lunes, 9 de mayo de 2011

PUÑETERO LUNES...




Afortunadamente no todos mis días son iguales. O lo que es lo mismo, mi capacidad de aguante varía de unos a otros. Procuro, más que nada para preservar mi salud mental, practicar el sano ejercicio de la tolerancia. Pero no siempre lo consigo. En realidad pienso más bien que de tanta práctica –o intento- voy acumulando mala sangre que un día, así, sin más, me hace ver las cosas de manera diferente, y llega un momento en el que me apetecería –si torera fuese- cortar oreja y rabo. Pero como no me gustan los toros y menos cortarle nada a tal animalito, manifiesto en este espacio propio, que a nadie obligo a leer, ni compartir, ni nada que atente contra la libertad personal -digo aquí, secretamente- que hoy estoy hasta las mismísimas entretelas de tanto imbécil como me rodea. ¡Qué fuerte!, que nadie se sienta aludido, no va contra tí, ni contra quien me esté leyendo. En todo caso, si en algún momento hubieses pasado por mi imaginación, por leerme te exonero del –probablemente- inadecuado improperio. Aclarado sigo a lo mío. Me molestan esas personas que van de “cultas” y son –con perdón- la enciclopedia del analfabetismo. Y no me parece grave saber muy pocas cosas, yo sé tan pocas… que bien podría formar parte de ella. Pero no es ese el problema, porque soy consciente de mis múltiples carencias. Sé perfectamente que, por decirlo de alguna manera, sólo conozco las cuatro reglas elementales que me permiten sobrevivir en un mundo complejo, globalizado, deformado (perdón, informado)… Quiero decir que sé lo suficiente para sobrevivir en mi humilde barrio y, aunque quisiera –que lo quisiera- saber más de casi todo, mis capacidades son bastante limitadas y mi edad…, sin comentarios. Pues bien, los “sabios” que me rodean saben de todo, pontifican, escriben, critican, velan por la moral…, se consideran los dueños del mundo y de la libertad de pensamiento –esa que ni tan siquiera les cuesta un céntimo- de cuantos en él vivimos. Y ésta –con acento, por fastidiar-, que soy yo, tiene que aguantar pacientemente sus ignorancias, que no es que sean mayores que las mías; pero, al menos, soy consciente de las limitaciones que tengo, lo que me sitúa ya muy por encima y me produce este gran cabreo que hoy, probablemente por ser lunes, tengo. Todo para mi desgracia, porque las personas que no son conscientes de su pequeñez suelen ser felices. En lo que a mí respecta soy víctima por partida doble: infeliz –o inquieta más bien- por todo lo que ignoro e ídem (infeliz) porque soy la diana de las ignorancias. ¡Qué cruz, señor, qué cruz!, que me suele decir un amigo cuando ya no puede aguantarme más.

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