10/06/2012
No es bueno comer miel en exceso, ni
empacharse de palabras elogiosas.
De
la Biblia : PROVERBIOS
Foto cedida por el autor |
Empiezo con Carl
Schmitt, teólogo de la política y kronjurist
de Weimar y del III Reich, que, para unos, será muy doloroso, pues recordarán
las vinculaciones del católico alemán con el nazismo (tesis doctoral de
Gregorio Saravia, 2011), y que, para otros, será menos, al considerarlo un
excepcional teórico político y jurídico del Estado. Aquí ya surge el asunto tan
controvertido de la incompatibilidad, supuesta o acreditada, entre el
nacionalsocialismo y el catolicismo; sin olvidar que fueron Schmitt y Kelsen,
tan opuestos, dos luminarias cegadoras del siglo XX. En este principio, formulo
dos ruegos: el primero, que se lea lo que sigue con serenidad, para evitarse
atropellos y trompicones; el segundo es la lectura del texto de Schmitt Catolicismo
y forma política (1923), bien en la edición (Tecnos) del año 2000, con
el Estudio Preliminar (17 páginas) del Profesor Carlos Ruiz Miguel, bien en la
edición (Tecnos) del año 2011, con el Estudio Preliminar (40 páginas) del
Profesor Ramón Campderrich Bravo.
El Profesor
Ruiz Miguel inicia su Estudio así:”Constituye para mí un enigma el por qué Catolicismo y forma política (1923) de Carl Schmitt no ha sido vertido al
castellano hasta hoy, más de tres cuartos de siglo después de su primera
publicación”. Eso lo comparto y añado: es muy llamativo si se tiene en cuenta
que en ese libro hay claves teóricas para comprender muchos acontecimientos
ocurridos a lo largo de la
Historia de la
Iglesia romana. Más aún, hay claves para entender qué es lo
que ahora mismo, ahora, está ocurriendo dentro de los Muros vaticanos, eso que,
en italiano, se denominan “veleni”.
Que sea el
mismo Carl Schmitt el que lo cuente: “La Iglesia católica es una complexio oppositorum. No parece que haya contraposición
alguna que ella no abarque. Desde hace mucho tiempo se gloría de unificar en su
seno todas las formas de Estado y de gobierno, de ser una monarquía autocrática
cuya cabeza es elegida por la aristocracia de cardenales, en la que, sin
embargo, hay la suficiente democracia para que, sin consideración de clase y
origen …el último pastor de los Abruzos tenga la posibilidad de convertirse en
ese soberano autocrático. Su historia
conoce ejemplos de asombrosa adaptación, pero también de rígida intransigencia;
de capacidad de resistencia varonil y de flexibilidad femenina; de orgullo y de
humildad extrañamente mezclados…También en lo teológico domina por doquier la complexio oppositorum…El Papa es
llamado “Padre” y la Iglesia
es “Madre” de los creyentes y la “Esposa” de Cristo…Y finalmente lo más
importante: esa ambigüedad infinita se vincula nuevamente con el dogmatismo más
preciso y una voluntad de decisión, que culmina en la teoría de la
infalibilidad papal”.
Foto cedida por el autor |
¡Qué dos palabras, complexio (de com-plexus),
que es cosa de enredos nudosos, y oppositorum
(de ob pónere), que es cosa de
enfrentamientos! O sea, según Schmitt, una Iglesia, la católica, en la que
coexisten elementos contrapuestos y dispares, o Iglesia en la que se integran todas
las contradicciones y antítesis, y todo ello –añado- presidido por el Poder, de
doble faz, siempre en lucha, nunca en paz, tentación y pecado continuado desde
el primer Concilio de Jerusalem. De ello, el actual Papa, mi bendito Benedicto,
no deja de lamentarse en libros y en audiencias generales –muy rentables según
el libro de Gianluigi Nuzzi-, la
última vez, el 22 de febrero de este año, día muy señalado por ser Miércoles de
Ceniza: “Jesús se encuentra –leyó el
Papa- expuesto al peligro y es asaltado por la tentación y la seducción del
Maligno, el cual le propone un camino mesiánico, alejado del proyecto de Dios,
porque pasa por el poder, el éxito, el dominio, y no por el don total de la
cruz”.
El texto
antológico de Schmitt bien merecería un comentario sobre cada palabra y sobre
cada oración gramatical; ahora, aquí, me limitaré a reflexionar sobre dos (por
ahora) –sólo dos- aspectos de la dificilísima gestión de la complexio eclesiástica, que es una abstracción y un concreto actuar,
unas veces con opuestos y otras con contrapuestos. De cómo, en primer lugar, lo
que debería ser sencillo, en la
Iglesia se complica, y de cómo, en segundo lugar, lo que ya es
complicado de por sí, la
Iglesia lo hace aún más, con resultado de rompecabezas. La
culpa de todo no la tendrá –creo yo- el Maligno,
pecador y delincuente. Me gustaría preguntárselo.
Vayamos con lo
primero. En la sociedad civil, la predeterminación de una fecha para el cese (por
ministerio de ley) de la actividad laboral se asume con normalidad, que es derecho
para unos y “obligación” penosa para otros-. En la sociedad eclesiástica la
cuestión es más complicada, porque el oficio pastoral puede ser más que una
actividad laboral, mucho más. El Decreto conciliar Christus Dominus, “Sobre el
oficio pastoral de los obispos en la
Iglesia ” (28 de octubre de 1965), explica la renuncia al
ministerio episcopal con naturalidad, con mucha suavidad, bajo forma delicada de
una invitación y sin fijación de edad. Se ruega, dice el texto conciliar, a los
obispos, por el peso de la edad o por otra grave causa que “espontáneamente o
invitados por la autoridad competente, presenten la renuncia a su cargo” (se
aconseja la lectura de las Actas del Concilio y leer las apasionadas
intervenciones del obispo Luigi Carli y del cardenal Suenens).
Fue Pablo VI,
en el Motu Propio Ecclesiae Santae (6
de agosto de 1966), el que puso una fecha a la invitación de renuncia al
gobierno de las diócesis y parroquias: al cumplir 75 años; si bien ¡atención! será
la Autoridad
competente la que provvederá (hoy artículos
401 y 538 del vigente Codex) . Mucho más trabajo, fatigas y tiempo, por presiones de la Curia misma, costó a
Pablo VI promulgar el Motu Propio Ingravescentem
Aetatem (21 de noviembre de 1970), por el que se amplia la invitación de
renuncia a los 75 años a los cardenales al frente de Dicasterios de la Curia Romana y de todos los
Organismos permanentes de la Santa Sede
y de la Ciudad
del Vaticano (hoy artículo 354 del Codex), siendo el Sumo Pontífice el que giudicherá la conveniencia en cada caso
de aceptarla (renuncia) inmediatamente. Muy interesantes, para los amantes de
matices, los diferentes léxicos textuales para unos (obispos) y para otros (cardenales).
Que la
renuncia, al cumplir 75 años, de obispos y cardenales, dependa de la condición
suspensiva del PROVIDEBIT o del IUDICABIT, respectivamente, del Sumo
Pontífice, es muy complejo y fuente de todo tipo de intrigas. Que a unos la
renuncia se acepte con rapidez, es como decirles, que les llegó, al fin, la
hora tan esperada para quitarlos de en medio; que ya estuvo bien, lo que es visto
y sentido como un desaire por el resto de pastores y de fieles. Por el
contrario, que a otros la renuncia se acepte más tarde, es visto y sentido por
los mismos (pastores y fieles) como un reconocimiento, un premio, motivo de
orgullo pecador y de “egos” inflados como globos –repiénsese lo del
Guadalquivir frente a lo del Manzanares, o Sevilla
versus Madrid--. El problema es
mucho más grave: si los PROVIDEBIT y IUDICABIT fueran por estrictos méritos y
necesidades pastorales el asunto sería pacífico, pero es guerrero cuando todo
depende, a veces, sólo a veces, de tráficos de influencias, de estar en unas y
no en otras “cordadas” e incluso intuitu pecuniae,
que, como se escribe en el Eclesiastés “ a
algunos el dinero no les harta”.
Que los del
Sacro Colegio cardenalicio lo sean con carácter vitalicio, permite que sigan
mandando e incordiando nonagenarios “silvestrinis”, como el cardenal
nonagenario Silvestrini, a los que la senectud no debilita sino que incrementa
su afán de intriga; se les puede ver, en primera fila, bien con ocasión de
salutaciones por Navidad al Papa, bien asistiendo a Congregaciones
cardenalicias, bien escuchando discursos papales a la puerta de la Universidad del
Sagrado Corazón (Hospital Gemelli). Esto escrito –quede claro-- con respeto a
la sabiduría del cardenal Aquiles Silvestrini, latinista, orientalista y de la misma
cordada u obediencia que el cardenal
Casaroli, que estará en el Cielo, seguro. Pueden ocurrir todo tipo de
rarezas, como que el Decano no pueda, por edad, “encerrarse” en el Cónclave y quiera
condimentar desde fuera lo que se cocina en la Capilla Sixtina. Eso ya
ocurrió: el cardenal Carlo Confalonieri
era el Decano del Sacro Colegio al morir Pablo VI, que no pudo entrar en el
Cónclave –algo semejante pudiera ocurrirle al Decano Sodano--. A modo de simple
dato aritmético, señalo que en la
Misa de Nochebuena del pasado año, presidida por el Papa, a
su derecha se encontraba el cardenal Sodano y a su izquierda el cardenal Re,
éste de afilados dientes: 245 años sumaban los tres a dicha fecha. ¡Qué inmensa
COMPLEXIO OPPOSITORUM, qué enormidad!
(Continuará con
lo del rompecabezas (precedente apartado quinto), que es elección del Sumo
Pontífice, que, según la Suprema
Lex del
Estado de la Ciudad
del Vaticano, es el “Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, que
tiene la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial”).
El silvestrini me recuerda a cierto personaje tan ansioso de poder como él, pero sin su inteligencia ni su capacidad, más que para una intriga "de andar por casa". Algunos se mueren con la espada en la mano, me imagino que piensan que, de esa manera, podrán entrar en el cielo como sea, aunque sea cortando cabezas o dando codazos.
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