Nunca un LIBRO osará llamarme gorda (otra ventaja) |
Uno de mis mejores amigos se llama LIBRO. No tengo mejor compañero: me entretiene, me hace pensar , me permite soñar, me enseña hasta el límite que yo esté dispuesta a aprender, no siente celos si en mi mesita reposan varios, nunca se enfurece si encuentro otro más interesante y decido hacer el cambio, es capaz de permanecer en la esquina más recóndita de mi biblioteca durante años y recibirme siempre con la misma frescura, como si nuestro último encuentro hubiese sido ayer. Con él entre mis manos nunca caigo en la monotonía, puedo disfrutarlo una y mil veces si me apetece sin que nuestra convivencia se resienta. Lo puedo recibir de un amigo, se lo puedo regalar a una amiga: es acierto seguro. Disfruto manoseándolos -en plural- en los estantes de las librerías, leyendo títulos, primeras páginas, calibrando su interés, ajustando el costo a mis posibilidades del momento... Es, puedo afirmar, la única comprar que no me resulta tediosa, y en la que más tardo en decidirme.
Se acomoda tranquilamente en el fondo de mi caótico bolso, entre lápices de labios, libretas de apuntes, llaves, cartera, pañuelos..., para acompañarme a la sala de espera del dentista, a la peluquería, o al parque en las cálidas tardes de verano. Hoy, 23 de abril, DÍA DEL LIBRO, aprovecharé para adquirir un nuevo ejemplar -para cumplir con tan señalada fecha- , aunque sea de bolsillo -por aquello de que estamos en crisis-, y sin remordimiento. ¿A cuento de qué el remordimiento? Lo explico: en mi tableta hay 250 libros que aún no he leído. No hay más comentario, y que no se entere Pablo que fue quien puso a mi disposición esa facilidad de llevarlos todos en un artilugio del tamaño de un cuaderno. No niego que ese nuevo formato me gusta, pero sigo adorando el soporte de papel.
Se acomoda tranquilamente en el fondo de mi caótico bolso, entre lápices de labios, libretas de apuntes, llaves, cartera, pañuelos..., para acompañarme a la sala de espera del dentista, a la peluquería, o al parque en las cálidas tardes de verano. Hoy, 23 de abril, DÍA DEL LIBRO, aprovecharé para adquirir un nuevo ejemplar -para cumplir con tan señalada fecha- , aunque sea de bolsillo -por aquello de que estamos en crisis-, y sin remordimiento. ¿A cuento de qué el remordimiento? Lo explico: en mi tableta hay 250 libros que aún no he leído. No hay más comentario, y que no se entere Pablo que fue quien puso a mi disposición esa facilidad de llevarlos todos en un artilugio del tamaño de un cuaderno. No niego que ese nuevo formato me gusta, pero sigo adorando el soporte de papel.
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