lunes, 15 de marzo de 2021

"EL JESUITA CON TRICORNIO" (segunda parte), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ( publicado en "Religión Digital")


Antes de iniciar esta segunda parte, responderemos a tres cuestiones (1ª, 2ª y 3ª), que estimados lectores han hecho llegar, y que están relacionadas con la primera parte, publicada hace una semana.

 


1ª.- La gran aportación desde la Literatura a la Ciencia Política, por la novela Il gattopardo, es el denominado gatopardismo, que es un mecanismo artificioso de conservación del poder, que busca que las fuerzas y relaciones políticas permanezcan iguales, a pesar de las apariencias cambiantes. Gatopardismo que es aplicable a todas las instituciones en las que se “juega” o “baraja” el poder, sean civiles o católico-religiosas. Es interesante analizar aquel mecanismo, muy conservador, de retención del Poder dentro de la Iglesia católica; pero ese no fue el objetivo prioritario de la primera parte ni lo es de esta segunda, si bien, naturalmente, se rozará, por ejemplo, al tratar la votación popular en el plebiscito sobre el cambio de Régimen monárquico, en el que “nuestro” protagonista no votó, el jesuita y siciliano Pirrone, de origen campesino (I natali di padre Pirrone erano rustice).

 

2ª).- Escribimos de la encíclica de Pío IX Quanta cura (1864) seguida del índice de errores (80) o Syllabus que “era de lectura escandalosa hoy”, y eso lo escribimos teniendo en cuenta ese principio general del tempus regit actum. Escandalosa hoy y antes la tal Encíclica,  y menos mal que el siguiente Papa, León XIII, de extraordinaria inteligencia, así como su Secretario de Estado, el Cardenal Rampolla, supieron “colocar las cosas en su sitio”. En su sitio, tanto la Doctrina Social de la Iglesia como la Diplomacia pontifical con esa peculiaridad consistente en que los nuncios o embajadores pontificios sean sacerdotes, luego es una diplomacia, la eclesiástica, muy rezadora. Ello en un tiempo, el de León XIII, en el que el Papa, confinado en los palacios vaticanos, no era ya titular de los estados pontificios –la cuestión romana, que duró más de medio siglo-. La Santa Sede continuó y recuperaría el Papado la Jefatura del Estado, el de la Ciudad del Vaticano, a partir de 1929 con los Acuerdos de Letrán, de Pío XI y Mussolini).

 

3ª).- Las disposiciones mortis causa ordenadas por Lampedusa acerca de sus funerales y honras fúnebres están en el Prefacio escrito por Lanza Tomasi en la edición de El gatopardo por Anagrama (2020). Tales disposiciones, si bien no fueron de la radicalidad de las del otro escritor siciliano célebre, Pirandello, sin embargo las recuerdan: enterrado está Lampedusa, junto con la que fue su esposa, en el siniestro Convento de Capuchinos de Palermo. Después de la publicación del libro de Andrea Camilleri, Ejercicios de memoria (2020), quedaron aclarados definitivamente los oscuros episodios del destino de los restos incinerados, a petición propia, de Pirandello. 

 

4ª).- Un lector estimó que la elección de un jesuita como confesor del príncipe Salina es de pura anécdota. Acaso tenga razón el lector, pero, por el contrario, pienso que tal elección está relacionada con el prestigio, influencia y mucho poder que tuvieron los jesuitas durante el Pontificado teológico-político de Pío IX. Parece coherente que un aristócrata tuviera como confesor a un jesuita. Un jesuítico Pontificado, el de Pío IX en el que se creó la Revista Civiltá Cattolica, de tanta importancia hasta hoy; se convocó y celebró el Concilio Vaticano I y se excomulgó al Rey Vittorio Emanuele II. Punta de lanza –los jesuitas- contra la Reforma primero (Siglo XVI) y contra la Modernidad después (Siglo XIX).

 


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Y ya comenzamos la segunda parte sobre el clérigo y jesuita Pirrone, personaje de Il gattopardo, acerca de su pensamiento religioso-político, tanto en presencia del príncipe Salina, como ya alejado de él (siguiente tercera parte). 

 

(I)

 

El padre Pirrone acompaña al príncipe Salina en su desplazamiento a Palermo, viendo éste, con pecado, a su querida Mariannina y recluyéndose el clérigo en la llamada Casa Professa

 

Un señor feudal, como el príncipe Salina, tiene que describirse literariamente en superlativo. Es el “principón”. “Su peso de gigante hizo temblar el pavimento”. Después de la cena, “en la que el príncipe sirvió personalmente la sopa, grata tarea que simbolizaba los deberes nutricios del pater familias”, y por acercar la esposa, Stella su mano infantil, acariciando la potente zarpa (de él) que apoyaba sobre el mantel, por ese sencillo y leve contacto, hizo aparecer, de repente y como un relámpago, la imagen de la querida Mariannina, con la cabeza hundida en la almohada, provocando al aristócrata ganas de verla en Palermo, por lo que tomó una decisión inmediata: “Iré a Palermo”. Oído lo cual por la esposa –escribe Lampedusa- “los ojos de ésta se volvieron vítreos”; y ante lo cual, añade el novelista: “Como era inconcebible que se retractara (el príncipe) de algo ya decidido”, mandó al Padre Pirrone que le acompañará. Con lo cual se añadió “la befa a la crueldad”, según consta escrito. 

 

El jesuita, aunque ofendido por la prepotencia del Salina, acompañó sumiso al príncipe a Palermo, con el tricornio bien colocado y encogido, por las dimensiones del señor, en un rincón del carruaje, quedándose en la jesuítica Casa Professa durante el tiempo de los principescos amoríos. Resulta comprensible que la princesa tuviera una crisis histérica por la infidelidad de Palermo. Es un tema muy siciliano el de la locura de las mujeres ante las infidelidades de sus maridos, lo cual estuvo muy presente en la vida y obra de Pirandello, esposo de la loca María Antonietta Portulano. 

 

Descendiendo ya a Palermo, se veían, tal como cuenta Lampedusa, las cúpulas de los conventos “semejantes a senos ya sin leche”, conventos ricos y pobres, nobles y plebeyos, de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos…Llama la atención que no siendo los jesuitas religiosos conventuales ni frailes, escriba Lampedusa, sabiendo tanto, sobre “conventos de jesuitas” (conventi di gesuiti). ¿Será un error?

 

En un momento del traslado a la cercana Palermo, el jesuita, asustado por los fuegos revolucionarios en los montes cercanos de la Conca d´Oro palermitana, exclamó: ¡Qué hermoso país sería este si excelencia, si…! Y el príncipe siguió irónica y sugerentemente: “Si no hubiera tantos jesuitas…”. 


 

Al tiempo que el príncipe Salina reconocía su condición doblemente pecadora, ante la ley divina y ante el amor humano de su esposa, exclamaba a modo de causa de justificación sobre el eros siciliano: “Siete hijos me ha dado, pero jamás le he visto el ombligo. ¿Es justo esto? ¿Cómo hago para contentarme con una mujer que en la cama, se santigua cada vez que voy a abrazarla y que luego, en los momentos de mayor emoción se limita a decir “¡Jesús María!”? Y pensó don Fabrizio en la no necesidad de confesarse, porque el confesor jesuita ya debía conocer las faltas o el pecado mortal cometido. Mas en boca del padre Pirrone se señaló la ortodoxia de la confesión sacramental: “La eficacia de la confesión no consiste en solo en referir los hechos sino también en arrepentirse del mal que se ha cometido; y mientras no lo hagáis, y no me lo demostréis, os consideraré en pecado mortal, conozca o no vuestros actos”. 

(II)

 

El padre Pirrone no votó en el plebiscito sobre la llamada “Revolución”, que no resultó tal por la connivencia de los aristócratas contra Garibaldi, y si lo hizo, por el contrario, el príncipe Salina.

 

En Donnafugata, lugar de veraneo de la familia Salina, el resultado de la votación sobre el cambio de régimen político –sustitución de la Monarquía Absoluta de los Borbones, cuya capital era Nápoles, por la Monarquía de los Saboya, cuya capital iba a ser Roma, con cuadros por doquier de Vittorio Emanuele y Garibaldi-- fue unánime: de 512 votantes, 512 votos síes, entre ellos los del propio señor feudal o Salina. La posición de la aristocracia, del príncipe Salina, y de la Iglesia, el jesuita Pirrone, ante el nuevo régimen liberal fue muy diferente. 

 

La Iglesia se opuso de manera radical y continuada a los “liberales”, también llamados masones; la denominada “revolución liberal” en Italia (de la nueva Sicilia, no feudal, en el seno de la Italia resurgida, burguesa), acabó con los Estados pontificios y con el Absolutismo de los Borbones. ¡Viva la bandera tricolor! se cantaba. En la España de los trienios liberales y del Carlismo del siglo XIX también se amenazó y se efectuaron expropiaciones y desamortizaciones de los bienes eclesiásticos --sobre esto escribimos aquí en Religión Digital en julio de 2020 Desamortizaciones e inmatriculaciones-. Fue radical la oposición del Papado de Pío IX y de la Iglesia en general al cambio dinástico en la Italia de 1860; por eso, en el plebiscito de Donnafugata, para evitar el voto negativo, el jesuita, muy discreto, precavido y fiel a su jerarquía, non votó afffatto, perché era stato attento a non farsi inscrivere come residente nel paese.

 

La aristocracia siciliana, personificada en el príncipe Salina, “que durante tantos años había barrido de un zarpazo cualquier dificultad que se le había puesto por delante”, mantuvo desde el principio, influenciada por el sobrino Tancredi, una posición gatopardista: En la novela se escribió lo siguiente, que es núcleo del gatopardismo: «Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y, después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado». Él voto favorable, “contra natura” del príncipe Salina, y los consejos de éste a los campesinos que consultaron a su señor feudal, favorables al cambio político, formaron parte del gatopardismo; pero lo que dijo don Fabrizio a Chevally, al final de la Cuarta parte de la novela, no es gatopardista: “Soy un representante de la vieja clase y me siento por fuerza comprometido con el régimen borbónico al que me liga el sentido de la decencia, ya que no el afecto”. 

 

(III)

 

El jesuita en su lugar de nacimiento, San Cono, respondió de manera extraña a las preguntas de amigos suyos sobre la opinión de los “señores” sobre la cambiante política. Opiniones, las del jesuita, a través de la pluma de Lampedusa, son básicas para entender al jesuita Pirrone y a las relaciones entre Iglesia y Aristocracia en el risorgimento  italiano. Continuará. 

 

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