelos con suaves vinos, los llamados “prietos-picudos”,  por ser de uva prieta y picuda, nada que ver con eso tan frecuente de que los humanos sean prietos y también picudos. Y lo de comer o cenar en las llamadas bodegas de Valdevimbre, no soy muy partidario, pues para comer cecina y chuletones de vacuno, siempre se dijo que se necesitan aires, ver la luz del día o contemplar la luna, siendo las bodegas estupendas para guardar vinos a buena temperatura.

 


Y por fin llegué a Valencia de Don Juan, que no es el destino de este viaje, como se descubrirá la semana próxima. Pero Valencia de Don Juan es importante por varias razones: fue lugar de veraneo de muchos asturianos, unos políticos y otros no, isidros unos y rozados otros, que allí, en el pasado, fueron a secarse y que ahora van a mojarse. Y con una Urbanización de lujo, que es Valjunco, casi como es en Madrid la Urbanización Puerta de Hierro. Tiene Valencia un complejo acuático y deportivo digno de las mayores y serias alabanzas, y felicitaciones al Ayuntamiento. Y tuvo un tren, con máquina de lanzar humos blancos al espacio azul y bufidos por bajo, primero en campos de León y luego de Castilla; un tren motejado de “Burra”, que iba desde Palanquinos (León) a Valladolid pasando por Medina de Rioseco. Y ese tren tiene un libro que lo escribió, naturalmente, un maestro, un tal Julián González Prieto, que en la contraportada explica que es palentino de nacencia y leonés de pacencia.

 

Cerca del importante Río Esla y bajo la mirada, desde lo alto, del acojonante Castillo tuerto, se encuentra el complejo acuático antes referido, que es como un Disneyland Park para comer, tomar el sol y bañarse en piscinas, piscinas de olas y de la Rana. Quise entrar y no pude, pues la cola era enorme, con minuciosidad en los registros de entradas, con barreras y obstáculos como los del metro de Madrid. Un funcionario, que por allí andaba y que debería pertenecer a un negociado de la antes llamada Depositaría municipal, me explicó que tanto control en las entradas era para no discrepar y pleitear con la Hacienda de León: disputas sobre aforos. “¡Fíjese, don Angel –me dijo el de la Depositaría- nosotros con lo legales que somos, que se nos acuse de no pagar lo debido a la Hacienda Pública, como si fuéramos empresarios mineros, es el colmo!”. El tal funcionario me contó intimidades, pero ahora, por si acaso, no reproduzco. 

 

Al no entrar, no pude ver el fondo bibliográfico de la Bibliopiscina;  no pude preguntar a los cocineros y cocineras, que tanto “trabajan” los macarrones con chorizo como plato del día, si seguían siendo tan demandados (los macarrones) como hace un par de años. Tampoco pude ver, si por la inflación de Pedrito Sánchez, subió el precio del lote de tres botellas, del vino prieto picudo y del blanco verdejo, que estaba, el lote, hace años en 10 euros. Si pude leer, en cambio, las rigurosas normas para usuarios, unas específicas y otras disciplinarias, sorprendiéndome que, entre tanto imperativo, se “colaran” consejas, aunque de mucho sentido común: “Hacer aguadillas puede ser broma de mal gusto”. 

 

Y saliendo ya de Valencia, girando a la derecha, comprobé que el Cuartel de la Guardia Civil, antes muy operativo, ahora estaba cerrado, lo que me provocó inquietud, pues lo del “Todo por la Patria” tan cerrado no me gustó. Todo por la Patria, la de adentro cerrada, y todo por la Patria, la de afuera abierta, pero nada, como si estuviese cerrada. ¡Ay, ay, Patria mía! ¡Y qué fácil, en lo de Amor a la Patria, es pasarse de rosca!   

 

Se continuará el viaje hasta llegar al ansiado destino en la España, vacia, sabiéndose al fin cuál. Resulto que esa España vacía estaba llena,   abarrotada y abigarrada, o sea, de muchos y diferentes colores.  

 

Fotos del autor  

martes, 3 de octubre de 2023

FERIA TAURINA DE BEGOÑA (2ª Parte), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ publicado en LA VOZ DE ASTURIAS y LA VOZ DE GALICIA




Gijón y Bilbao fueron de muchos parecidos: ciudades de curas jesuitas, antes muchos y hoy apenas; las fiestas patronales se llamaron con el nombre de la misma Virgen, la de Begoña; la afición a los toros y al bonito, a los marmitakos, fue enorme por ser poblaciones de pescadores del mismo Mar, el Cantábrico; y el Somió de aquí, que fue de ricos, recuerda al Neguri de allí, que sigue siéndolo. Tantos parecidos no ocultan diferencias importantes: Gijón tiene río, aunque sin puente colgante, Bilbao tiene ría y con puente colgante; Gijón es ciudad de peritos, a diferencia de Bilbao, que es de ingenieros. Y Bilbao tuvo novelistas que se sentaron en la Academia de la Lengua, Gijón tuvo a Juanele, con su perrita Linda, que, por ser historiador de la tauromaquia gijonesa, ni se sentó en la Real ni falta que le hizo. Y con ocasión de la Feria Taurina de Begoña, de agosto 2023, un recuerdo, aquí, al llamado “gijonés hasta el tuétano”, hipérbole muy de gijoneses y bilbaínos. 

 


Oviedo y Gijón fueron ciudades de afición taurina, como las demás ciudades del Norte de España, todas con plazas de un estilo neo/mudéjar, desde La Coruña a San Sebastián. Y si Gijón tuvo una feria taurina, la de agosto, Oviedo tuvo dos, una en el mes de mayo (La Ascensión) y otra en septiembre (San Mateo). Lo que siempre se dijo que en el Norte no había afición a los toros, no era verdad. Circunstancias políticas, la vinculación entre “fiesta de los toros”, la “Fiesta nacional”, con el franquismo, fue para los nacionalismos de la periferia determinante para tratar de acabar con ella en Barcelona y San Sebastián, y ello junto a razones no políticas, la brutal naturaleza del espectáculo.  


Y para saber de toros deberían leerse los artículos de Eugenio Granell, titulados Añoranza del reino del torero famoso Los toros y el arte.

 

I.- TOROS EN OVIEDO:

Un recuerdo lejano es el de una caseta de madera para anuncios y ventas taurinas, con banderas y banderines, cerca del monumento a Tartiere, en el Paseo de los Álamos (Campo de San Francisco), situado en paralelo a la calle Uría. No había Curro Currito que no asistiese a las ferias ovetenses, viéndose desde verónicas del Romero a los saltos, como de batracio, de El Cordobés. Y subir hasta la Plaza de Toros, lejanísima, en Buenavista, era una peripecia. Se podía llegar en tranvía, de la línea Colloto-Buenavista, subiéndose a los topes en Uria o en Toreno; también se podía llegar en autobuses viejos, no municipales, con techos de lona, que, partiendo de la Uría, subían por la empinada Santa Cruz, girando luego a la derecha en Santa Susana, pues lo que sería más tarde la calle Calvo Sotelo estaba ocupada por las populares barracas de feriantes ambulantes, comenzando por las churrerías al costado mismo del Instituto Alfonso II.



 En la subida, carca ya de la Plaza, se podía ver a la izquierda el imponente y gris cuartel de la entonces Policía Armada, del que salían Jeeps Jeeps, que circulando por Muñoz Degraín y subiendo por San Esteban de las Cruces, iban, a principios de los años sesenta del siglo XX, a las Cuencas, a labores de su represivo oficio contra los mineros. Recuerdo que el profesor de Gimnasia en el Colegio de Los Maristas de Oviedo, era un elegante cabo de la Policía Armada, apellidado Muñoz, que vivía en lo alto del Cristo). Y en aquella subida, la de Buenavista, se podía coincidir con las comitivas de los toreros y cuadrillas que, en imponentes cochazos, unos desde el Hotel España, en Jovellanos, u otros desde el Hotel Principado, en San Francisco, iban a la subían a la Plaza. Una calle ésta, San Francisco, muy franquista por el Hotel, el preferido de doña Carmen, y el de la boda del hijo de Carrero en San Isidoro. 


II.- TOROS EN GIJÓN

 

Un recuerdo más cercano fue el de los toros en Gijón. Y aquí apunto que jamás me interesaron los lances, suertes, pases taurinos, el arrojar al ruedo almohadillas, no para apoyar cabezas sino culos, o el escuchar las músicas patrioteras de la banda de música. Lo que me interesó siempre fue el medio de transporte, el cómo llegar “a los toros”. Nada más llegar al “Bibio” gijonés, en tranvía, iba veloz a ver la “cochera” de tranvías que existía enfrente. Reconozco la extraña fascinación por las “cocheras” de tranvías, los de Gijón en el “Bibio”, de Oviedo en Pumarín, y de Avilés en el centro mismo. 

 

En Gijón, por el alto precio de las entradas, entendí que a los mismos que se regalaban “Cestas de Navidad” de la acreditada tienda La Argentinacon latas de caviar y foie-gras, les regalasen en agosto “entradas para la Feria de Toros”, pero sólo lo entendí a medias, pareciéndome “natural”, por ser quién era, que la familia del Delegado de Hacienda fuera gratis a los toros, y menos natural me parecía que la familia del Comandante de Marina fuera también gratis. Cuando pregunté por esto último me explicaron que era porque los reclutas de la Comandancia eran todos enchufados y había que mantener el enchufe. Luego supe que los no enchufados iban al CIR de El Ferral del Bernesga, teniendo que soportar a los “picurris”.  

 

Lo de asistir a la feria gijonesa de Begoña, en el Bibio, era como ser de la élite; allí estaban los de Somió, antes más ricos que los de ahora; ellas, Manolas, iban adornadas con peinetas y claveles rojos y ellos con camisería blanca de Luis, con tienda en la calle Los Moros. Maritina aún jugaba con muñecas y muñecos, mientras su papá curaba, cerca del Mercado de San Agustín y con éxito, a “nerviosas y mentales”. Asomarse en palcos y barrera era antes asunto de presunción, y asomarse hoy puede ser de reivindicación o de militancia extrema. Y aparecer al día siguiente en papel de periódico era la acreditación mas relevante para probar ser de la élite gijonesa, casi como ser socio del Club de Golf de Castiello, del Club de Regatas, o llevar a los hijos a los jesuitas “inmaculados”.

 

Por allí se vieron a muchos y muchas, a Rodrigo Rato, en sus tiempos de gloria y de La Pondala; a Sergio Marqués que alardeaba con puro y a Álvarez Cascos que tomaba nota, pues era cronista taurino con pseudónimo. Y mientras todo eso ocurría, las mulas negras, como gatos enlutados y espantadas por tanta muerte, arrastraban al toro muerto. Y me contaron que los carniceros locales y restauradores se forraban con lo del “rabo de toro”, haciendo las delicias para que los tragones disfrutasen de los rabos, como si fuesen cocinados en El caballo rojo, el genuino, el de Córdoba. Y los que no tenían para “rabo de toro” se conformaban con “lengua de toro”, aunque proveniente de sitios tan diferentes como son el culo y la cabeza del animal, comparten gelatinas. Un escritor antitaurino llego a escribir acerca del estofado del toro.  

 


Los tiempos de ahora, ya lo dije, lo cambiaron todo, y donde antes era exhibición de “honorables gentleman y ladies, en asientos de sombra, hoy pudieran ser de escondite. Y no es lo mismo la excelencia de ir a la Fiesta taurina, después de haber estado en la procesión del Corpus Christi durante la mañana, caso de la imperial Toledo, que ir a los toros habiendo estado durante la mañana en la otra Feria, llamada de Muestras, muy ordinaria como son todas las ferias mercantiles.   

 

La ovetense Ana, la del Consistorio gijonés de antes y efímera, quiso junto al comunista Aurelio cerrar El Bibio, pues sabido es que las izquierdas son antitaurinas (me remito a la 1ª Parte). Extrañamente me vino al recuerdo una familia que al mismo tiempo fue taurina y comunista. El taurófilo que es Andrés Amorós, en su libro Maestros y amigos (Forcola 2020), dedica el capítulo 9 a Luis Miguel Dominguín. En ese capitulo se cuenta, entre otras muchas, la siguiente anécdota entre Luis Miguel y Franco, en una cacería; al parecer éste preguntó al torero: “¿Cuál de sus hermanos es el comunista?” Y el torero contestó: “Los tres, los tres”. 

 

Añade Amorós, que Luis Miguel, amigo de Franco, a través de su hermano Domingo “ayudó a los comunistas españoles en la clandestinidad”. Acaso también por ser Franco fervoroso taurino, los comunistas han de ser antitaurinos, siendo lo taurino ideología de derechas. ¿Le gustarían los toros a Stalin? El mismo Amorós se preguntó en su libro Diario Cultural (Espasa 1983): “¿Pueden interesar los toros a una persona culta, europea, con sensibilidad?” Y consta una frase poco conocida de García Lorca: “El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España”. 

 


En ese mismo libro, que también se recuerda a quien fue Juan Cueto, el de Cuadernos del Norte, de la desaparecida Caja de Ahorros de Asturias y “desaparecidos” los Cuadernos, se dedica un capítulo a Antoñete, el sabor del toreo, que si no fue Antonio Chenel comunista, tampoco fue de las derechas.  De Antoñete, el de mechón blanco y el de la madurez del clasicismo, escribió Amorós: “No importa que corte o no orejas, ni que le saquen a hombros. Toreando así, la gracia vence a la tragedia y los perfiles bárbaros de la Fiesta se redimen definitivamente en la belleza”. 

 

Y no tenemos más espacio para escribir de tantos y tantos caballos destripados y muertos por cuernos de los toros antes de lo del peto en la llamada “suerte de varas”; tampoco de Perico Beltrán y del lenguaje taurino. De Paco Nieva sólo diré que pensó mal de los toros en su furiosa obra teatral Coronada y el Toro y que poco escribió de lo taurino, aunque si un cuento titulado El burdel más bello del mundo

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