Pasaba el domingo por delante del colegio de los Jesuitas y salían de su iglesia los niños que acababan de hacer su primera comunión, lo que me retrotrajo unos cuantos años atrás, cuando Pablo hacía en el mismo lugar la suya. Me detuve un rato para contemplar la escena y recordar ese día especial en el que, entre otras cosas, era una madre joven. Hoy, aunque los nietos no hayan llegado aún, soy una abuela. Se repetían, pese al paso de los años, las mismas escenas que entonces: progenitores, abuelos, hermanos, primos… y niños vestidos de azul correteando nerviosos por el patio. Todo era igual, al menos eso me pareció. Por la tarde no salí y a ratos me entretuve con la televisión. Que, dicho sea de paso, me produjo un inmenso aburrimiento; pero casualmente en uno de los reportajes hablaron de las primeras comuniones. Lo visto por la mañana y lo que me sirvió en bandeja la caja tonta por la tarde, me dio pie para algunas reflexiones que ahora vierto aquí, en mi espacio “privado”, para que no se entere nadie de lo que pienso –fundamentalmente para que no me excomulguen , ¿que no me importa?, pero eso no tengo por qué decirlo-. No recuerdo con exactitud qué pudo costarnos entonces la comunión de Pablo, pero sí que no supuso ningún desequilibrio para la economía familiar –la propia de un matrimonio joven que acaba de comenzar, que tiene detrás una hipoteca, el colegio, etcétera, etcétera-. En el reportaje al que me refiero se decía que muchas familias lo pasan mal económicamente cuando sus hijos tienen que cumplir con ese precepto religioso que corresponde a todo ciudadano de bien, sea o no practicante. Se dijo que la comunión de un hijo/a generaba gastos de unos 3.000 euros. ¡Ahí es nada!, habida cuenta de que la mayor parte de los sueldos de los jóvenes padres apenas sobrepasan los 1.000 euros –salvo afortunadas excepciones, por supuesto.- A continuación hicieron el desglose de dichos gastos: traje, recordatorios, banquete… Así como suena: banquete para aproximadamente 100 comensales. En el caso de las niñas se incluía peluquería, complementos…Total, que las primeras comuniones ya no son lo que eran: han perdido cualquier sentido religioso que pudieran –debieran- tener, y no sólo eso, sino que se han convertido en un acto pagano -exceptuando el paso por la iglesia, claro-. Lo que cuenta es llevar el mejor traje, tener muchos invitados, recibir regalos, y…todo lo demás. Para acudir a una comunión –esa es otra- hay que desembolsar una cantidad de dinero como si de una boda se tratase. Todo ha pasado a ser un puro negocio: un negocio con los niños. ¡Qué lástima!
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