sábado, 12 de enero de 2013

"MARCELINO SANTO, NI PAN NI VINO", artículo del notario ÁNGEL AZNÁREZ publicado en "LA NUEVA ESPAÑA" (segunda parte)





Los ángeles, cuando vuelan sin plumas, parecen todos azules.



Mi admirado Lord Byron, visitador de burdeles, admirado por poeta, por loco y por llevar un picacho muy jorobado a la espalda, ya lo dijo: “Quién aspire al placer, no debe buscar incomodidades”. Este escribano o escriba vano desea, a sus estimados lectores/lectoras, todos los placeres y ninguna incomodidad. Les escribe dulzuras como caramelos y bondades como golosinas. Que las reciban como guindillas o picantes al alioli, es problema suyo, del paladar, o de las consonantes fricativas, o de la glotis, glotis; todo ello fácilmente curable con bicarbonato ¡Qué caray o caramba! Ya, sin olvidar el “viva el placer, muera la incomodidad”, y para no empacharse con huesos y tocinos, vayamos a la hebra o al “chicho”, que a eso se invita.

Justo al lado del chigre de Marina, de porrón y bota de vino, en la ovetense calle Campomanes, se encontraba el Padre R…, fraile dominico, apodado “El turco”, con patillas de bandolero, al que me acerqué para fisgar con pecado –fisgoneo sacrílego-. La capa negra y el hábito albino ondeaban como banderas por la mucha ventosidad (eso se contó ya en anterior relato), con apariencia, desde lejos, de imagen de un fantasma o Anima purgante. Y de cerca: ¡Ooooh! pues del cinto de su cintura colgaba un rosario de 15 Misterios, sonantes las bolitas de la ristra como ajos; más abajo, abajo de la cintura, se marcaban bultos o bultitos como paquetitos: eran de disciplinas, cilicios y penitencias. Y más abajo, las medias, que, por desligadas, eran calcetines, blancos, muy blancos. Que una persona tan mayor calzase calcetines blancos, me gustó mucho, mucho; propio más de un dandi, de un esnob como Byron o Baudelaire, o como un Papa, que de un conventual y frailuno. Y eso a pesar de que los dandis son paganos y no cristianos. Aquello me recordó tiempos pasados, de calcetines y sandalias blancas, casi almidonadas, de Almacenes Generales en la calle Santa Cruz, tienda genitiva de don Arturo García Pajares, que así se anunciaba.

A partir de eso empecé a fijarme en los calcetines de los clérigos, sin duda éstos muy valientes y alegres en usar ropas de colores de mucho colorín, incluso en sus calzas. Los calcetines del canónigo don Martín eran purpúreos, al igual que los del Arzobispo Señor, que hacían mucho juego con sus sotanas ribeteadas con púrpura hasta en la botonadura. Y es que mientras don Martín, natural, naturalmente, de Grado, al que se apellidó Andreu, se empeñaba particularmente que yo aprendiera de memoria Ab urbe condita libri del latino Tito Livio, no dejaba de mirarle los calcetines, pareciendo de bondad mirar tanto al suelo, siendo, en verdad, una diablura.

Aquello ocurría al mismo tiempo que el ama del canónigo, también de Grado y que tenía achaques de nervios –era muy de cóleras y arrebatamientos- se empeñaba en hacer corral de “pitas” la terracita del bajo piso de la casita, sita en Muñoz Degraín, entre los conventos de Carmelitas y Adoratrices; que ahí sigue, incluso con la Virgen en hornacina mirando a la calle, la Virgen de Covadonga: Covadonga que es un lugar santo y una palabra “flor” (“flor” según escribió Pérez de Ayala, nato, también y por supuesto, en la calle Campomanes). Es justo que agradezca ahora aquel empeño con Tito Livio por don Martín, de Grado; gracias a él, aprender más tarde y de memoria, la Ley Hipotecaria, fue un coser y cantar.

La calcetería blanca de los Dominicos, elegantes y dandis, me gustaba más que la negra de mis Hermanos Maristas, que luego, después del Concilio, al colgar sotana, crucifijo y cordoncillos (el babero, por aquello del qué dirán, lo habían quitado antes) subían a la tarima o encerado verde con calcetines grises y a rayas azules, jerseys de pico alto y con chaquetitas de punto como de Modas “Tita”, la de la calle Pozos, número 7, teléfono 4029 (ese número como el de Funeraria Guerra, en Rúa 11, teléfono 3383, jamás, jamás conseguí olvidarlos). El problema quedaba en que el Beato Marcelino, el fundador, al que tantas veces pedimos que rogara por nosotros, siguió con el babero, imposible ya de quitar.

Don Benedicto, Ilmo. Sr. Inspector de Enseñanza Media y cura, el más elegante o dandi de la Diócesis o prelaticia, no precisó de calcetines blancos. A eso concluí después de horas de contemplación durante los exámenes de la Revalida de “Grado Medio”, en el Instituto casto y del Casto. Era don Benedicto un Petronio, de abajo a arriba; desde sus zapatos con hebillas plateadas a su cabeza, que, por peinarse al revés o al “traspiés”, o sea, de atrás adelante y de derecha a izquierda, su calva no era de brillos, sino una calva con pelos, a la que sólo faltaba una pinza para ser como un trole de tranvía.

Y empezaron a verse las diferencias entre los otros, los Dominicos, plebeyos, y los Maristas, patricios, que eso creíamos. Lo comenté a mi compañero de pupitre Monchu, hoy don Ramón Punset, siempre muy querido, que no me hizo caso, pues no había quien lo sacara de sus enredos líricos y declamatorios de El Piyayo, o a Primo González, que ya era periodista, o al abanderado y guitarrista Felix Garcia, muy patriota y a veces “matriota”, o al mismísimo Hermano José Luis Ampudia, jefe de los catequistas y de mano poderosa con las Ursulinas Madres, también catequistas y en el mismo sitio (en la Ermita de La Santina de Guillén Lafuerza y luego en la Sagrada Familia de Ventanielles), queriendo las Ursulinas y sus discípulas, sobre todo éstas, ser tratadas como ninfas divinas y no como humanas hembras.

Resultó que los Dominicos son padres y los Maristas hermanos. Los primeros subían y bajaban por la calle Campomanes para atender a sus Hermanas, las Dominicas, que, a su vez, eran Madres e Hijas; todo al mismo tiempo y ejemplo de relativismo en las categorías fundamentales de parentesco y familia, muy del lenguaje religioso. Lo de Hermanos, para los Maristas, tan poco debía parecer, que al Hermano Director se le daba trato de Reverendo, lo cual siempre me pareció inapropiado, pues los hermanos jamás han de ser reverendos.

 Don Gerardo Turiel, en sus alocuciones y discursos muy sociales, y para dar más bombo al ya abombado Reverendo Hermano Director, añadía lo de Dignísimo, que sonaba a exageración de hipérbole. Señalo que don Gerardo, en aquel tiempo, era temido por sus alumnos ¡Qué carácter!, con genio “de la de Dios es Cristo”. Más tarde, fue respetado, luego hasta querido y ahora recordado. Don Gerardo me enseñó, con maestría, el Negocio jurídico de los romanos, en versión de don Ursicino Álvarez.

Resultó que los Dominicos Padres tenían y siguen teniendo –no consta milagro en ello- una gran iglesia, con pórtico y retablo mayor, de estilo dórico. Los Maristas, por el contrario, tenían en Santa Susana, una modesta capilla, sin columnas ni capiteles, que semejaba a un barracón cuartelero. No había ni confesionario, pues, para eso, el capellán del Colegio, don Manuel Vinayo, se sentaba en una silla de mimbre en el interior de la sacristía; completamente inaceptable por tratarse de una solemnidad sacramental básica para lo Celestial. A la sacristía, diminuta, entrábamos según orden establecido por el pánfilo Hermano Albino, ayudante del Hermano Hermilo, muy de pellizco y bofetada.

Es verdad que la capilla tenía al fondo derecha un órgano o harmonium en el que tecleaba el Hermano A..., cuyo rostro era como volcánico o lunático, repleto de cráteres o forúnculos supuratorios. La Inmaculada, con sedas azules, lo presidía todo, y todos de la Inmaculada, de la de Oviedo -nada que ver con los de la Inmaculada de Gijón, que en aquel tiempo estaba muy lejos, extramuros y fuera del cogollo de Oveta, de Ovetum, adonde alguna llegaban para dar patadas a pelotas-. Al ver a los de los Jesuitas, también ahora (y los veo con mucha frecuencia, los viernes en el Hotel Asturias o en El Roble de la Camocha), recuerdo que uno de los castigos de más suplicio, y por causa de mirar a las enrolladas musarañas, impuesto por el Hermano Subdirector Juan Capelo -que nunca enseñó il Capello- fue tener que leer la novela Pequeñeces del jesuita Padre Coloma, que, por aburrida y tonta, siempre llamé Memeces.

Peter Pan fue un “chavalín” un poco “tontín” que el “probín” ni quería crecer ni nada de nada –hoy a eso se llama el “peterpanismo” neurótico-. Pues bien, sin nada de eso, continuaremos próximamente –será la última narración, si Dios quiere, sobre los de Santo Domingo y los de Marcelino Santo o de Santa Susana-. Se promete desde ahora un final con sorpresa morrocotuda. 

17 comentarios:

  1. Isabel Moro publica
    los escritos del Notario.
    ¿Es que nadie le replica?
    No se leen comentarios.

    ÁNGEL comienza diciendo:
    -"Cuando vuelen, sin les plumes.
    Los ÁNGELES, desde el cielo,
    Parecen todos azules". ¿?

    Habla del Hotel Asturias
    y El Roble de La Camocha
    y mete al Padre Coloma
    No se por qué lo menciona.

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  2. De Ängel Äznarez a su amigo comilitón (o conmilitón) don Carlos Roces:

    Querido Carlos:

    Tú,como siempre:"Al pan, pan, y al vino, vino".Yo,como siempre: "Al pan, boroña, y al vino, gaseosa.

    Que se hagan comentarios y que no se escriban,parece de sensatos, cosa de prudencia; que la valentía gusta casarse, sin posible divorcio, con el riesgo, y puede provocar Roces don Carlos.

    Que yo "metiera" al Padre Coloma, eso lo leiste tú; yo,desde luego,no lo escribí;ni se me ocurrió, tan escasa de pecados.

    A propósito: ¿Dónde están mi "chica Buylla", tan querida, y Aurora, que no deja de querer a Tirso, el Santo de Abres?

    Carlos: un abrazo.

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  3. Pues la bloguera, que nada tiene que decir ni a uno, ni a otro, espera con impaciencia el "continuará..."

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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    1. Aclaro, que he eliminado este comentario porque se colaron los duendes y se publicó dos veces el anterior.

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  5. de ÄÄngel ÄÄznarez a Doña Isabel

    Muy estimada doña Isabel:

    Acabo de ver en una revista, de esas que tanto miramos los hombres y también alguna mujer, unas fotos de una boda de aristócratas, de muy lejos.

    Me surgió una pregunta, que ahora hago suya y es de naturaleza "ontológica": ¿Siendo tan rematadamente feos (no los novios sino los otros) o tan feos de remate -que no es lo mismo-se puede ser de los mejores o "aristos" de la aristocracia?

    En mi calle, la Campomanes de Oviedo, tal cosa nunca ocurrió, ni tampoco, hasta ahora, en mi otra de Gijón, la Garaya, que es casi la Giralda, vista desde El Humedal, donde tanta gente vive.

    Agradézcole por adelantado sus mercedes, que eso serán, para mí, sus respuestas. Y lo del comentario del “otro”, no se impaciente doña Isabel, pues por ser pintor estará subido al caballete, ete, ete…

    Abrazos

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  6. Yo ando por aquí, no sé si perdida, Sr. Aznárez. Una necesita un respiro, luego el respiro se torna pereza, y la pereza es mala consejera: uno de los pecados capitales que usted conocerá bien por aquello de los jesuitas, dominicos y congéneres. Yo tenía un tío-abuelo chantre en la catedral de la cuidad que sigue durmiendo la siesta y... ya me predicaba ya pureza y castidad, eso teja abajo, supongo.
    Ya se sabe,conra pereza,diligencia, y mi diligencia hoy es darle conocimiento de mi existencia (todavía) entre los mortales.
    Felices escritos, que se ve que los goza usted, y si no le escribo, sí le leo.
    Aurora, la de Santiso, eso dicen los que andan buscando nombres antiguos por aquellas tierras siempre amadas.

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  7. Disculpe usted faltas de puntuación y demás. Gracias, estoy oxidada.

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  8. de ÄÄngel ÄÄznarez a su estimada Doña Aurora:

    No sabe bien la alegría que me produjo saber de usted. Una de mis máximas o mínimas -que no sé- es aquella de "a las personas, cuanto menos las veo, más las quiero". Por ello, a usted, que nunca vi, la tengo que querer muchísimo.

    No se preocupe con las faltas de ortografia; las únicas que me preocupan son las faltas de lo otro y de las otras, que dan cada susto...,y las de caligrafía, pues tengo aficiones de chinos.

    En relación con lo de gozar -no exagere-,que es lo justo justito; y en relación con estar perdida, le traslado un consejo de un buen amigo: para tranquilizarte si te crees perdido,imagínate dando la vuelta al mundo.

    Reitérole mi alegría.

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  9. Pues, amigo mío, como no sea en brazos de Morfeo...ASí puedo hasta levitar y sentir algo parecido a lo de la santa de Ávila. No está mal, alguna vez, despegar los pies del suelo y sentir que una, a pesar de sus kilos, puede ser impulsada por fuerza misteriosa que luego la deposita blandamente en la cama y le hace cosquillas en la nariz para que despierte... ¡Qué lástima! Prosaica vida, oiga...

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  10. Pues, amigo mío, como no sea en brazos de Morfeo...ASí puedo hasta levitar y sentir algo parecido a lo de la santa de Ávila. No está mal, alguna vez, despegar los pies del suelo y sentir que una, a pesar de sus kilos, puede ser impulsada por fuerza misteriosa que luego la deposita blandamente en la cama y le hace cosquillas en la nariz para que despierte... ¡Qué lástima! Prosaica vida, oiga...

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  11. jajaja, Sabeliña, que mandes los duendes al carajo, hija...

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  12. Yo creí que este blog era serio... ¿O, tal vez, no? se cuelan duendes, se cuelan aristócratas, ¿o eran aristogatos?, se suben por las paredes, ¿o... era por los caballetes? ¡Jesús que lío tengo en la cabeza! Que si los frailes, que si la santa de Ávila..., que si se hacen promesas de continuidad que no se cumplen...

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    1. De ÄÄÄngel ÄÄÄznarez a doña Aurora y a doña Isabel:

      Muy queridas, primero, Doña Aurora:

      Su comentario me gusta por ser muy a lo Freud, pues escribe de sueños, de levitar, de pies, de brazos, de camas, de cosquillas, de la naríz, de blanduras, de...

      Mucho me sugiere su breve texto. Lo de levitar me recuerda que hace unos días se produjo, cerca de Mondoñedo, una levitación insólita, pues la levitante o levitada, al parecer, calzaba madreñas, de muchos kilos de peso.

      Si la cosa le interesare, la podré informar, pues allí me desplazaré para comprobarlo, nada más que mis obligaciones fúnebres (por lo de los testamentos) me lo permitan, y en compañía de la bruja que me lo dijo y certificó o dió fe. No olvide que fui fedatario cerca de Mondoñedo y conozco a toda la brujeria andante y sentada de aquellos embrujados lugares, que tanta huella me dejaron.

      Por cierto: ¿Por qué las que levitan, al igual que las brujas, siempre son hembras? Al parecer los machos ni levitamos ni somos brujas.

      Lo de las cosquillas en la nariz, no sé que decirle; son un tipo de cosquillas, según creo, llamadas de "por todo lo alto". Acaso se "sentirían" más y mejor un poco más abajo, no demasiado (quiero decir no demasiado abajo). A mí las cosquillas en la nariz me hacen, unas veces, estornudar, y otras eruptar.

      De Santa Teresa mucho podría contarle, e incluso mostrarle la foto de su brazo incorrupto; lo dejo, por cosa de horario para otro día si procediese.

      Muy querida, segundo, Doña Isabel:

      Entre tantos duendes y misterios, no se me asuste usted ¡también usted!

      Le reitero la pregunta que le hice: ¿Se puede ser aristócrata siendo rematadamente feo o feo de remate? Comprendo que para responder a esto haya que desfajarse, soltando corchetes y abriendo cremalleras, pero usted eso lo puede hacer con facilidad, que es escasa de tocinos.

      Y todos, ustedes y yo, a "morfear" lo más que podamos. ¿Se han dado ustedes cuenta que poniendo dos puntos encima de mis letras A, se me pone nombre y apellido como de tranvía o trolebús y mirando a la cámara?

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  13. Mi muy apreciado D. Ángel: lo que me cuenta de la señora de Mondoñedo, no me produce ninguna extrañeza. Es cotidiano allí que las señoras -y si es con madreñas, mejor-, leviten, sino cómo Don Álvaro Cunqueiro habría podido escribir "Merlín y familia". Sepa usted que he vivido años en Mondoñedo, cuando aún había seminaristas de banda roja o azul, tonsurados o no, paseando castamente por las calles castas, camino de La Alcántara o de Los Remedios, a terminar de santificarse en uno u otro santuario que, dicho sea de paso, debía haber diez mindonienses por santuario, lo que entonces no logro explicarme es cómo las iglesias, incluida catedral y capillas, estaban llenas a todas horas. No dejo de hacer un viajecito con mi familia cuando, en el verano, voy a mi querido Santiso, o San Tirso, como usted prefiera, y ¡caray! es un lugar insólito... ya lo creo. Tanto es así que, en una de esas ocasiones, al bajarnos del coche, llovía a mares y nos resguardamos bajo el alero de una casa, casi frente a Los Remedios. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando se abre la puerta y una señora, cinco paraguas en ristre=número de personas que nos bajamos del coche, se acerca a nosotros y nos fuerza a cogerlos prestados. En principio yo pensé que era un nuevo negocio de los siempre avispados mindonienses, pero fui una malpensada porque la señora no nos pidió nada a cambio. Eso sí, nos pidió que los dejásemos detrás de la puerta, siempre abierta.
    Bien, recorrimos la ciudad, o villa, o pueblo grande o lo que sea Mondoñedo, al amparo de la generosidad de la buena señora. Al subir de nuevo por la calle para marchar y subir al coche, vimos a la bondadosa señora atisbando tras las cortinas... leñe,no sea que marchásemos con ellos, que entonces ya se encargaría de salir y darnos cuatro voces y llamarnos de todo, como era de rigor. Para nada era nuestra intención, somos gente seria, nada amiga de lo ajeno.
    El cuento, que no es un cuento, tiene dos buenas enseñanzas, a mi corto entender: una-la generosidad de una señora que, sin conocernos de nada nos ofrece cinco paraguas -cinco-, pero que, como buena descendiente de los de la retranca de la tierra del nabo, desconfía hasta de su sombra. Lo cual es lógico, máxime pensando si, a lo mejor, esos cinco paraguas (y a lo mejor más) fueron ahorrándose (uno o dos tenían como cien años) para ejercer este tipo de obras de caridad, que es Mondoñedo ciudad con marchamo caritativo donde las haya; que nada qué ver con el moderno "rey das tartas" cuyas tartas las coma él y engañe a los turistas de buena fe, que son bien malas.
    Y como siempre, quedo a su entera disposición, con todo respeto que a mí nos notarios cada día me dan más respeto.

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  14. De ÄÄÄÄngel ÄÄÄÄznarez a Doña Aurora o Aurita:

    Mi estimada milady:

    Acabo de leerla, recién levantado de la siesta, ya que los viernes es la única tarde que la duermo, pues el resto de tardes, o bien trabajo, o bien pienso.

    Sabía yo que lo de Mondoñedo, iba a gustarle. Usted recordó sus paseos con paraguas por las rúas y yo recordé los míos por la alameda, cerca de Los Remedios, en compañía del nativo "Antón, el comadrón", así llamado por estar siempre trompa como Falopio. Era Antón funcionario de la Agraria, sobrino de cura, y un gran tocador de gaitas, celtas, y de tetillas como quesos.

    Quedo yo con promesa de informar, doña Aurora", de la levitación brujeril a la que me referí en anterior comentario. Al parecer intervino la Santa Compaña y un meigallo, que fue el que tiró de las madreñas hacía arriba, subiéndolo todo, todo, hasta las berzas, que adornaban la cabeza de la "santa" bruja. Acaso este fín de semana me acerque a Abadín, que fue el lugar exacto del milagro, y desde donde me avisaron.

    Escribe usted de Cunqueiro, que no conocí; sí a Torrente Ballester que tambien vale, pues sabrá que nació en Ferrol, y en Ferrol está la "concatedral" de la Diocesís de Mondoñedo, que, junto con las diócesis Milán y Paris...En Torrente leí el episodio de un enamorado muy remilgado, que, con ternura añadida, pregunta, con mucha valentía, a su amada, en trance de delirio: ¿Gozas, vida?

    Su referencia a los nabos es interesante, pues los de Mondoñedo son muy guerreros, y lo mismo hacen guerra con nabos ("nabales)que guerras con naves (navales), pues también son de la Mariña.

    En lo que concierne a los notarios, me satisface su respeto, que se agradece; pero recomiendola no pasarse, pues yo, que formo parte del teatrillo y muevo los títeres, por lo que sé y veo, tengo menos, mucho menos.

    Que usted con Dios o con Tirso, el de Abres.

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