miércoles, 29 de febrero de 2012

"TINO VETUSTA, LIBRERO EN SU SILLÓN", artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA


La calle de la Merced (vía gijonesa de tantas mitologías cercanas, con su cielo viejo, noches de novia y cine, hordas de niños color de tiza, tiendas, bares y mancebías) bosteza su vida arrullada por el ruido de los últimos engranajes de las máquinas de La Versal y la arborescencia de la tribu urbana en fila de apuestas de Loto y Bote. Y ahora, cuando otra vez quieren hacer fuego con los libros, Tino Vetusta, bruñido y pulcro librero en su geometría pacífica y guerrera, quiere hacer vivir al personal con el veneno purísimo de sus libros, y los pone delante para que algún lector los compre, rescate y beba cual si fueran un brebaje salvador. Libros todos bellamente encuadernados que él coloca entre estatuas, búcaros, retratos, atriles y paramentos recogidos de naufragios. Libros que expone como piezas únicas en su impoluto escaparate barroquizado de literatura, delante del cual pasea y pasa todo el tinglado de la vida gijonesa con su gesto y su andar. Siempre vestido de hidalgo, Tino Vetusta, al que las mujeres miran al pasar, se parece al rey Amadeo de Saboya cuando, con su barba bipartida, crespa y levantada en punta, sale (para cumplir con la ordenanza) a fumar a la acera bajo la luz de los acetilenos en traje de buena mecha, camisa de popelín y corbata italiana de seda y color litúrgico (violeta, verde, granate), o rosa pastel, en días de más gracia. De ademanes reposados, se sienta en un sillón gestatorio, rojo y oro en el que a veces parece estar hundido y desde el que te mira lenta y pacíficamente cuando entras en medio del silencio musicante de la Clásica de Radio Nacional, que llena la estancia. Yo me nutro mucho de los libros que le compro a este librero genial como si fueran fruta que él me ayuda a masticar. Algunos de mis estirones literarios salieron de sus consejos nutricios: libros de Umbral, Garcilaso, Valle, Ramón Gómez de la Serna, Ruano, Cunqueiro, o de sus cuadros, bustos y de más cosas singulares. Le gusta andar caminos y sale -heredero de Quijano- a las ferias de España. Al fin llega del cansado trato con alcabaleros y mirones a esta su vieja casa de la Merced donde tiene asiento su dandismo y su hidalguía. Y si te acercas por allí, cualquier libro que le compres a Tino Vetusta seguro que se consumirá, entre el tacto de tus manos, como un leño feliz, por el fuego de las llamas de tus ojos. (Publicado en el diario El Comercio, 29/02/2012)

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