JOSÉ LUIS CAMPAL
(Compilación exclusiva para el blog Las mil caras de mi ciudad)
El tercer volumen de versos del
poeta de La Peñuca ALFONSO CAMÍN MEANA (1890-1982)
que vio la luz fue Cien sonetos, salido de la Imprenta Militar
de La Habana
en 1915 y que se integraba en la colección Cervantes, perteneciente a la Biblioteca de
Ricardo Veloso. A lo largo de 204 páginas, y respondiendo a su
encabezamiento, ofrece un centenar de composiciones soneteriles, divididas en
tres series: 1) “Cien sonetos”, donde retrata a personajes ilustres de las
letras y la oratoria –Bécquer, Zorrilla, Rueda, Valle-Inclán, Castelar–; 2)
“Tierras de sol”,
impresiones líricas de diferentes naciones, y 3) “Ritmos dispersos”, de variopinta temática.
Como era habitual en los libros
de Camín, sus
propias creaciones venían antecedidas por unas páginas laudatorias acerca de su
forma de escribir; para la ocasión, reclutó a tres colegas (Luis G. Urbina,
José M.ª Carbonell y Múzquiz Blanco) a fin de que glosaran en
verso su personalidad. Urbina abrió su panegírico así: «El viento hincha las velas de tu ágil barca: parte, /
recoge el ancla y sigue tu rumbo y tu destino; / el día está radioso; sereno el
mar; divino / el cielo. La esperanza te sigue y va a guiarte». Por
su parte, Carbonell le dedicó estrofas como la siguiente: «A veces melancólicos vibran en el follaje / los místicos
arpegios de ruiseñor canoro, / y, a veces, el apóstrofe como iracundo toro /
estremece la selva con cólera salvaje».
Extraemos de la tercera entrega
poética de Camín, por su grácil
estructura y enfoque en el tratamiento, el soneto que nuestro gijonés consagró
a su paisano Ramón de Campoamor, con graciosa errata tipográfica
incluida (se tracamundia en el título el nombre propio Ramón por Roamo),
y que ocupa las páginas 33-34:
Albas
de Abril: desparramad frescuras.
Rosas
de Mayo: reflejad deseos.
Aves
del Bosque: desgranad gorgeos.
Fuentes
del Campo: preguntad dulzuras.
Huérfanas
del amor, vírgenes puras,
decid
del corazón los devaneos.
Mozos
de Antaño: pregonad trofeos.
Madres
sublimes: enseñad ternuras.
Poeta
tan inmenso como el mundo,
con el
dolor de tus humanas viñas
no
existe corazón que no taladres.
Por
eso, Abuelo, con afán profundo,
cantan
tus versos con amor las niñas,
¡pero
los rezan con dolor las madres!
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