Los niños de Gijón
andan hoy alborotados, y los mayores también. Los primeros porque están
nerviosos esperando los regalos, que los segundos apuran a comprar. Hoy es
probablemente el día del año en el que más regalos se hacen – o nos hacemos-. En
la ciudad de Las mil caras se diría que este cinco de enero no hay crisis. Estoy segura que ningún niño se quedará sin su juguete porque,
por fortuna, la solidaridad ha quedado demostrada en las recogidas que desde
muy distintas organizaciones se han realizado para que todos reciban el suyo. Y
los pequeños son mucho menos exigentes que los adultos: se conformarán. Salvo
que nosotros, sus padres, sus abuelos, sus familiares, les hayamos inoculado
ese consumismo que ahora –y en este momento sí hablo de crisis- literalmente
nos ha hundido. Hemos comprado tanto de todo, con necesidad o sin ella, por el
simple hecho de consumir que, amén de quedar descapitalizados –y algunas veces
endeudados-, nos cargamos la ilusión que conlleva recibir un regalo. Pudiera
parecer que nos produce más placer que sean varios, cuantos más mejor. Y no es
así, más bien todo lo contrario. Probablemente
una de las cosas buenas –que alguna tendrá…- que nos traiga esta crisis sea
limitar ese exacerbado consumismo que tanto valor quitó a los pequeños placeres
de las cosas también pequeñas. Y de las conseguidas con esfuerzo. Como ya soy
abuela, tiro con frecuencia de recuerdos del pasado, no diré que cualquier
tiempo pasado fue mejor, porque no lo creo así, pero pienso que mi nieta –aún bebé-
no experimentará nunca la alegría de la llegada de aquella muñeca Nancy que los
reyes dejaban un cinco de enero de mil novecientos y… pico, en unas zapatillas
colocadas al lado de una ventana. Me consta que la ilusión se comenzaba a
gestar en mis padres que, dado la escasez de la época, hacían un esfuerzo para
poder compararla. Esfuerzo que luego recibía su recompensa al ver mi cara de
niña feliz. De estas situaciones me han
quedado algunas fotos en blanco y negro que son un tesoro. Años después nació
mi hijo, pero nada fue igual. No supe hacerlo, en sus zapatillas había muchos
regalos más de la cuenta. Pero de eso no me percate hasta mucho después, cuando
ya me había cargado su ilusión. Me consta, sin que ello sirva de descargo, que
casi todos los padres de mi generación caímos en los mismos errores. Ahora, yo
quisiera que con Inés –mi nieta- no sucediera lo mismo. Me temo que no voy a
tener éxito: Inés ya tiene mucho más de lo que necesita. Ilusa de mí, he
intentado comprarle algo para estos sus primeros reyes, sin conseguirlo. No tiene
un par de pijamas, tiene 18(así como suena), 10 ó doce trajecitos, sillita para
el coche, para la calle, calienta biberones, mantitas de todos los colores,
ositos, sonajeros…, y hasta una maletita de “pasitos” (parece ser que esa es la
firma ¿?). Total, que no he comprado reyes para Inés. Por suerte, como aún no
se entera de nada no tendrá noticia de ese desatino que es la superabundancia. Y
en lo sucesivo, si puedo, si sus padres me lo permiten, trataré de hacer lo que
mi compañero Ricardo hace con su nieto, al que adora. Lo explico, Ricardo tiene
un nieto de 8 años que, desgraciadamente ha quedado sin padre hace poco más de
un año, y él –junto con su madre- se
encarga de su educación. Me decía no hace mucho que él compraba un único
juguete para reyes, en cuya elección –parte del disfrute es su búsqueda- emplea
varios días el niño. Me comentaba que para hacer eso habló con el pequeño y que
le explicó que había muchos niños con
necesidades, y todo lo que se le dice a un niño cuando quieres educarlo en el
valor de las cosas y en la solidaridad. Añado, que a ese pequeño le pondrían
comprar muchos juguetes, no media ninguna escasez económica. Eso es Educar (con
mayúscula, aunque no la deba llevar gramaticalmente). Su nieto será un niño
feliz.
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