viernes, 11 de enero de 2013

"SANTO DOMINGO Y SANTA SUSANA", artículo del notario ÁNGEL AZNÁREZ publicado en "LA NUEVA ESPAÑA" (primera parte)

ÓLEO DE NICANOR PIÑOLE


El gallo es un animal que cacarea. El hombre le debe gratitud, porque con sus furiosos picotazos obliga a las gallinas a soltar unos bultos que llevan dentro, denominados huevos. Estas aves segregan también un producto al que se llama “menudillos”, que es muy solicitado.



Fue costumbre que los autores de “obras de teatro” iniciaran sus tramas, dramáticas o cómicas, con el dramatis personae, lista de personajes o personajillos. Aunque esto que el lector /lectora empieza a leer, ni es obra, ni es teatro, también requiere que, desde el principio, se haga una aclaración. No se trata de un relato pío, pío, protagonizado por la pareja de Domingo y Susana, que, por santos oficialmente proclamados, sabemos con certeza donde están: en la Gloria Bendita. Dos, uno y una, entre otros muchos santos y santas, que, desde los tiempos del Rey Fruela y del bastardo Mauregato, custodian a Oveta, Ovetum u Oviedo, dado el celo religioso de sus gentes.  

Cuando se escribe de Santo Domingo, la referencia es al Colegio de los frailes Dominicos, Padres, que siempre estuvo en el mismo sitio, allá lejos, bajando por el Rastro “probe” de El Campillín, esquivando colgaduras usadas y “dadas de sí”, propias del Bello Sexo, eróticas y represivas, como sostenes, fajas elásticas (con cremallera y corchetes), y ligas de tafetán negro. Cuando se escribe de Santa Susana, la referencia es al Colegio Auseva, de los Maristas, Hermanos de babero, que allí estuvo en la calle de la Santa, cerca de La Boalesa y de la Imprenta Grossi, justo enfrente del Instituto del Casto (que un Rey haya sido Casto fue una de las mayores originalidades de la original Monarquía Asturiana), Ahora me cuentan que aquel religioso Colegio, el de los Maristas, está también muy descentrado, en las faldas del Naranco y junto a las (faldas) de las Ursulinas, Madres, siempre desorbitadas.

FOTO VÉLEZ
En aquellos tiempos de mucha Patria y filas prietas, a los escolares del Auseva se soplaba e “inflaba” –algo parecido al soplo de Yavhé en la nariz caucásica o vasca de Adán- para convencernos de que éramos los mejores y muy escogidos (a eso luego unos tontos llamaron ser de la “excelencia” y estar en la “élite”). Por el soplo, las arengas tremebundas y la credulidad propia de pueriles o en tiempo de puericia, fuimos convencidos inmediatamente de ello; de nuestra superioridad sobre los demás, el resto o los “otros”, fuesen Escolapios o Dominicos. Debo, no obstante, reconocer la superioridad de estos últimos, sólo y únicamente en algo secundario: el hockey sobre patines, en el que los de Santo Domingo eran imbatibles (los Jesuitas del San Ignacio, en Oviedo, eran, después de su expulsión de la ciudad (1767), insignificantes). Ni al “pisito” que tenían en la calle Cervantes, los Jesuitas, éstos Padres, se atrevían a llamar Colegio; y si el “pisito” hubiese sido un Colegio “como Dios manda”, hoy, a buen seguro, este abajo firmante sería “jesuítico”, de mucha identidad, y que, por “marista”, sigue sin saber lo que es, acaso carne, acaso pescado.
FOTO DEL AUTOR
Que la revista colegial de los de Santa Susana se denominase Cumbres, fue título de mucha coherencia, apropiado a nuestro nivel y altura, así como el nombre de Auseva, tan vinculado a nuestro caudillo godo (o lo que fuere): el aguerrido Don Pelayo. La imperfección de los maristas en lo de los patinetes, trató de superarse con el fichaje de dos estrellas o figuras del deporte. El primer fichaje fue el del entrenador Norniella, de mucho músculo y de la razón social Papelería Norniella, la de la calle Magdalena, entre la Confitería Niza, siempre vacía, y el estanco de doña Fermina, estanquera que coleccionaba cajas de cerillas -muy apropiado-, pues, coleccionar esas “cajitas”, es lo máximo de la estanqueidad. El otro fichaje fue el del profesor Muñoz, de Educación Física, que, gracias a su imponente estatura y elasticidad, no obstante su edad, agarraba a sus discípulos por los aires, para que no se rompieran la crisma contra el cemento saltando potros y otros paralelepípedos de riesgo.

Debo anotar que en el señor Muñoz, muy respetable de por sí, se unía otro motivo de respeto grande, pues pertenecía al Cuerpo gris de la Policía Armada y de ,porra negra, luciendo el profesor, en las bocamangas grises, unos galones o tirillas de cabo, de cabo. Por cierto, que fue el cabo Muñoz el primer cabo que conocí; el segundo fue el cabo “Picurri” en el Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) del Ferral del Bernesga, siendo el infrascrito recluta con petate y clase de tropa; el tercer cabo que conocí fue el Cabo de Gata. Pues bien, ni con esas ni con esos –triste me resulta reconocerlo- conseguimos batir a los Dominicos, imbatibles sólo en hockey; parece que en ello tuvo mucho que ver el Padre Valdés de la O.P. el cual, además de fray, tenía embrujo de brujo. Aquí es de justicia recordar al gran portero de los Maristas perdedores, que era una joya, un brillante y con precisión de relojero: Pedro Álvarez, del ramal de los Bringas.

Resulta que, según lo que ahora mismo se lee (no sólo a mi amigo Ávila, entusiasta de nombres, propios y también impropios, todos negritos), la excelencia asturiana, que es mucha y compacta como el cemento armado, tiene apellidos a mogollón de educados por los frailes del Santo de Caleruega (Burgos). Resulta que, para ser de la Élite (con mayúscula) asturiana, parece que hay que ser exalumno de los Dominicos. A este paso, el día menos pensado, los rigurosos y muy serios del Cuerpo (“cuerpazo”) de la Nobleza asturiana van a exigir, para apuntarse, tener pedegree dominicano, y esa institución es muy importante y de músicas celestiales a base de bombos, platillos y gaitas.

 Por todo ello, he ahí mi actual desgarro y desengaño, de tanta intensidad como las del trágico Sófocles. Ha resultado, al final, lo contrario, o sea, que los excelentes eran los otros, los del Colegio de allá abajo, junto al Rastro, y no nosotros, los de Santa Susana, hoy unos “mataos”, unos “don nadie”. Para colmo, el más importante “marista”, el más “fuerza viva” (Dios quiera que por muchos años), ya tiene nietos, luego es abuelo. Nombro a don Gabino de Lorenzo, siempre más potente de cabeza que de pies, de muchos premios colegiales en el arte de la declamación poética, y muy activo en la Acción Católica, tanto por estudios como por rezos. De él, en la revista Cumbres (junio 1960) se escribe: “Elegante, simpático, de gran personalidad y muy fino hasta para…” Nunca -digo asombrado- tres puntos seguidos fueron tan suspensivos y tan enigmáticos…

Lo mucho de la excelencia predicada en Santa Susana, por ser tanta, siempre me mosqueó. Además, lo que oía no coincidía con lo que veía. A ello se unió un acontecimiento ocurrido en un atardecer muy ventoso. Subía por la calle Campomanes, a la altura del bar de Marina (frente a la Caja de Reclutas, no confundir con la de Ahorros), bar de los mejores chicharros escabechados de todo Oviedo, subía, digo, un fraile dominico, que, por el viento, su capa negra ondeaba como una bandera, así como las faldas de su hábito casi blanco (el blanco puro es exclusiva de sotana de Papa). Gracias a mi mucho saber sobre los fantasmas, de los de verdad, que no gustan de pasearse por calles, no imploré, acongojado, un “Vade Retro”; y por tanto movimiento de capas y hábitos, vi lo que me conmocionó tanto y tanto. Aquel fraile era el Padre R., apodado “El turco”, con maledicencia, incluso con diatriba contra la Orden de Predicadores, antes, precisamente, de Inquisidores. El fraile era de varias peculiaridades; una de ellas era su calva luciente y, como el esmalte, brillante.

Se avisa a los respetados lectores y lectoras que la continuación del relato, se podrá leer, para no cansar, después de Fiestas. En esa continuación, se escribirá sobre lo visto que conmocionó, de más historias verdaderas sobre los de Santo Domingo y los de Santa Susana; se viajará a la Virgen del Camino, terminando, si cupiere, con asunto de gallos, gallinas, huevos y “menudillos”. Entre tanto, este infrascrito locutor o relator vacila qué hacer en estas vacaciones, pues dos amigos, muy respetados, con nombre de Emperador romano –esto es esencial para mí-, le aconsejan, uno lo uno, y el otro lo contrario. Don Severino García Vigón, el de la FADE, al encontrarme en grandes comilonas, me dice: ¡Ángel, Ángel, debes dormir más, mucho más! y don Severino Álvarez Zaragoza, el de la FAC, al coincidir bebiendo vinos “picudos” en Valencia de Don Juan, me repite: ¡Ángel, Ángel, más jaleo, mucho más jaleo!

Y no pisaré la nieve, para no ser un “pisanieves”. 

8 comentarios:

  1. La que hizo colección de cajas de cerillas no era Dña. Fermina ( también denominada Dña. Fermina, por ser su nombre María Fermina, Viuda de Fidalgo), sino su hija Pilar, que pasó a regentar el estanco de Magdalena 3, cuando Fermina causó alta en las clases pasivas

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  2. Quise decir Dña. Marina ( en el otro nombre)

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  3. De ÄÄngel ÄÄznarez a Anónimo:

    Estimado señor o señora, que no sé por anónimo:

    Ante todo le agradezco que me lea; no se puede imaginar lo que me gusta ser leído. Me alegran mucho, tanto los que me dicen que me leen,aunque no sea verdad (todo lo que me favorece lo creo a piés juntillas), como quienes me leen sin decirlo, que es su caso.

    Su comentario ha sembrado en mí una importante duda, grande como una espiga gigante,allí donde había certeza. Se lo explicaré por partes.

    PARTE PRIMERA:
    El estanco referido de la calle Magdalena no era para mí un estanco cualquiera (estoy refiriéndome a los primeros años sesenta). Justo enfrente se encuentra el edificio de la que fué "Perfumería Maraña", que almacenaba tarros enormes o "aljibes" de cristal con grifo o "pitorro dispensador; todos llenos de colonia a granel.

    En el piso 3º vivía doña Concha, que era pariente de los dueños de "El Caballo", en la plaza del Ayuntamiento. Visité mucho ese piso por dos principales razones. En él vivía la nieta de doña Concha, que se llamaba Emilia, y me gustaba mucho. Además, el marido de doña Emilia, muy flaco, que también vivía alli, era músico de la Banda municipal y no paraba de tocar su clarinete, que era de él y no de doña Concha. Comprenderá usted, estimado anónimo que frecuentara tan mágico lugar. Y la Tabacalera enfrente.

    La idea que tenía y sigo teniendo, es que la que inició la colección de cajas de de cerrillas, fue doña Fermina, que siempre me sonó así. Señora, la del estanco, de la calle Magdalena, de tanto coraje como la de Vallecas, según película.

    PARTE SEGUNDA:
    Desde la década de los años noventa (del siglo XX, frecuento con asiduidad el repetido estanco. Y le diré por qué. En el "escaparatito" de la derecha, hay una bola de cristal, que es como una pecera, repleta de rotuladores de colores de la marca "Stabilo Boss". Es en ese estanco el único sitio en que compro los rotuladores, lo cual no deja de serme un problema: por rotular yo tanto, consumo muchos rotuladores de colores, y claro tengo que desplazarme de Gijón a comprarlos, pues los rotuladores de la "pecera" del estanco de la calle Magdalena me dan mucha suerte; ante eso, cualquier esfuerzo ha de considerarse bien empleado, y soy, pues consecuete.

    PARTE TERCERA:
    Hará cosa de un mes, camino del estanco y para comprar rotuladores, naturalmente, me encontré al concejal Rivi cerca de Santo Domingo, mi querido Rivi, que le conté el porqué de mi estancia en la Capital. Lo comprendió perfectamente y nada extraño me hizo o dijo, como debe ser ante un hecho tan normal. Ese mismo día entré en el estanco y la actual titular me habló de su abuela, doña Fermina, como iniciadora de la colección, "cuadrándome todo". La nieta, hoy titular, por cierto, es una persona encantadora, que siempre me guarda el móvil cuando allí lo dejo olvidado, que es frecuente.

    Le reitero, anónimo, mi estima y agradecimientio.Fdo. ÄÄngel ÄÄznarez.

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  4. Celebro enormemente que tenga usted el buen gusto de comprar sus rotuladores en un establecimiento con tanto pedregree. Le comprendo perfectamente, pues yo, que vivo en la capital de España y tengo el vicio de los puros habanos, tengo que hacer 1000 kilómetros (ida y vuelta) cada vez que se me agotan las existencias. Merece la pena el esfuerzo, porque aparte de que las condiciones de humedad y temperatura de la Expendeduría de Magdalena 3 solo son incomparables para las labores cubanas, aprovecho el viaje para pasearme por ese barrio cuya reciente historia cuenta usted con tanto encanto en sus artículos(por allí pasaban el señor marido de la Regenta y su compañero de fatigas, cuando madrugaban para cazar arceas en los alrededores de Oviedo).

    Pero volvamos al tema que nos ocupa, a saber, ¿quién inció la colección de cerillas?. No dudo de la sinceridad y buenas intenciones de la actual regente, Ana Mari, que adora a su difunta abuela, de atribuir a Dña. Fermina el inicio de tan preciada colección (hoy repartida en alícuotas partes entre todos sus nietos); pero me mantengo en mis trece de que la colección fue iniciada por Pilar, hija de la finada Dña. Fermina - viuda de Fidalgo -, y sustituta de la misma en la regencia del estanco. Y eso, por tres razones que a continuación paso a enumerar:

    PRIMERA: Doña Fermina (o Dña. Marina, como también la llamaban)no era persona con perfil de coleccionista. Se lo impedían sus múltiples quehaceres y preocupaciones propias de una viuda de la postguerra con 5 hijas que sacar adelante (pero esta es otra historia que daría material para ua novela), y por no coleccionar, no coleccionaba ni aquellos puntos de Avecrem con los que podía optarse a una modesta cubertería o a un juego de platos de Duralex.

    SEGUNDA: y dicho sea con el debido respeto, porque su fuente de información toca bienintencionadamente de oído. Mexicana de nacimiento (además de joven), cuando vino a España ya estaba en marcha la colección.

    TERCERA: porque el que esto suscribe, y habitual del estanco desde finales de los 50 (bastante antes de que la actual regente viniera de las Américas), ya le había proporcionado a Dña. Pilar muchas cajas procedentes de los lugares más insospechados, a cambio de ciertas preferencias en labores de liar; especialmente "caldo de gallina", hoy extinto, cuyo cupo se agotaba a menudo en aquellos tiempos idos ( y ahora volviendo) en que no había Estado del Bienestar). En otras palabras, que le aseguro que la historia es como yo le cuento y que la colección fue obra de Dña. Pilar Fidalgo, a quien le puede usted preguntar si quiere, porque aún vive, aunque de avanzada edad.

    Finalmente le felicito porque veo que se documenta usted de forma encomiable para sus escritos; si bien, las fuentes de la historia, a veces nos sorprenden con estas pequeñas traiciones, en modo alguno achacables al relator (ni tampoco a la fuente. Trátase, por otra parte de un asunto menor y poco transcendente, para el excelente cuadro general que usted va pintando en sus escritos; aunque puestos a discrepar disentir de sus respetables apreciaciones, tampoco comparto el aserto de que la confitería NIZA (buen nombre) siempre estuviera siempre vacía. Eran tiempos duros y un pastel era un pastel (no como ahora que se tiran la mitad de los que se compran para cumpleaños y otras celebraciones); pero siempre caía algún habitual del Fontán o funcionario ocioso del vecino Consistorio.

    Preséntele mis respetos a Ana Mari la proxima vez que vaya a comprar rotuladores.

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  5. Soy un pésimo mecanógrafo, así que rectifico la palabra pedigree, tacho el "solo" que precede a "son incomparables para las labores cubenas", quito el paréntesis que va detrás de Estado de Bienestar, y lo pongo, más abajo, detrás de "fuente". Elimino la palabra "discrepar" del penúltimo párrafo, así como un "siempre" que aparece poco después, pongo un par de comas y una n que falta por el texto.
    Mil desculpas por la chapuza

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  6. De Ángel Aznárez al señor que hizo los dos comentarios precedentes.

    Estimado señor:

    Cuando leí, en su comentario de 15 de enero, la expresión muy precisa "cuando Fermina causó alta en clases pasivas", pensé inmediatamente que el autor de la misma, merecía una respuesta mía -recuerde mi dedicación profesional a interpretar y redactar textos, con minuciosidad como de calígrafo chino-. La respuesta mía se produjo con rapidez y no de forma rutinaria.
    Su comentario de hoy, que me ha gustado, ratifica mi acierto en haberle prestado atención.

    Le manifiesto que en el asunto de nuestro "debate" me ha usted convencido, y doy a su escrito el criterio de autoridad.

    Mis artículos de "Ropa tendida" son la continuación de una treintena, publicados en el mensual "La Hora de Asturias", de mi amigo que fué José Vélez. Para la escritura, intencionadamente, apenas me sirvo de testimonios de personas y mucho menos de documentos escritos. Son un ejercicio, a veces, dificil de memoria, teniendo especial dificultad en los nombres propios, pues ocurre que a veces la memoria tiene registrado a Luis, cuando debería haber registrado Juan -con los apellidos esto no me suele pasar-. Sudé tinta para recordar el nombre, por ejemplo, de la librera, también de la calle Magdalena, señora Guillaume, que tan presente la tengo.

    El lector, para mí, tiene un derecho a la certeza; por eso procuro que los errores no ocurran; me esfuerzo en ello. Créame, estimado señor, que en lo de doña Fermina procuré no incurrir en negligencia, creyendo haberlo explicado en anterior respuesta mía. Al fin, ni usted ni yo, estamos tan distantes en el hecho del debate.

    Paso a continuación a lo de la "Confitería Niza". En la calle Magdalena había dos confiterías, una (Niza), cerca del Ayuntamiento, y otra, en el otro extremo de la calle. Se da la circunstancia de que esta otra confitería tenía de especialidad unos milhojas gigantes (de mucho, mucho merengue y escasas hojas) que me entusiasmaban: esos milhojas era el premio a mi buen comportamiento -cuando tenía buen comportamiento, que no era siempre.

    Mi abuelo portaba el gran "pastelón" por la calle Campomanes, envuelto debidamente y sujetándolo por la cinta pastelera. Más que llevar un pastel, lo imaginaba sosteniendo un farol como el de los ferroviarios. Para comer ahora ese pastel, el "golosón merengazo", tengo que desplazarme a San Sebastían, a la pastelería "Izar", en la parte vieja y cerca del Ayuntamiento. Imagínese el imáginese el trajín mío obligado a tantos desplazamientos, por los rotuladores y los merengues.

    La "Confitería Niza" de esos milhojas supermerengados nada; de eso podría en parte venir mi recuerdo de verla siempre vacía. Soy, estimado señor, un lector frecuente de Freud, con el que a veces estoy de acuerdo y a veces en desacuerco. Algo freudiano puede haber en ello.

    A principio de los años noventa, al regresar a Asturias, una tarde a la semana daba clases en la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad de Oviedo. Por un casual -otra vez Freud- entré una tarde a merendar en la "Confitería Niza", y me gustó tanto su café y sus pasteles, que hasta su cierre, años después, me hice asiduo de ella; subía las pocas escaleras y me instalaba en el altuillo, al fondo a merendar y leer, con gran placidez. ¡Menudo cambio el mío!

    Ya, para terminar -perdóneme este largo comentario- le reitero que valoro mucho su texto, y que si alguna vez le apeteciese contactar conmigo, que es fácil, estaré muy gustoso a su disposición.
    Fdo. Angel Aznárez.

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  7. Sin duda ocasión habrá para ello. Espero con interés el próximo capítulo de su saga sobre la callle Campomanes y aledaños desde este Madrid dondo hoy llueve recio, como allí. Gracias por su atención

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