martes, 26 de octubre de 2021

COPULATIVAS (Y/O) DISYUNTIVAS, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en "La Voz de Asturias" el domingo 24 de octubre de 2021)

 

                             (Asuntos de Gramática y de Política)

         Parece raro, pero así aconteció. Después de haber soportado a los once años un cafre, profesor de Gramática española, que era marista y natural de León, que era un “hermano” sin ordenar y que repartía más hostias que los “padres” ordenados al final de las misas, mantuve, no obstante, una permanente afición a la Gramática. El gusto por la ciencia gramatical llegó al extremo de que el libro gramatical de Luis Miranda Podadera fuese mi libro de cabecera, antecedente de los dulces sueños, sin pesadillas nocturnas por rezar siempre lo de los benedictinos de la Abadía de Solesmes: Procul recedant somnia, et noctium phantasmata (“Aleja de nosotros los fantasmas nocturnos y el engaño de los sueños”). 

Desde 2019, el libro de cabecera, para bien escribir y mejor dormir, pasó a ser Glosario de términos gramaticalesde la Real Academia española y de otros, editado por la Universidad de Salamanca en aquel año. Y siempre las conjunciones en esos libros me interesaron mucho, pudiendo ser, acaso, porque todo lo terminado en “ón”, como conjunción, me agrada, o tal vez por el riesgo en el cuidado debido para no colocar una “o” donde debe ser una “u” -conjunción en vez de “conjonción”-, que puede ser terrible. 


No obstante los atractivos indicados, destaco la preocupación que me causan las conjunciones por ser siempre invariables, ni masculinas ni femeninas, ni singulares o plurales, lo que no casa conmigo, que tengo afición a lo variable, a lo que lo no es definitivo, como el ius variandi de los contratos administrativos. En consecuencia, siempre preferí el Purgatorio al Paraíso y al Infierno, estos últimos, según cuentan los cuentos, siempre estáticos, permanentes. Además, para acreditar lo dicho, traigo el recuerdo de que transité del inmutable notariado, de tanta riqueza, a la variable judicatura, de tanta pobreza, y ello a diferencia de otros y de otras, siempre en lo mismo. A eso, se le puede llamar “desprendimiento ascético”.

         Y dentro de las conjunciones, me interesaron las disyuntivas y las copulativas, más que las demás. Las copulativas, sin más analizar o descubrir sus muchos intríngulis, gustarán más a los lectores y lectoras, pues si las disyuntivas son también interesantes aunque estériles y con muro divisorio, las copulativas propician lo redondo, el engorde, la preñez y los natalicios. Ganaderos son de las disyuntivas: “o animales vacunos u ovejas o ganadería de porcinos intensivos/ o los lobos”, así como los ecologistas son de las copulativas: “animales vacunos, y ovejas y ganadería de porcinos intensivos/ y lobos”. 

 Vayamos por partes y sin precipitación:  

         Los partidarios de las disyuntivas, del “o”, suelen ser autoritarios y acelerados, drásticos y rotundos, con afición a colocarte las pistolas al pecho como en duelos retadores de hace siglos, y siempre igual: “o lo tomas o lo dejas”; todo tiene que ser ya, ya, y como decía Fraga y los suyos: “y punto final”. Suelen, además, ser monógamos y celosos, les faltan los terceros tan importantes en lo sexual y lo matrimonial -el matrimonio como cosa de tres, no de dos-, pues están permanentemente con “el conmigo o sin mí”. Sus guerras son Cruzadas y han de acabar en Victoria. 



Por el contrario, los partidarios de las copulativas, del “y”,  parecen ser más flexibles, bizcochables, al igual que los bollos suizos, que no preñaos, con azúcar quemado y vuelto a quemar, siempre por arriba; a casi todo dicen que sí y siempre, firmes partidarios de las “terceras vías”. Creen, sin duda, en el cambio climático y en la descarbonización de La Calzada, Aboño y de todo Gijón, así como en el barrio de la Luz de Avilés. 

         Y de lo más importante, importantísimo, es que los de las disyuntivas separan, como si fueran albañiles manipulando cementos, de manera radical, la vida de la muerte, la salud y la enfermedad. Los de las copulativas creen, por el contrario, que la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, son de tanta proximidad que hasta se tocan, con tocamientos y roces constantes -no hay preñez sin tocamientos-, pues para preñar hay que tocar los debidos instrumentos, más o menos afinados. No sé si los cristianos somos de las copulativas o de las disyuntivas, sabiendo, eso sí, que los mahometanos son muy copulativos, pues Mahoma, en el Corán, sura Al-An,am escribió: “Dios hace surgir la vida del seno de la muerte, y la muerte del seno de la vida”. Y siempre quedan los que no son de las disyuntivas ni de las copulativas: son los de la resurrección de las carnes.

         
Que la muerte forme parte de la vida, y que sin ésta no se pueda entender aquélla, supuso una gran revolución, antropológica. Y qué decir de eso tan interesante que refiere que la salud y enfermedad no van cada uno por su carril sino que comparten el mismo, como si se tratara de ADIF. En general, hay salud cuando la enfermedad baja, y hay enfermedad cuando la que baja es la salud, siendo de tener en cuenta: 


En primer lugar, porque, al parecer, todos estamos sanos y enfermos al mismo tiempo, siendo la llamada curación una entelequia, un imposible, como la dialéctica de Hegel. En segundo lugar, porque si coexisten la salud y la enfermedad, y esta última puede ser física o psíquica, habrá que preguntarse: 

--¿Cuántos de los que nos gobiernan, y también de la oposición, que parecen tan sanos, en realidad, son enfermizos, con padecimientos esquizoides y otros desequilibrios, que creyéndose genios, en realidad son unos locos? No tienen ni siquiera, los pobres, los títulos con los que presumen.

--¿Cómo es posible que tantos presidentes de lo que sea, con los que nos cruzamos en la calle o vemos fotografiados en los periódicos, no sepan que su exaltación orgullosa sólo es pura melancolía, o/y ostentación a intervalos de depresión y manía?

Hay que definirse y volver a lo principal, estimado lector/lectora: ¿Es usted de las conjunciones disyuntivas o/y de las copulativas? Esa pregunta es el principio del Génesis y de cualquier génesis.

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lunes, 18 de octubre de 2021

BURRA Y BOTIJO, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (Publicado en "La Nueva España", 16 de octubre de 2021)

            Expertos en Preceptiva literaria, ciencia autoritaria en la que tantos maestros y maestras nacionales era peritos, indicaban que los títulos de lo que fuere, de libros, de capítulos y de artículos periodísticos, tan fáciles de escribir y de tanto interés, han de ser trasmisores de signos seguros para que el lector/lectora sepa a qué atenerse, perdiendo el tiempo justo, tan justo como los precios en un mercadillo navideño organizado por frailes franciscanos o capuchinos, que son iguales.   



Así, un título como el antecedente, Burra y botijo, no es signo seguro, lo reconozco; al contrario, es confuso. Unos se asustarán, pensando lo atrevido que hay que ser para escribir en estos tiempos acerca de las burras, femeninas de burros, llamadas pollinas en lenguaje cervantino; otros, muy asturianos, serán indiferentes a los botijos, bien porque siendo botijos ellos mismos, se consideran más espigados que los espárragos gigantes de La Rioja, o bien por lo barata que está el agua (en mi Lydl, el de San Lázaro, subiendo al Cementerio de San Salvador, hay botellas de agua a 0,18 céntimos de euro). 

         
Durante un tiempo me cansé viendo a “burras lecheras”, atadas a los postes de luz, en muchos lugares de Oviedo, en El Rosal, en Muñoz Degraín, en el Postigo, y en la cercanía de la Plaza “El Paraguas”, la de la leche, en tiempos anteriores a los de la Central Lechera Asturiana. Me llamó la atención lo pequeñas que eran las burras, de rabos cortos o escasamente rabudas, en comparación con los machos, los burros, que lo tienen todo grande. Las burras o pollinas, negras, y grises, caminaban como encogiendo sus patas traseras, como si quisieran esconder el sexo; eran unos andares que recordaban a los propensos a colitis.


Y la poética de la “burrez”, que empezó con la observación de las burras cargadas de latas de leche, llegadas desde La Manjoya, tuvo su apogeo con las lecturas poéticas de Juan Ramón Jiménez, sólo de buen carácter cuando escribía del burro Platero, al que enterró con amor en Nazaret de Moguer, a la sombra del pino Gordo. Lo de la esposa, Zenobia, es otra historia, como otra historia es la leche de burra para el baño de Popea, la amante de Nerón.


  



Asturias, por ser tierra de mucha agua, nunca precisó de botijos; apenas a ellos se refirió el etnógrafo y cura José Manuel Feito, fallecido, en en su libro La artesanía popular asturiana (1977). La página 10 de Babelia, del 17 de julio de este mismo añotitulaba La dinámica del botijo, aquí, en tierra “carbayona”, apenas fue leída, y eso aunque se cuenten cosas tan interesantes como que el botijo, por formas de barriga, es de simbología femenina y fecundante, además de gestor eficiente del agua: “gracia de polisemia” se concluye en BabeliaAhora “lo botijo” pasó a ser simbología masculina, y pensando en ellos, en tantos botijos, resulta doloroso el pensar en el sufrimiento de tantos, que inclinados muy de mañana, prietas las barrigas, han de colocarse los calcetines, los grises o de colores, o atar los cordones de los zapatos casi amarillos.

            Pero no, estimados lectores/lectores, esto no va de burras ni de botijos; esto va de trenes, como de trenes fue la imponente novela de Eduardo Zamacois, titulada “Memoria de un vagón de ferrocarril”. De trenes, llamado uno el “Tren burra” y otro el “Tren botijo”, y de la RENFE asturiana, acaso hoy ADIF, que no siendo ni burra o botijo, pudo ser aún peor. Ante esta, mi revelación, unos exclamarán ¡Ah, ahhhh! como con alivio, que es un luto de grises, los miedosos de toda la vida; otros exclamarán ¡Bah, bahhh! los insatisfechos o prontos a decepcionarse, también de toda la vida. Y como interesa concordar a ambos, para que lean lo mismo aunque de diferente manera, procede recordar a Graciano, no al periodista, no al monárquico, no al ahora poeta, lector del portugués Torga, sino al genuino, al canonista del siglo XII especializado en Concordia discordantium canonum. 


La máquina "inglesa" con autoridades locales

        


 
Lo mejor escrito acerca del “tren burra” se debe a uno de Palencia, llamado Julián González Prieto, Julianín o Juli, que explica en su libro, publicado por Editorial Cultura Norte, en 2010 (“Libros para un reino milenario”), de qué manera, saliendo de Palanquinos (León), picados los billetes por el revisor, se podía llegar con la locomotora a vapor, viéndose desde lejos los penachos de humos, hasta Medina de Rioseco (Valladolid), pasando por Valencia de don Juan, en aquellos tiempos, antes de ese “vinito” de moda, de uva “prieta y picuda” y antes de que esa Villa, la de Coyanza, fuera lo que es hoy por lo de la piscina: una Perlora del siglo XXI, como en tiempos fue la Perlora asturiana de Educación y Descanso. En Valencia de Don Juan se organizan eventos tan originales y cazurros como el de “Nuestros Mayores bailan”…

            Y el “tren botijo” salía de Madrid a Alicante, al grito de ¡viajeros al tren! llevando botijos para mantener fresca el agua durante el interminable viaje, y aplacando la sed durante la travesía por Castilla y la Mancha, tierras que el mismísimo Immanuel Kant, el de La paz perpetuasin moverse de Königsberg, calificó de “espacios absolutos y sin cosas”. Un territorio in-menso, es decir, sin medida. 


Y las máquinas ferroviarias, no sólo las de vapor, llevaban botijo; también lo llevaban las primeras eléctricas, de la serie 7700, de sobrenombre “las inglesas”, de color verde, de 122 toneladas de peso y 22 metros de longitud cada una, y utilizadas en las líneas León-Gijón y León Ponferrada, operativas desde mediados de los años cincuenta hasta mediados de los noventa del pasado siglo, muy apropiadas para la “rampa de Pajares”, que, como escribió Fermín Rodríguez Gutiérrez: “Superó la Cordillera, abasteció España y desenclavó Asturias.  

La máquina verde, inglesa, con vagones del tren rápido Gijón-León

RENFE en Asturias ni fue “tren burra” ni “tren botijo”, ni burra o botijo. No sé si fue mejor o peor, y así hasta hoy, no sé si RENFE o ADIF. Sospechas de lo peor hay muchas

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lunes, 11 de octubre de 2021

POMPAS FÚNEBRES, QUE NO DE JABÓN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en "la Nueva España" el 12 de octubre 2021)

           

A Carmen Ruiz-Tilve, que quiero más de lo que se imagina.

 

 

Decir lo evidente como que Venecia es muy bonita, es decir nada; incluso suena a bobada como tantas dichas por aquéllos a los que nos referimos en el artículo anterior, de Nabos y otras berzas. Cosa distinta sería, y muy seria, decir qué es lo que hay de  “veneciano” en esas ciudades europeas, en San Petersburgo, Ámsterdam o Brujas, calificadas como las otras “Venecias de Europa. Regresé hace horas de Aveiro, la llamada “Venecia de Portugal”, y el parecido con la genuina y verdadera italiana, me pareció no existir: nada en Aveiro de palacios con hadas, ni opulencias bizantinas como los caballos colocados en San Marcos, ni góndolas negras que avanzan como cisnes negros. En Aveiro las barcazas son a motor. 

 


Y como siempre que me aburro, mi distracción consiste en comer pasteles; en el caso de Aveiro, fueron los ovos moles, gustados en una pastelería cercana al Hotel Moliceiro y próxima a La Tasquinha da Ria. Como el  aburrimiento es frecuente en Oviedo, lo supero comiendo milhojas en la Confitería Asturias, en la calle Covadonga; antes fueron los milhojas de la Confitería Niza, en la calle Magdalena, y en la misma calle, al otro lado, en la Confitería de Las Dueñas, sucursal de la de la calle Palacio Valdés, de las apellidadas por parte de madre, las Lorenzo. Por tanto apellido “Lorenzo” en esta ciudad, de pasteleras y alcaldes, que acaso sean lo mismo, bien podría llamarse Vetusta “El lugar de Lorenzaccio“, como la obra del pedante y romántico Alfredo de Musset. 

 

Las pompas fúnebres en Venecia siempre me fascinaron, pues fascinante siempre me resultó ver pasar una góndola funeraria por el Gran Canal, portando, al ritmo del suave oleaje, el féretro con el cadáver, mezclados los olores de las salinas aguas y de las flores del muerto, y camino en procesión hasta el cementerio de San Michele (Isla de los muertos). Tal cementerio es una inmensa Isla, y hasta llegar a ella, se pueden escuchar, en el trayecto músicas de bandolinas con notas de Vivaldi. Además, si el muerto, en vez de haber sido católico, hubiese pertenecido a la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla, mucho mejor aún, pues ver y escuchar a tres popes, barbudos, subidos a una góndola, junto a un féretro, cantando, con ronquera, liturgias y recitando letanías, hasta el más ateo acaba creyendo en Dios. 

 

Y no dejo de pensar en la fastuosidad que debió de haber con ocasión de las procesiones mortuorias, camino de la Isla de San Michele, de dos muertos, en vida estetas de la Santa Rusia, fieles al Patriarcado de la Iglesia Ortodoxa rusa, la de toda la vida allí, incluso en tiempos de Lenin, hoy momia. Uno llamado Serguéi Diaghilev, cuyo amante, el bailarín Ninjsky, murió loco a los veintiséis años, lo cual fue considerado como la última prueba de su sensatez. El otro, Igor Straavinsky, contra el que no pudo ni Stalin, siempre peinado, el Igor, con raya en medio de fijador, viendo fuego en todas partes y en todos, en los pájaros incluidos.

 


Acaso tanta contemplación de lo fúnebre veneciano fue consecuencia de la atracción por lo fúnebre ovetense, pues haber nacido en la calle Campomanes y visto pasar, bajando, tantos entierros, hasta la “despedida del duelo”, resulta imborrable e importante. Una “despedida” que tenía lugar, abajo, junto a la calle Magdalena, y mirando al “Campillín” y a Arzobispo Guisasola, enfrente justo de la Panadería de Lupe y la Carnicería de Pilarina, que tenía una hermana rica, rica por farmacéutica en Gijón. Los curas, presentes en los entierros hasta la despedida del duelo, con inmensas capas pluviales de color negro con dorados como oros, podían cambiar, pero los vehículos fúnebres siempre eran los mismos: uno muy exuberante, de la denominada “Funeraria Empresa-Fortuna”, la de Cabo Noval, y otro más sensato, de “Funeraria Guerra”, la de Rúa 11, especializada, como se anunciaba, en “arcas para traslados y en carrozas de gran lujo”. 

 

Precisamente en los locales de esas funerarias se podían ver, desde la calle, los féretros a estrenar, debidamente estanqueados. Por eso, las funerarias y los estancos tanto se me parecieron, no sólo por la nicotina mortal, sino también por estar muy bien colocados, muy ordenados, unos encima de otros, los féretros, y las cajetillas de tabaco también. Si no querías ver los féretros, desde la calle, apilados porque “te daba un no sé qué”, tenías que dar vueltas o andar a lo perifrástico, como ir al Teatro Principado, en Cabo Noval, no entrando directamente por la calle Santa Cruz, sino por la calle Principado. Si querías ir a la oficina de la Caja de Ahorros o a Fluorescencia Onís, en la Plaza de la Catedral, tenías que dar una vuelta para no bajar por la calle Rúa, bajando por Altamirano, y llegando a la Plaza de la Catedral, pasando antes por la Plaza de Porlier. 

 


Es verdad que no todos los cortejos fúnebres bajaban por Campomanes. Hubo procesiones mortis-causa muy celebres y multitudinarias que transcurrieron por otras vías. El entierro de don Valentín Masip colapsó las calles Fruela y Jesús, en los años sesenta; el entierro del Arzobispo Lauzurica colapsó las calles San Vicente y Jovellanos, también por aquellos años; el funeral de don Agustín de Saralegui, a finales de los setenta, abarrotó la plaza de la Catedral con el funeral en San Tirso. La Iglesia de los Carmelitas y la calle Santa Susana, en los años ochenta, quedaron pequeñas por las multitudes que despidieron al notario Caicoya y a su esposa Carmen, sin duda, ésta una Cores y de lo más elegante, viéndola aún subiendo por Toreno, a la altura de Politecna, con sus ojos claros y su tez tan blanca que parecía azul.

 

Cuando murió el Arzobispo Lauzurica, en 1964, los Maristas de Santa Susana obligaron a que sus bachilleres fuésemos a rezar ante los restos mortales de Monseñor, que la Santa Sede, sabiamente, había trasladado a Madrid cuando la sangre episcopal ya no llegaba al cerebro; fue entonces cuando la mujer de Franco decidió que don Segundo García de Sierra y Méndez, antes párroco gijonés, fuese arzobispo coadjutor. Lauzurica, inmenso, grande, me confirmó en una mañana de fiesta en San Isidoro; y aquella imagen de Lauzurica, grande como su capa episcopal, contrastó con lo pequeño que me pareció allí dentro, en el cajón mortuorio, instalado ardientemente en el Palacio Episcopal. Mala suerte tuvo don Segundo, pues días antes de morir Lauzurica, la Santa Sede y Franco nombraron Arzobispo titular de Oviedo a Tarancón y a él Arzobispo de Burgos. 

 


Lo ruso y lo veneciano siempre me interesaron mucho en lo global y en lo local, sabiendo que fue pasión de rusos y rusas morir y enterrarse en Venecia, tal como supimos de Diaghilev y Stravisnky, y de marquesas, no como las de aquí, sino primas de los Romanov. Y en esto ocurrió una cosa sorprendente, acaso milagrosa: muchas mañanas, desayunando un café y una “pinca” (bollo con trozos de frutas escarchadas), en la Confitería Rialto, en la calle San Francisco, de Oviedo, me preguntaba: ¿Cómo será posible que llamándose la Confitería de manera tan veneciana, RIALTO, la especialidad sean las MOSCOVITAS?

 


La inicial perplejidad la llegué a transmitir  a sus dueños, los Gayoso, que no me hicieron ni p… caso. De pronto, un día, caí en la cuenta: el éxito con las Moscovitas del Rialto, forma parte de ese mágico e irresistible atractivo o embrujo, que siempre y para todo, tienen lo ruso, moscovita, mezclado con el Rialto veneciano. Por ello, tratándose entre ambos, el negocio es siempre seguro, muy seguro. 

 

¡Menudo kikirikí, el de los Galloso o Gayoso, padre e hijo, del Rialto ovetense!

 

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