(Ilustración del autor tomada en el museo de Teherán)
La cosmética, pomadas, cremas y otros untos, es lo que se suele aplicar a caras o rostros para disimular el desorden facial, incluso la fealdad. Ya lo escribieron los griegos antiguos: orden del Cosmos o cosmética frente al desorden del Caos o lo caótico.
Sobre una idea de Borges
La reciente decisión judicial de decretar la tutela de Lilian Bettencourt sitúa de nuevo el célebre «affaire Bettencourt» en el centro del escenario del gran teatro del mundo. Lilian Bettencourt, de ochenta y nueve años, es la tercera gran fortuna de Francia, no por méritos propios, sino de sus antecesores, de los que heredó la industria cosmética de L'Oréal -magia de lo hereditario, que es cosa fácil de genitalidad y de las trompas de Falopio, no habiendo en ello mucho merecimiento-. El diario «Le Monde», en noviembre de 2010, dedicó al «affaire Bettencourt» un especial (hors-série) leyéndose en la tercera: «El affaire Bettencourt es a la vez un asunto de familia, de empresa, judicial, cultural, histórico, político?». Es, pues, asunto de Derecho privado o de conflictos entre particulares y, además, es asunto de Derecho público, de relaciones entre la política y el dinero, de relaciones entre la democracia y los ricos. Y aunque el affaire sea francés, interesa mucho, pues las miserias humanas que de él resultan son universales, humanas y cotidianas; por eso, en este artículo, donde se escribe Francia se puede leer España.
Vayamos primero con lo privado y patético: La hija única de Lilian Bettencourt acaba de conseguir lo que pretendía desde hace años: que a su madre se le aplique la medida de protección más radical -la tutela- al estimar alteradas sus facultades mentales, con representante legal de manera continua para los actos de la vida civil. El carpetovetónico Código Civil español y sus autores, brutos como un toro de la Bética, llaman a eso incapacitación, repitiendo esa palabrota y otras, incapaces o incapacidades. Los códigos civiles francés e italiano son más delicados, pues omiten esa terminología despectiva, denigrante y vieja; todo un síntoma de algo profundo.
Con aquella rotunda medida «de protección», la hija no ha de temer que su madre teste «a lo loco», ni ha de temer que se le ocurra adoptar a un dandy sesentón, que a punto estuvo de ocurrir, al parecer, con el fotógrafo dandy François-Marie Banier, que, según Pascal Wilheim, se «apartó» por trescientos cincuenta millones de euros y algunos cuadros. También con esa medida se evitarán asesores de varios tipos y calaña, que, como abejorros en enjambre o ratas tras el queso, se lanzaban en avalancha sobre la víctima en busca de tajadas. Ahora se dice que el tal Pascal, designado mandatario en el «mandato de protección futura» (primera medida de protección), invirtió ciento cuarenta y tres millones de euros de la poderdante rica en una sociedad de un amigo y cliente (Stéphane Courbit). Llama la atención que el notario de L. Bettencourt, Maître Jean Michel Normand, esté saliendo indemne del embrollo; tal vez sea porque no es un notario torpe, y es simplemente un notario decente.
Lo que sigue es muy serio: enorme problema el de determinar dónde empieza la patología de lo senil en la ancianidad, que es la fase vital en la que se dan las mayores diferencias físicas y psíquicas entre las personas. Enorme problema el deslindar lo que es el derecho de la persona a vivir su vida y disfrutar de ella, también en la ancianidad, y lo que son «eventuales» derechos de hijos y herederos, que, a veces, lo único que les preocupa es que no se alteran sus expectativas de heredar «caiga quien caiga». Enorme problema es saber cuándo un anciano padece una enfermedad mental y cuándo es una mera estrategia de beneficiados en previsión o en prevención. Y enorme problema es el saber cuándo un beneficio patrimonial otorgado por un anciano es por agradecimiento de servicios prestados de verdad y cuándo responde a un abuso de debilidad, que, lamentablemente, en España no es delito (en Francia sí lo es), no obstante estar los juzgados españoles repletos de este tipo de denuncias. De todo ello el «affaire Bettencourt» es paradigma.
Vayamos, ahora, con lo público, más divertido y también patético: En esta otra versión, el «affaire» se denomina Woerth-Bettencourt. Woerth es el apellido de un ex Ministro del Gobierno de Sarkozy, que lo fue «Del Presupuesto, de las Cuentas Públicas, y de la Función Pública». Aunque ya lo escribimos en el artículo «Un Ministro afamado y ahora infame» (el 26 de septiembre de 2010), ahora lo repetimos, aunque de otra manera. Aquel Ministro me tenía maravillado en el año 2009, no obstante mi escepticismo cultural por profesión y por ser lector de Quevedo: «la luz de los desengaños, que es el tiempo y la larga edad». Era el Ministro un Robin Hood en la lucha contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales; se dijo que los ricos franceses, con cuentas en Suiza, andaban con tembleques. Era más temible que la italiana Guardia di Finanza, genialidad italiana consistente en tener militarizada la inspección de Hacienda.
La admiración fue a más al saber que el Ministro de Hacienda era también el tesorero de la campaña electoral que llevó a la Presidencia de la República a Sarkozy (2007), pues es sabido que ser tesorero de eso, si se hace como Dios manda, es un cargo habitual de trinques y sablazos. Ítem más: comulgó en la Misa-Funeral de Estado por la muerte de Philippe Seguin, presidido por la Signora Carla-magna, italiana como la Gioconda y bizantina como la Emperatriz Teodora, allí con su cuerpazo, y al lado de su esposo, el Presidente de la República, con su cuerpo. Por todo ello, citamos a Woerth, mucho antes que el escándalo estallase, en «Funerales en París y Aleluyas en Oviedo» del 31 de enero de 2010. Ahora, al volver a ver el vídeo del funeral «por si acaso», vi también comulgar a Valérie Pécresse, que, curiosamente, es la actual Ministra «del Presupuesto, de las Cuentas públicas y de la Función Pública» de Francia, mística y como aquéllas que hace muchos años Umbral llamó «chicas Telva».
De repente, como si la Pandora y su caja hubiesen reventado, se supo casi todo. Que si una secretaria vio al Ministro en casa de Lilian Bettencourt con maletas de dinero para la campaña electoral de 2007; que si la dueña de L'Oréal y el administrador de su patrimonio, un tal Patrice de Maistre, estaban en la lista de los de Suiza y la Hacienda gala metió al uso habitual el expediente en un cajón o miró para otro lado (ella hasta era dueña de la isla d'Arros en las Seychelles y a él, a instancia del Ministro, se le concedió la Legion d'honneur); que si el Ministro enchufó a su esposa Florence en la sociedad Clymène, de gestión de los haberes de la Bettencourt; que si el Ministro hizo algo muy feo en relación con un asunto de hípica (no falla, los caballos y lo hípico siempre salen en estas cosas). Total, que el pobre Ministro tuvo que dimitir de todo, de casi todo, pues sigue de alcalde de Chantilly, dulce como el nombre. Su papel ahora se limita a eso tan necesario y fastidioso que es ser un chivo expiatorio, sujeto a pesquisas por esa jurisdicción especial que se llama la Cour de Justice de la Republique, nada importante. No es extraño que en asunto tan escandaloso y políticamente tan peligroso para el Poder Ejecutivo, los jueces y los fiscales anden a la greña como perros y gatos, haciendo de los sumarios armas arrojadizas, y siempre por lo mismo: unos para tapar y otros para destapar. La pelea fue de tal violencia y deshonor que el Tribunal de Casación remitió el «dossier Woerth» al Tribunal de Grand Instance de Burdeos, el de las ostras de Arcachon.
Que los partidos políticos en Francia (recuérdese lo de que escribiendo de Francia se puede leer España), para financiar las campañas electorales, acudan al mercado negro en busca de dinero negro, además de oscuro, es feo. Más feo es que esa práctica no haya modo de corregirla por muchos decretos y mala literatura que se aprueben. Esto ya nadie lo discute o contradice -la discusión está en que unos expertos fijan en ocho y otros en siete las modalidades habituales de la financiación ilegal, que, por delicadeza, no se enumeran aquí-. Ello da lugar a que los principios de participación política y de igualdad para el acceso a funciones públicas o políticas, tan básicos, se embadurnen o manchen quedando como una chapuza en teatrillo de títeres. Y si se corrompe lo principal, imaginémonos lo demás, que es lo accesorio. «Todos podridos» escribió para Francia Jean Daniel, que no es un apocalíptico ni un profeta loco como el bíblico Jeremías.
Y qué escribir de la acumulación de cargos. Seamos claros: ser Ministro de Hacienda y tesorero de un partido político en campaña electoral, que eso fue de Woeth, no se le ocurre ni a Berlusconi «bunga-bunga». El problema y el escándalo no está, en principio, en la acumulación de cargos -esta gente suele ser muy capaz para lo que sea-, sino en la acumulación de sueldos. Cobrar simultáneamente de un Ayuntamiento y del Parlamento, o cobrar simultáneamente de dos Parlamentos, tiene la condición jurídica de chollo, que es de rango superior al privilegio, muy codiciado aunque desprestigiado. Lo del conflicto de intereses es sabido que es elucubración de anglosajones, no de latinos, franceses o españoles; en España, tan propensa a diarreas legislativas, en esto es de un estreñimiento enfermizo; en la que casi todo es compatible y cada día más, qué necesidad tenemos aquí de traer eso tan de Yankees que son los lobbys.
En tiempo ya de elecciones, o sea, de cosmética, pomadas y de muchos untos, ni la cosmética de L'Oréal nos sacará del caos, siendo ella misma el Caos. La crisis y las mutaciones inevitables a venir son de tal intensidad que ya se empiezan a oír los ruidos que preceden a los terremotos.
(La Nueva España, 30/11/2011)
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