domingo, 27 de noviembre de 2011

PERFIL DE ÁLVARO DOMÍNGUEZ-GIL, FARMACÉUTICO, MAGO, INVESTIGADOR: UN PROFESIONAL DIFERENTE, por EVA MONTES

Detrás del boticario
Es mucho más que un farmacéutico, es un espíritu libre avezado a ganar
Ayer mismo recibió su último reconocimiento público. Posiblemente, el más difícil de recibir. El de sus iguales. El del Colegio de Farmacéuticos de Asturias, que aprovechó la celebración de la festividad de su patrona para hacerle entrega del Premio Jesús Maldonado. Con ello ha querido poner en valor su trayectoria. La científica y la divulgativa, mucho más que su labor profesional. En realidad, toda su vida, porque si algo ha hecho en sus 66 años Álvaro Domínguez-Gil Hurlé es romper esquemas. Y más laborales que personales. De ahí que no sea un farmacéutico al uso. No se quedó en elaborar, avalar o despachar fármacos. Aprendió, innovó y trasladó a Gijón un modelo de farmacia asistencial que busca seguir la evolución del paciente, enseñar a tomar los medicamentos que dispensa y mostrar al médico, mediante informe, sus avances o retrocesos.
Y a pesar de sus aportaciones, de sus conferencias, de sus ingenios, de sus clases y de sus investigaciones, Álvaro Domínguez-Gil esconde detrás del boticario un espíritu imprevisible. En cierto modo indomable. Desde el mismo momento en que aquel mal estudiante anterior a cuarto de Bachillerato fue capaz de inventar un sistema de copiado que incluía la entrega de las respuestas en un sobre que le era entregado en mitad del examen de parte del director. Solo tenía que abrirlo.
Era un travieso adolescente que siempre supo sacarle a la vida lo que en cada momento puso a su alcance. Y no siempre fueron bondades. Tenía 15 años cuando una enfermedad le dejó tres meses en cama. Y acababa de terminar el Bachillerato cuando hubo de guardar reposo un año más. No importaba. Su primera estancia en horizontal le convirtió en mago y la segunda, en perito industrial. El peritaje lo olvidó enseguida para seguir los pasos familiares en la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela y plantar los cimientos de su vida, pero la magia nunca más se separó de él. La lleva, consigo adonde quiera que va. Como distracción. Como herramienta. Como elemento desinhibidor. Y la desplegó en el escenario, en Villabona, en Proyecto Hombre, en el Ejército, en su casa y como método terapéutico.
Porque, por encima de todo, Álvaro Domínguez-Gil está acostumbrado a ganar. A las adversidades y al compañero. A la ignorancia y al propio triunfador. Compite con todo. Incluso contra sí mismo. Por ser mejor. Por ir más lejos. Por avanzar más rápido en la comprensión, en las soluciones, en la aplicación del conocimiento. Y eso que posiblemente nada le guste más a este farmacéutico enamorado de la botica que compartir sus saberes y sus habilidades. En el aula, en el café o en la oficina. Convencido, como está, de que son muchos, originales y divertidos. De que durante toda su vida ha destacado. Con ese punto de genio que igual le encumbra que le aleja de los demás. (EL COMERCIO, 27/11/2011)

1 comentario:

  1. Muy bien; lo que no me gustó fue lo de Ave-zado, que suena a volatil, de gallina o de pollería. No soy boticario, aunque me gustan los botes y más los botijos, de formas tan sensuales y sexuales. Siempre lo sentí, aunque soy muy peque: ni llegué a mancebo ni mantengo a mancebitas. Buen tipo el Dominguez, y con qué seriedad se lo tomó.

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