Coronación de Rey y Papa coronado (Pío VIII) con dos "flabelli" de plumas blancas |
Ahora la Entronización es una
misa que se llama de “comienzo del ministerio petrino”; el Papa encabeza una
sencilla mitra cónica, que cada vez se parece menos a una mitra turbinata; se sube y se baja un jeep para saludar; no canta ni al bendecir Urbi et Orbi; mira al reloj a la salida de la Basílica en dirección a la Plaza , a las 9,35 horas,
estando a un tris de que el báculo rodara por los suelos; al Papa se le coloca
en un trono, que parece una jaula roja (rossa),
con dificultades para subir y bajar tantas escaleras, ya él y los cardenales
(el más ágil con lo de las escaleras, visto lo de ayer, sigue siendo el más
viejo de todos, el cardenal Sodano, sempiterno por ahora, que eterno está por
ver). Y la terminación de la homilía papal no pudo ser más humilde, de pobre,
nada de coronas: Pregate per me!
Antes y ahora, siempre,
coronando la Iglesia
al Papa, que lo mismo puede ser un aristócrata romano (Pío XII), un campesino
(beato Juan XXIII), un burgués ilustrado (Pablo VI), un huérfano polaco (beato
Juan Pablo II) o un muy middle class, porteño y sureño (Francisco). El teólogo
político, Carl Schmitt, ya lo escribió en Catolicismo
y forma política, como prueba de la complexio
oppositorum en la Iglesia :
“…Una monarquía autocrática cuya cabeza es elegida por la aristocracia de los
cardenales, en la que, sin embargo, hay la suficiente democracia para que, sin
consideración a clase u origen, el último pastor de los Abruzos tenga la
posibilidad de convertirse en ese soberano autocrático (Papa)”: Y antes, la Coronación , y ahora, la Entronización , no
confieren al Papa la condición de Soberano Pontífice –esto canónicamente es
claro-, pues todo, todo, se atribuye al Papa en el momento mismo de la
elección, debidamente aceptada ante el ceremoniero pontificio en funciones de
notario.
Benedicto XVI, en la solemne
celebración de 2005, llevaba una casulla dorada por muchos oros, no nueva ni
vieja (la vistió una sola vez el Beato Juan Pablo II en la Misa de Navidad del año
2000); leyó su homilía sentado; se le colocó un palio de espectacular forma, de
tanta que a los meses hubo de cambiarse, y eso después de leer un fragmento del
Evangelio de San Juan en griego; lo cantó Benedicto casi todo hasta el difícil
Prefacio. Francisco, por el
contrario, llevaba una casulla como de hechura argentina; leyó la homilía de
pié; se le colocó el palio y el anillo antes del inicio de la celebración
eucarística; se leyó, también en griego, un fragmento del Evangelio, aunque de
San Mateo; y el cardenal Tauran, protodiácono y muy buen cocinero, metió a
Ignacio de Loyola en la retahíla de los Santos.
(FOTOS FACILITADAS POR EL AUTOR)
La homilía de
Francisco me gusto; fue singular, franciscana y pastoral, con toques
jesuíticos. Lo de custodire el
“ambiente” muy interesante, y lo de
no “temer a la bondad y a la ternura” casi genial; fue un animar a tantos
miedosos y miedosas escondidos en claustros, celdas, capullos de sedas y
alelíes. Su denuncia del “odio, la
envidia y la soberbia” muy oportunos, que son pecados de todos, de todos, si
bien en especial de los clérigos sus diversas tallas, la baja, la media y la
alta.
Y de lo teológico
pasemos a lo político: las ciento treinta y dos delegaciones de países, con
varios Capos de Estado al frente, no
tuvieron el glamour de la vez pasada, la de Benedicto, en lo que habrá tenido
que ver –seguro- la ausencia del Rey de España. Concluida la ceremonia de
Entronización, el Papa se colocó en el interior de la Basílica , de pié y dando
la espalda al altar de la Confesión. Cuando
lo de Benedicto se hizo muy mal, pues, mirando al altar, sentaron al Papa, lo
que casi provocó incidentes diplomáticos y teológico-políticos, pues, los
capitostes que saludaban al Papa, tenían que inclinarse demasiado ante él, casi
de rodillas, lo que pudo interpretarse como afán del Papa de ser el Rey de
todos, con confusión de espadas, la del Papa y las de los Reyes (este fue el primer
embrollo que causó a mi bendito Benedicto el cardenal Sodano, entonces en
funciones de Secretario de Estado -el último embrollo lo contamos en Ad multos annos- hace días.
Los primeros en
saludar al Papa Francisco fueron la
Kitchner , Napolitano, los Reyes belgas, y, a continuación,
pasaron, casi juntos o como en montón, los de los paraísos fiscales, o sea, Principados
de Andorra, Mónaco, Liechtenstein, así como Maestro de la Orden de Malta. Allá, por el
número veintitantos, apareció el Príncipe de Asturias y su esposa vestida de
negro, seguidos de Rajoy, lo cual tampoco es para desesperarse, pues Merkel,
llamada Angela, iba detrás, más detrás aún.
Antes de
concluir este fin del principio de Franciscus,
para alivio de mis estimados lectores y lectoras, una pregunta última: los
jesuitas, que están en las fronteras, siempre periféricas, un poco enfurruñados
por lo del Papa-jesuita o del establishment ¿ya estarán más contentos? Creo que un poco más; en todo caso no se
ha de olvidar que, después de muchos discernimientos, los jesuitas son muy obedientes;
y pudiera ser que más incluso que los Dominicos, no obstante ser frailes y también
de mucho discernimiento.
(FOTOS FACILITADAS POR EL AUTOR)
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