Publicado en LA NUEVA ESPAÑA (3/06/2012)
El cabello es de naturaleza vegetal, más que
animal.
Don Ramiro Fernández, peluquero y psicoesteta, en reciente conferencia según leí esta misma semana en
A
don Ramiro Fernández le tengo aprecio y respeto; es doblemente compañero pues
compartimos pan y panchón en la fiesta de “Los Humanitarios” de Moreda por San
Martín. No obstante eso y su excelencia acreditada, no es mi peluquero de
cabecera por dos razones. La primera, larga de explicar, porque al vivir en
Gijón –los ovetenses de toda la vida y los mejores, no vivimos ya en Oviedo- es
llegar a la sala de operaciones de don Ramiro, en la calle del Arquitecto
Reguera, aparcado el vehículo en la de Don Ventura y padecer todo tipo de
desventuras por culpa del Comisario Principal y Jefe de la Policía Local (seguramente
también por los comisarios accesorios y subjefes), que me saetean con multas, a
pares. Ahora estoy, cual mosca en tela de araña, en uno de esos enredos que la
jerga administrativa denomina recursos de alzada, y que yo denomino “vaqueiros”
(los recursos), omitiendo detalles para evitar a los lectores y lectoras mareos
por mucho intríngulis.
Foto tomada en Méjico por el autor |
La
segunda razón por la que don Ramiro no me rapa -tiene nombre de Rey del
“Asturorum Regnum, esposo de doña Urraca-, es que, colocado yo en la silla
barbera y enfundado con una sábana a modo de babero, ambos, nos ponemos a
filosofar sobre Psicoestética, con tan elevada y sublime abstracción teórica,
que él se olvida de cortarme el pelo y yo no me dejo. Como ejemplo de ello, narro
a continuación parte de nuestra última disquisición psicoestética, de la que
sin duda se acordará don Ramiro: debatiendo
sobre la calvicie, le aconsejé que a los calvos, a los que le caen bien, los consuele
con aquello de:”En las grandes autopistas nunca y jamás crece la hierba”; y que
a los calvos, calvos como peladillas, a los que le caen mal, les incordie con
lo de “Tiene usted el mismo problema que
los árboles, que empezaron a secarse por la copa”. Y todo ello –le añadí-
siempre dicho con la mejor técnica, que es la que no se nota ni estriñe.
Es
sabido que todas las ciencias que empiezan por PSY (Psicología, Psicoanalisis,
Psiquiatria), son ciencias de parlamento, cháchara y de bla, bla y bla. La Pscoestética también,
y desde muy antiguo. Contó una vez el cineasta Rafael Azcona a escritor y
galerista Manuel Vicent que los peluqueros de antes, siempre avisaban al cliente,
informándole que el precio del corte de pelo variaba según fuera sin o con
conversación, y que en esta última modalidad, el silencio sería obligado en el único
y preciso momento en que el maestro rapador o rapista ha de agarrar la nariz
del postrado, tirando suavemente de ella hacia arriba, para dejar muy perfilado
y afilado, con el instrumento de la navaja barbera, el bigote o bigotazo, o la
barba de chivo si colgase.
Foto tomada en Méjico por el autor |
Por ser don
Ramiro casi un angel, aunque esconde un genio de demonios, me gusta
frecuentarlo. Tengo, pues, que fastidiarme, resignándome a que mis acicalamientos
peludos, que tanto necesito, sean en la Villa del Prócer (Jovellanos), también muy peludo
según pintura goyesca. Hay, más aún, otra razón de frustración importante: para
llegar a don Ramiro hay que bajar unas escaleras que me evocan otros descensos,
de un sabor especial. Es como entrar en una bodega de Castilla o León para comer
guisos de conejo o bacalao nadando en aceite, todo regado con vino de Cacabelos.
Es también como otras bajadas, en tiempos adolescentes, para jugar en los
billares de la Juventud
del Carmelo, en un sótano de la calle Santa Cruz, junto a “Almacenes
Generales”, cubiertas las paredes con escapularios y estampas del milagroso Niño
Jesús de Praga, que entonces lo era.
Don Ramiro,
que es un caballero, nunca me reprochó que, en mis “Crónicas de la calle
Campomanes”, sólo escribiera de don Arturo Calzón, sentado junto a la estufa butanera
y mirando a las dos filas de sus peluqueros asalariados, a derecha e izquierda
(cinco por fila) y dos al fondo, y de Pepe, el peluquero de Campomanes, de estatura
y formas de tonelete o barrica. De don Ramiro nada podía escribir, pues, cuando
él era aprendiz en la calle Rosal, yo sólo miraba al fotógrafo Dolsé y al
tranvía amarillo que bajando llegaba hasta La Argañosa y que subiendo llegaba
a San Lázaro, siempre corriendo como un jabato (el tranvía, el tranvía, no yo).
Yendo ya al
meollo de la cuestión, digamos que tal vez a muchos, la visión de don Ramiro de
que los peluqueros en el futuro han de saber de Medicina, Dermatología,
Química, idiomas, psicoestética y de Economía, les parecerá exagerado. Yo, por
el contrario, estoy muy de acuerdo con don Ramiro, que creo se queda corto,
pues añadiría a aquellas ciencias otras muchas necesarias para el oficio
peluqueril, como las Sagradas Escrituras, por lo de Sansón y lo de las mujeres
rapadas de San Pablo; también añadiría la Criminología y el
Derecho Penal (delito de atraco), e incluso la Astrología , que es
ciencia de brujería. Repárese que en el arte de la peluquería, una cosa es el
sencillo descabello y otras más complejas son los implantes o prótesis, los trasplantes
y las “endodoncias” de cuero cabelludo y cabezudo, con varios tipos de postizos
y/o añadidos, con sofisticados adornos, tintes y pegamentos muy variados de
potencia. Me cuentan que ahora vuelven a estar de modo los moños para
caballeros, incluso los pequeños, denominados “de castaña”, que unos los
colocan arriba, en el copete, y otros más abajo, como toreros.
Pero a don
Ramiro Fernández no le puedo dar la razón en todo. En el discurso del último
homenaje ¡le dan tantos y los acepta todos! dijo lo siguiente: “La edad se mide
por la frescura del corazón”. No, don Ramiro, no; usted, en esto, es optimista;
quizá trata de consolarse, pues cree tener un corazón fresco, muy fresco, luego
ser de poca edad. Tener en general frescura puede ser útil para prosperar en
esta suciedad (quiero escribir sociedad), pero eso nada, nada tiene que ver con
la edad: un viejo fresco es un viejo y punto. Cuestión aparte es que los que
son de naturaleza calientes, que todo lo tienen caliente, incluso el músculo
cardíaco, que eso es el corazón, son más propensos a infartar que los que todo
lo tienen frío, incluido el corazón. Una buena terapia es procurarse enfriar
todo, todo (la frioterapia), la cual es más cómoda que tener que extraer el
corazón y ponerlo en la fresquera de la galería o tener que meterlo en el
frigorífico, que, a ciertas edades, se puede confundir con el friegaplatos.
Don Ramiro es
de Moreda, moredano o moredense, aunque nacido en Nembra. Es como todos los de
ese lugar telúrico, tectónico y volcánico, absorbiendo como una uva de majuelo
o de parra todos los sabores de esa tierra. Por eso, don Ramiro es de Dionisos,
báquico, no de Apolo o apolíneo, que tanto le gustaría. Además, un apolíneo jamás
llevará en el dedo meñique una sortija de oro y brillantes. Y es que los de
Moreda son así. Ya lo dijo Hegel.
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