martes, 17 de mayo de 2011

ENTREVISTA AL ESCRITOR LUIS FERNÁNDEZ ROCES de J.Cuevas (publicada en La Voz de Asturias)



En la misma estancia de su casa en Gijón de la que salieron sus novelas, cuentos y poemas, Luis Fernández Roces quita hierro a su trabajo. Humilde, asegura no estar del todo seguro de la calidad de su poesía, cuya primera entrega pública no se produjo hasta 2006, porque las referencias que tiene proceden de la amista. El escritor del miedo y la soledad entrega ahora, de nuevo con Ediciones Trea, Salas de espera , un poemario en el que el final está omnipresente.

-Publica su tercer poemario en cinco años. ‘Salas de espera’. ¿Es donde estamos todos?

Es la metáfora de esta vida, como sala de espera no acordada.

-El tiempo pasa irremediablemente, y eso es una constante en el libro.

Sí. Una prueba es que el tiempo es siempre la temática. En la poesía siempre está el tiempo presente. El tiempo es algo que no perdona.

-Es difícil olvidarse de esa sensación, un tanto angustiosa.

Claro. Siendo poeta, pero también para cualquier persona. En realidad, creo que todo el mundo es poeta de algún modo. Piense que cuando vamos por la calle, la gente cuando habla siempre está utilizando metáforas. Siempre unimos unos pensamientos a otros, con lo cual hacemos poesía. Aunque no sea una poesía formal, la preocupación por el tiempo es algo común a todo el mundo.

-Escribir, ¿aumenta la sensación de soledad?

No lo sé. Supongo que es tal vez el resultado de esa sensación. Tampoco sé por qué empieza a escribir uno. A lo mejor porque de pequeño cayeron libros en sus manos y llega a pensar: ¿Por qué me gustan los libros? Están detrás de todo, hasta por el olor del papel o el tacto, aunque ahora con la informática lo del olor del papel se pierde, porque empezaremos a ver ediciones digitales. Los mayores ya nos vamos quedando atrás.

-¿Usted sigue escribiendo según el método tradicional?

Escribo con el ordenador, aunque primero uno siempre lo hace a mano.

-¿Qué libros fueron aquellos que caían en sus manos y cómo llegaban a usted?

Recuerdo que en un hórreo de mi abuela en Pumarabule había una especie de mesilla con algunos libros. Me acuerdo de Un capitán de 15 años . También había algunas novelas del Oeste y una obra de teatro escrita en francés. Por supuesto, no sabía francés, pero creo que hasta ese lo leí sin entender lo que leía. Aquellos libros fueron los que empezaron a estimularme en la lectura. Me acuerdo mucho de Un capitán de 15 años y también de un manual sobre el manejo de los astrolabios, una cosa muy rara. Por allí debía de haber pasado algún religioso y había algunos libros así. Creo que aquel fue el primer contacto que tuve con los libros.

-Aún no había llegado a Gijón.

Estaba en Carbayín. En Pumarabule, que era pueblo minero.


-Nacer en un lugar así, además en la época que lo hizo. ¿Marca?

No lo sé. Nací en el año 35 y viví la posguerra. Mi padre era minero y desde mi casa se veían la mina y las escombreras. Todo lo marcó la posguerra.

-La escritura, ¿podía entenderse también por todo ese contexto una vía de escape?

No creo que lo fuese. Se escribe más por la afición y porque te gustan los libros. Desde entonces, siempre estuve entre libros sin saber muy bien por qué. A lo mejor, inconscientemente, es una vía de escape, pero no alcanzas a saberlo. Tampoco por qué uno escribe hoy prosa y mañana poesía, que son dos géneros distintos.

-Con una de esas novelas, ‘Ven y arrójate al mar’, empezó todo. Le conceden el premio Ateneo de Valladolid.

Primero fue un premio en Valladolid. Esto de los premios es una anécdota, pero también algo que te estimula. Entonces eran la única manera que había de publicar. Y ahora casi también. Después gané el ‘Novelas y cuentos’ con El buscador . Novelas he publicado cinco hasta ahora.

-¿Cómo era el ambiente literario de aquellos últimos años del franquismo?

Es difícil recordarlo. Había una serie de concursos. Como ahora, convocaban los distintos organismos. Siempre había camarillas. Unos premios los ganabas y se leía, yo creo, menos que ahora.

-¿De verdad lo cree?

Creo que sí, que se leía menos. Bueno, no sé si la llegada de la informática habrá hecho que ahora se lea menos, pero a veces te sorprendes cuando lees alguna de esas novelas. Por ejemplo, esta de Ven y arrójate al mar . La leo ahora y me sorprende que la hayan premiado. Voy a ser sincero. ¿Cómo es que entonces se premiaban novelas mediocres? Pues se premiaban. Lees incluso críticas de la época. La ponían muy bien pero realmente no es así.

-Los escritores siempre son muy autocríticos con los libros anteriores al que están escribiendo en esos momentos, ¿no?

No, pero en este caso no se trata de autocrítica. Es mi constación de una realidad.

-¿Cómo era Luis Fernández Roces en aquellos días?

¡Dios mío! Quisiera yo saberlo. Uno a veces se sorprende. Ve las fotografías antiguas y se pregunta: ¿Este soy yo? La vida pasa y uno no se da cuenta. Me acuerdo de cuando escribía en LA VOZ DE ASTURIAS. Llegué a tener una pequeña sección que era de quinielas. Me gustaban mucho las matemáticas y hacía combinaciones reducidas para las quinielas. Dejé de escribirlas cuando me casé. A veces me sorprendo. Encontré un recorte mío de cuando tenía 9 años. Había escrito a una sección que se llamaba Desde Carbayín quejándome del estado de nuestra fuente. No recuerdo el título, pero era una especie de carta al director. Supongo que si a los 9 años ya escribes es que te gusta.

-Ahora ya ha vivido el mundo de la literatura. ¿Se lo imaginaba así cuando empezó?

No. No piensas en lo que vas a ser. Empiezas a escribir. Un día escribes un cuento y te lo publican. Empiezas a participar en los concursos de cuentos. Por casualidad ganas alguno y sigues escribiendo. Otro día, se te ocurre escribir una novela sobre la mina y tienes también suerte de ganar el premio,...


-Cuento y novela, pero, ¿la poesía siempre estuvo ahí?

Escribí poesía desde siempre. En primero de los libros de poesía que publique en Trea, Viejos minerales , hay un poema que escribí a los 18 años. Lo recuerdo perfectamente, porque lo escribí en una pensión de Valladolid. Hombre, luego modificaba el soneto, que es el único que aparece en ese libro. Es el primer poema que recuerdo haber escrito, y ya han pasado unos cuantos años desde entonces. Pero el problema es que en la poesía, y creo que es algo que me pasa a mí pero también a todo el mundo, uno se siente más inseguro a la hora de presentarlo. No sabes si aquello tiene valor. En el cuento y en la novela sí, porque son géneros distintos y tienen una arquitectura, una estructura que se puede analizar como quien analiza unos planos. En poesía, el pensamiento y la escritura son casi simultáneos. En la novela puedes convertirte en lector y juzgarlo desde fuera. En la poesía no, porque cuando la lees, sigues siendo tú mismo. Es como si escribieras otra vez. Nunca me atreví a enseñar la poesía que escribía. En cierto modo era casi secreta. Un día enseñé unos versos, publiqué y seguí escribiendo. A lo mejor porque es una escritura de mayores. No es que la novela sea más fácil ni más difícil, pero la novela requiere una disciplina mayor.

-Aunque, son muchos los escritores que siguen el camino contrario. Empiezan publicando poesía y se pasan a la narrativa.

Efectivamente, es algo de jóvenes y de viejos. Posiblemente, las primeras cosas que escribí serían poemas, pero lo escribía y lo guardaba.

-Desde entonces, ¿hay muchos versos en el cajón?

Está lleno de versos. Claro, ahí hay también cosas muy malas, que esas sí te atreves a juzgarlas.

-¿Qué le decidió a dar el paso y sacar sus poemas a la luz?

Un día ves alguna de aquellas poesías que te gustan y escribes otras. Te preguntas: ¿Esto será bueno? Lo lee alguien, en este caso fue el editor, te da ánimos y decides publicarlo. Una vez que publicas algo, el problema es que los amigos siempre suelen decirte que está bien, y entonces te animas a seguir escribiendo, a seguir avanzando.

-¿Cuándo escribió los de ‘Salas de espera’? Son actuales, escritor en los últimos tres o cuatro años.

¿De ahí la unidad temática? Salvo en Viejos minerales , siempre está ahí. En aquel libro la temática trata de la unión del mar y la mina. Decíamos que por debajo del mar pasaban las minas. Recuerdo venir con mi padre a Gijón y oírselo decir, y era algo que te sorprendía. Creo que de ahí surgió el libro. Después el tema pasó a ser la vida.

-Es una poesía difícil para el lector. Crea un nudo en el estómago. ¿Es consciente de ello?

Sobre todo en la poesía actual -en la clásica no, porque la clásica era prosa más ornamentos-, el lector es el que tiene que colaborar. La poesía de ahora es más enigmática. Tienes que tener la capacidad de sugerirle para que el lector reescriba contigo el libro. Que cada lectura sea distinta según quién lo lea.

-¿Descarta volver a la novela?

Siempre tengo una novela. Hay una que tengo en el cajón desde hace mucho tiempo. La verdad es que no la escribo por incapacidad, porque cuando llevo 20 ó 30 folios no consigo contar la historia que quiero contar. Siempre estoy con ella. Supongo que seguiré intentando escribirla, y a lo mejor sigo sin escribirla. En la actualidad estoy terminando un nuevo poemario, pero en el futuro no sé muy bien lo que haré, porque si te pones a escribir una novela es una labor constante, algo que no puedes dejar para mantener el tono y el estilo. Poemas, hoy escribes uno y mañana otro.

-Hablaba de los concursos. ¿La crisis les afecta?

De cuentos siempre hubo muchos, ligados a organismos oficiales y cajas de ahorros. Hoy, más o menos siguen. También hay muchos de poesía, pero cuando vas a verlos te sorprendes. Ves que siempre están ahí dos o tres editoriales, y que siempre ganan esos premios gente muy cercana a esas editoriales, y que los jurados de hoy son los premiados de mañana. Aunque supongo que es algo que siempre pasó. Siempre cuento una anécdota para mostrar lo relativo que es ganar un premio. Hubo un año que me presenté a uno que organizaba la caja de ahorros. Se presentaba gente importante, como Francisco Umbral o Daniel Sueiro. También había presentado otro cuento a un concurso que había en Villajoyosa. Los dos pasaron desapercibidos, pero al año siguiente los presenté de nuevo, cada uno al concurso contrario, y gané los dos. Es todo tan relativo… Antes mencionó sus primeras lecturas.

-¿A quién está leyendo ahora?

Leo cada vez menos, porque me resulta muy difícil. Ahora leo sobre todo poesía. Antes leía hasta libros que aún hoy me resulta difícil entender. Recuerdo estar en el pueblo cuidando el ganado y leyendo a Unamuno. ¿Qué demonios iba yo a entender a Unamuno? Pero lo leía. Ahora cada vez me cuesta más trabajo. Asalto los poemarios y medito los poemas. Es la lectura que más me satisface. Algunos son relativamente nuevos, como Luis García Montero, aunque a los viejos poetas de vez en cuando tienes que volver. Incluso de vez en cuando me atrevo a releer a San Juan de la Cruz.

-Vive frente a la plaza que le dedicó el Ayuntamiento de Gijón. ¿El mejor homenaje que le pueden hacer a uno?

Me satisface lo de la plaza, porque eso quiere decir que tienes algunos amigos. Le dan la plaza a Luis Fernández no sabes por qué, porque seguro que empiezas a mirar y hay gente mucho más importante. Lo bueno que tiene es que es una plaza que veo desde casa (se ríe).

-¿Siempre vivió aquí?

Después de casarme sí. Antes estuve 9 años interno en el Hospital de la Cruz Roja, también aquí al lado. Allí trabajaba y hacía mi vida.

-¿Cómo era el Gijón al que llegó?

El otro día comentaba con mi mujer que hay muchas cosas de las que no me acuerdo. El cine Los Campos estaba en la esquina de al lado. Me acuerdo de ir, pero quiero imaginarlo y no lo recuerdo. Gijón cambió mucho. Un día, en un viaje a Madrid, me contaba una señora que vivía en la esquina de la calle Uría con Adosinda y que para ir a la playa cogía el tranvía, por lo que en toda la zona de La Arena no debía de haber nada. Después llegaron aquellos años del crecimiento desordenado de la construcción. Viesques antes era un páramo, y también El Llano.

-Al margen de la plaza, ¿cómo le gustaría que le recordaran?

Primero, si hablamos de la literatura, como escritor. Te alegras cuando ves una novela tuya en el rastro. Que alguien lea algo tuyo después de muchos años. Y luego, algo más difícil, que es que te recuerden simplemente como buena persona, lo cual no quiere decir que lo sea ahora (se ríe).

J. Cuevas (Entrevista publicada en la LA VOZ DE ASTURIAS -17/05/2011-)

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