miércoles, 23 de noviembre de 2011

"EL RASTRO Y SUS COSAS", artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA




DOMINGOS POR EL RASTRO




Mañana de otoño. El Piles tranquilo y en remanso de oro. Por las dos riberas, ánades, garcetas y garruchinos. Algo llueve, menudo, que da paz. Hombres y mujeres cruzan los puentes hacia el Rastro, cubierto (hoy más) con sus doseletes. Van hacia esa feria que aquí finca su mercado y que siempre tiene algo de montes, de rudo, de verso antiguo. algo de desenterrado. Es una heredad liberal para pobres y ricos, donde las palabras del trato se juntan con el murmullo de las olas de la San Lorenzo, y en donde unos distinguen el realismo insepulto que aquí hay, buscando gangas, y otros nada ven, nada encuentran, malterciando la mañana. Se arremolina la gente en círculos por los puestos que venden cadenas, anillos, colgantes. Van hacia los yerberos para comprar tisanas, a las zabarceras para mercar harina maíza o berzas, castañas o peras de cocer. Ángel, el gitano patriarca, destechado su puesto como siempre, vende madreñas herradas, cuernas de venado, candiles, dogales de cáñamo, monturas y jaeces para jacos, hoces afiladas y aperos para la siega y la labranza. Hay tratos y trasiego de dinero en la compra de gallos pintos y moceros para Nochebuena. Y buenos colores de moda en los vestidos colgados al aire: «Todo barato, barato, baratooo». Al pie del chiringuito de Dioni, los gitanos echan del cuerpo el mal dormir, la pereza chupona, fuman y sacan el humo al estilo ceutí, y ponen alegre su corazón de baile con cafeses, copitas y churrascos con cebolla pochada.





Rastro, patio de venta humanista, picaresco, popular, con vaho de fierros, maderas, libros y papeles amontonados de los clásicos autores. Farándulas de venteros con la color del tabaco y canas de viejo. Trajinantes que tienden, sin licencia, sus cobertores por el suelo, atentos a los 'mengues'. Barateros de El Bierzo y de León vendiendo género castellano: membrillos, sedas de cultos antiguos, ostensorios, sartas de guindillas y ajos morados como el manto del Nazareno. Así asoma el Rastro de Gijón cada domingo. Todo él por los suelos. Todo oportunamente embrollado según el protocolo. Así, gentil, berberisco, aldeano, a la gijonesa usanza. Que nadie, ¡nadie!, ose tocarlo.





(Publicado en El Comercio, 23/11/2011)

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