DOMINGOS POR EL RASTRO
Vidrios, retratos, teléfonos, juguetes, sifones., todo posado por el suelo en parada arqueológica. Todo mate, llovido o soleado por las atmósferas de este Rastro gijonés. Y así los sifones, agrupados aquí como pequeñas manadas de viejos elefantes de cristal gordo, con sus orejas/gatillo y su trompa de estaño por la que ya no sale ni barrita la derechura de un potente chorro de seltz para un vaso de vino con sifón. Compañeros durante años del hombre por tabernones y cafés del tiempo de los tranvías, su poderosa energía, que podía explotar, «cuidado, no se te vaya a caer el sifón», ha quedado muerta.
Son ya los sifones con su entero desnudo verde, o con su loriga protectora, documentos del pasado. Como lo son las platerías, los abrigos de cinco inviernos, la Singer sonando en el cuarto del pasillo, las tiendas de barrio, los quinquenios y la brocha de afeitar...
Por aquellos entonces, se abría a la calle principal la sifonería de Gabriel. Y yo, viendo ahora por el Rastro estos marquesones viejos de mesa y barra, me acuerdo de aquel local envuelto en un fragor de agua y aire comprimido, del tintineo del cristal en formación y marcha; toda aquella hidrología furiosa del carbono y las burbujas; agua en preparación que parecía hervir en su frialdad, y sufrir y suspirar, mientras iba creciendo de nivel en los sifones.
El presente no es tiempo de sifones, pero se puede hacer una oda a ellos en una de esas noches de recuerdos y heridas; en una de esas madrugadas de farra y barra, de espejos y fantasmas. Pido, no sé bien por qué, un whisky con sifón. «¿Con sifón...?», me pregunta el camarero. «Si Marte tiene agua, por qué aquí no puede haber sifón», le digo. «Si hubo dinosaurios, por qué no puede haber en la bodega (¿tienen aquí bodega...?) un sifón». Un sifón con su presencia lírica y obispal, con su perfil macho del tiempo del estraperlo, de la Guardia Mora y del Auxilio Social. Un sifón en ronda por entre la peña cafetera o por entre copitas de alcoholes dulces o secos, para ayudarse un poco. Un sifón, sí, sobre aquella mesa de mi pobre cocina sin nevera. Artesiano pozo de Jacob, con su sonda de cristal calada, que nos subía aquel agua de plata viva, con burbujas, para hacernos eructar el 'fariñón' del suculento pote candasín.
(Publicado en el diario El Comercio, 27/04/2011)
Vidrios, retratos, teléfonos, juguetes, sifones., todo posado por el suelo en parada arqueológica. Todo mate, llovido o soleado por las atmósferas de este Rastro gijonés. Y así los sifones, agrupados aquí como pequeñas manadas de viejos elefantes de cristal gordo, con sus orejas/gatillo y su trompa de estaño por la que ya no sale ni barrita la derechura de un potente chorro de seltz para un vaso de vino con sifón. Compañeros durante años del hombre por tabernones y cafés del tiempo de los tranvías, su poderosa energía, que podía explotar, «cuidado, no se te vaya a caer el sifón», ha quedado muerta.
Son ya los sifones con su entero desnudo verde, o con su loriga protectora, documentos del pasado. Como lo son las platerías, los abrigos de cinco inviernos, la Singer sonando en el cuarto del pasillo, las tiendas de barrio, los quinquenios y la brocha de afeitar...
Por aquellos entonces, se abría a la calle principal la sifonería de Gabriel. Y yo, viendo ahora por el Rastro estos marquesones viejos de mesa y barra, me acuerdo de aquel local envuelto en un fragor de agua y aire comprimido, del tintineo del cristal en formación y marcha; toda aquella hidrología furiosa del carbono y las burbujas; agua en preparación que parecía hervir en su frialdad, y sufrir y suspirar, mientras iba creciendo de nivel en los sifones.
El presente no es tiempo de sifones, pero se puede hacer una oda a ellos en una de esas noches de recuerdos y heridas; en una de esas madrugadas de farra y barra, de espejos y fantasmas. Pido, no sé bien por qué, un whisky con sifón. «¿Con sifón...?», me pregunta el camarero. «Si Marte tiene agua, por qué aquí no puede haber sifón», le digo. «Si hubo dinosaurios, por qué no puede haber en la bodega (¿tienen aquí bodega...?) un sifón». Un sifón con su presencia lírica y obispal, con su perfil macho del tiempo del estraperlo, de la Guardia Mora y del Auxilio Social. Un sifón en ronda por entre la peña cafetera o por entre copitas de alcoholes dulces o secos, para ayudarse un poco. Un sifón, sí, sobre aquella mesa de mi pobre cocina sin nevera. Artesiano pozo de Jacob, con su sonda de cristal calada, que nos subía aquel agua de plata viva, con burbujas, para hacernos eructar el 'fariñón' del suculento pote candasín.
(Publicado en el diario El Comercio, 27/04/2011)
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