Neruda y Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias y Aleixandre, García Márquez y Cela son algunos de estos privilegiados representados por la agente catalana Carmen Balcells
No quiero hablar de la oleada de estrecheces que clava sus colmillos en la carne de España, la vieja España, de otra parte, acostumbrada a rachas de carestías y desacomodos, indigencias y desamparos, como está escrito en la historia del país. No quiero añadir nada a cuanto hoy se debate, se reprocha o se disputa en este proceloso paisaje de brazos caídos, zapatos remendados, desahucios, vuelta a los pasajes con destino a Alemania y hasta rebusca de despojos en el contenedor de la esquina.
A tenor de lo que acaba de salir a la luz pública, diré algo del inveterado desvalimiento en que los escritores se mueven a su paso por la vida. Y advierto que todo cuanto voy a decir puede ser extrapolable a cualquier campo de la creación artística, pues en mente de todos nosotros está la evidencia de tantos escollos como los que siempre dificultaron la peripecia personal de pintores famosos, músicos renombrados o pintores ilustres. Pero repito que me limitaré al ámbito literario, y ello en razón de lo que estos días propagan los periódicos y que más o menos ya se sabía: el escritor no ha nacido para ser rico.
Sin duda se me recordará que hubo, hay y habrá escritores de particular estrella como para poder disponer de nutridas cuentas corrientes -como cualquier creso vulgar-, viajar por todo el mundo, hospedarse en pomposos hoteles, deslumbrar en saraos y ser, además, abrumadoramente leídos. Sin embargo, el paradigma del escritor que reúne estos requisitos responde casi siempre al que muestra avispada pericia en hacer genuflexiones ante determinadas coyunturas políticas y en asilarse solapadamente a la sombra de gente poderosa, sea de la calaña que fuere y aun a riesgo de comprometer el propio decoro.
La noticia que hoy asoma a los periódicos, y que alguno de ellos califica como el afloramiento de «una historia secreta de la literatura», apunta al contenido de las dos mil cajas en que Carmen Balcells ha venido guardando, con el tesón de una coleccionista de recuerdos y el método riguroso de una gran comerciante catalana, los millares de cartas quejumbrosas, telegramas apremiantes y resguardos acreditativos que, a lo largo de muchos años, fueron rubricando los escritores de medio mundo, siempre a cambio de que la 'superagente' literaria les admitiera un texto original que, en caso de ser aprobado, generara el anticipo crematístico con que el autor pudiera abonar unos recibos atrasados o sustituir el traje raído por uno nuevo. Como se sabe, a la sabiduría de doña Carmen -hoy octogenaria matrona de pelo cano que sigue atisbando hacia el mundo de los libros desde su silla de ruedas- no le ha sido difícil llevar a su feudo de fichas, derechos y porcentajes una legión de autores en la que se alinean numerosos premios Nobel y un sinfín de nombres cuya obra ya se ha asegurado la posteridad, todo ello a costa de menesterosas esperas, depresiones y ruinas de salud. «Hasta Carmen -escribió Vázquez Montalbán-, los escritores firmaban liquidaciones agonizantes y a veces, como premio, recibían algunos regalos en especie, por ejemplo, un jersey o un queso Stilton». Pero llegó Carmen Balcells y puso orden. No sólo en la equidad de las cláusulas contractuales, sino también en la respuesta animosa que desterraba viejos abusos editoriales, aniquilaba los compromisos vitalicios y restañaba cuitas. Considerada la agente literaria más importante del ámbito de habla hispana, Carmen Balcells ha sido capaz de custodiar bajo llave, hasta hoy en que se hacen públicos, viejos papeles plañideros que, entre otros muchos, fueron sometiendo a su reino catalán de negociadora y amiga ciertos escritores novatos que garabateaban con el estómago vacío y hoy cargan sobre los hombros el título concedido por la Academia sueca. Neruda y Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias y Aleixandre, García Márquez y Cela son algunos de estos privilegiados representados por la agente catalana, y todos ellos ahora invocados en los 2,5 kilómetros de documentos que desvelan los archivos de Balcells.
Sin embargo, tanto la intercesión de la sagaz catalana como la buena estrella de estos nombres o algunas reivindicaciones atendidas, no resuelven el viejo problema: el escritor sigue siendo un trabajador mal pagado, e incluso es posible que aún existan resabios para considerarlo un trabajador.
De muy atrás viene la sinrazón. Cuando Cervantes fue apresado en Argel, el dinero familiar no alcanzó para liberarlo, hasta que un fraile trinitario depositó la suma de 500 escudos. Galdós murió lleno de deudas, ciego y rodeado de indiferencia. José Zorrilla acabó sus días en la miseria más trágica. A pesar de sus antecedentes de nobleza, el peculio personal del inmenso Valle Inclán atravesó etapas de gran escasez: en una ocasión escribió a Rubén Darío para que intercediera en el pago de una colaboración. Miguel Hernández llegó a decir: «Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río». César Vallejo y Juan Carlos Onetti vivieron siempre en la pobreza. Gabriel Celaya, que publicó un centenar de títulos, murió en la miseria...
La idea romántica que se tiene del escritor lo condena a vivir atado a la precariedad propia y al desinterés ajeno, a pesar de gentes beneméritas como Carmen Balcells. «Oye, a ver cuándo me pasas un ejemplar de esa novela que acabas de publicar», tal es la frecuente demanda con que el amigo se acerca al escritor. Al libro, hecho con pasión pero también con tinta y papel, no se le considera sustancia material, es decir, el pan que necesita comer su autor.
(El Comercio, 21/11/2011)
Nota aclaratoria: pese a que al comienzo figura como fecha el viernes, 25 de noviembre, el artículo ha sido "colgado" el lunes 28, fecha de su publicación. Los duendecillos que pululan por la Red no me han permitido poner la fecha correcta. Mi falta de pericia... espero que no tenga demasiada importancia... lo interesante es el artículo.
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