Me refiero a las marcas de ropa que tan de cabeza nos traen, especialmente a nuestros hijos, que si los playeros no son de tal o cual marca, o el bolso, o cualquier otra prenda susceptible de lucir en la calle, se creen en inferioridad de condiciones y fuera de esta sociedad de consumo en la que nos ha tocado vivir. Mi primer contacto consciente con una marca concreta sucedió cuando mi hijo tenía tres o cuatro años. Hasta entonces yo –y quienes conmigo convivían- nos vestíamos con trapitos más o menos monos, adquiridos en función de nuestros gustos y nuestras posibilidades económicas, y no del gusto de otros señores –como pasa ahora-. Sucedió que una tía que vivía en Bruselas vino a conocer a mi vástago, y como regalo le trajo un chándal –pieza hasta entonces poco conocida en esa España que despertaba a la modernidad- que me pareció muy bonito. Y así se lo hice saber. Recuerdo que me miró y un poco extrañada –a saber qué cara pondría yo- me dijo, Te das cuenta que es de Adidas. Disimulé y redoblé el agradecimiento. Creo que en ese momento entré - la ignorancia de mis pocos años- en el mundo de las marcas. Según mi hijo iba creciendo demandaba ropa que sí era de marca; el argumento no era otro que lo tiene fulanito, que si está de moda, que… Con reservas me dejé atrapar de ese mundillo que nos obliga a parecer para ser alguien y que nos convierte en ciudadanos uniformados en función del poder adquisitivo, o de la habilidad para adquirir a bajo costo –las cada vez más extendidas tiendas outlet, que los/as caza marcas conocen muy bien- prendas con un determinado logotipo que nos haga sentirnos menos pobres de lo que en realidad somos, creyendo con ello que establecemos una diferencia de clase. La verdad es que resulta tonto y principalmente un atentado contra nuestra libertad de elegir cómo queremos parecer, porque ya lo dice el refrán: Aunque la mona se vista de seda.... Los "marquistas" intentan colocarse muy por encima de ciudadanos –entre los que me incluyo- que seguimos ajustando a nuestro presupuesto y a nuestros gustos la indumentaria. Me consta que muchas familias con tal de de lucir ropa de determinadas marcas reducen gastos en aquello que no se ve y que tiene lugar de puertas para dentro. Reconozco, que aunque en algún momento de mi vida –en los periodos más tontos- me dejé atrapar por ese consumismo irracional, la realidad es que nunca han ido por ahí mis prioridades. Ahora, probablemente por la experiencia que dan los años, me visto como me da la gana, sin que me preocupe lo más mínimo si la prenda que llevo la diseñó Pepito Pérez o María López. Compro porque me gusta, porque me ajusto a mi presupuesto y porque no quiero someterme a ese mercado irracional por el que unos pocos se hacen ricos a costa de nuestra tontería. Conmigo que no cuenten. Reconozco, no obstante, que determinadas marcas están avaladas más que por una moda por su calidad, ante esas me inclino. Todos sabemos apreciar unos buenos zapatos fabricados en España o un abrigo de paño inglés de esos que duran toda la vida y nunca se pasan de moda. Pero creo que eso es hablar de otro tipo de marcas. Esas son las que llevan los señores/as que no necesitan aparentar porque son y, además, se lo pueden permitir. Y no me refiero precisamente a los nuevos ricos.
Dicho lo anterior, soy consciente de que puede que más pronto que tarde tengamos que ir olvidándonos de las marcas para ajustar nuestra vida a la realidad económica en la que estamos. Ya hay modistas ofreciendo sus servicios, como las de antes, aquellas mujeres que sacaban dobladillos cuando crecías o daban vuelta a los cuellos de las camisas si se estropeaban. Y creo que les va muy bien. Van a tener trabajo seguro.
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