domingo, 10 de marzo de 2024

CELA, EL DE IRIA-FLAVIA. Artículo de ÁNGEL AZNÁREZ publicado en LA VOZ DE ORTIGUEIRA, La Coruña el 12 de enero de 2024

           Camilo José nació en un lugar especial, que impone, en la aldea coruñesa de Iria-Flavia, que fue el inicio de la Historia Compostelana, pues en sus tierras predicó y fue sepultado Santiago El Mayor. En la importancia de Iria Flavia, sea verdad histórica o sea leyenda, para derrotar al poderoso imperio musulmán de Al-Ándalus, estuvieron de acuerdo Sánchez Albornoz y Américo Castro. 

 Confieso mi admiración por las plumas de los siguientes escritores gallegos, con los que tanto disfruté y aprendí. Primero fue Valle-Inclán, fallecido en 1936; luego fue Fernández Flórez, fallecido en 1964; más tarde fueron Álvaro Cunqueiro y Torrente Ballester, fallecidos, respectivamente, en 1981 y 1999; finalmente disfruté y aprendí con Camilo J. Cela, fallecido en 2002. 



Y revelo ahora, como ángel que soy, mi llegada al Condado de Ortigueira, en el lejano año de 1978, para saber si eran de verdad las maravillosas y fabulosas aventuras que contaron aquellos gallegos, naturales de Pontevedra, La Coruña, El Ferrol y Lugo. Doy fe que fueron verdad.  

            Con mucha pena cito a Antonio Jiménez Barca: “Hay una regla escrita que advierte de que todo escritor, por muy célebre que sea, sufre un eclipse pasado un tiempo desde su muerte”. Eso es una verdad lamentable, y por eso, contra eso, me gusta escribir de esos difuntos, como si patalease enfadado y arrojando al suelo las papillas desde la “trona”, la mía. 



            El pasado domingo, el 17 de este mismo mes y año, en el Rastro de Oviedo, adquirí, al precio de un euro, el libro de Camilo J. Cela, titulado El gallego y su cuadrillaeditado por Destino, 3ª edición, diciembre de 1967, con prólogo fundamental de don Camilo sobre lo carpetovetónico. El 21 siguiente, en mi librería ovetense, compré El taller del escritor (Camilo José Cela), en edición muy reciente a cargo de Cristina Carbonell y otras, interesándome el trabajo de Marisa Sotelo sobre el libro al principio indicado, el del gallego. 



            Los errores cometidos por Cela, sus arrogancias, desmesuras y “el monarquismo” de pelotillero, no me apartaron de su literatura magnífica: novelas, viajes y tipos carpetovetónicos. Recuerdo ahora su campanuda proclamación al recibir el premio “Príncipe de Asturias de las Letras”, en 1987: “Alteza, los españoles estamos orgullosos y celosos de vuestro padre, el Rey, pero tenemos la difusa pero también ciertísima convicción de que sin su providencial presencia entre nosotros no estaríamos celebrando aquí y ahora esta fiesta de concordia y de paz”. Y el Rey, padre o papá, estaba allí. 

            Tres sentencias me interesaron mucho: a): La sentencia dictada en primera instancia, de 11 de enero de 2010, por el Juzgado de 1ª Instancia de Madrid; b) La dictada en apelación por la Audiencia de Madrid, el 31 de mayo de 2012 y c) La sentencia del Tribunal Supremo de 2 de octubre de 2014. Las tres sobre el conflicto por la herencia de don Camilo, entre su segunda esposa, Marina, y su hijo único, Cela Conde, del primer matrimonio contraído con Rosario Conde. La victoria judicial del hijo fue de apabullar.



Esas sentencias las tuve que estudiar con detenimiento, pues afectaban a un tema básico de Derecho civil: la protección de la llamada “legítima” de los hijos, frente a lo demás y a los demás, cónyuge incluida. Y cada vez que veo y ojeo entrevistas a Cela, en papel o en vídeos, tan dominante y arrogante, pienso en lo encogido que estaría, al saber que su testamento y que muchas de las últimas escrituras por él otorgadas, fueron anuladas por fraude a los derechos legitimarios del hijo. 



No se pudo imaginar Cela que, ya muerto, iba a protagonizar un típico enredo novelístico como del romántico siglo XIX. ¡Qué mal quedó! Pensando en don Camilo, recordé con pena, lo que escribió uno de mis cretenses favoritos, Nikos Kazantzakis: “Era un pavo real y tenía abiertas permanentemente sus llamativas plumas, pero si se le desplumaba se encontraría una vulgar gallina”.  

Continuará.

                                Fotos del autor de Santa Marta de Ortigueira

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