lunes, 16 de enero de 2012

"BURROS", artículo del escritor JOSÉ ANTONIO MASES publicado en "El Comercio"

Más dócil a la doma que el enaltecido caballo, más servicial y sufrido que el resto de los animales domésticos, el asno viene tolerando estoicamente el abuso, la burla y el menosprecio de quienes sacan partido de él

Aguda y certera es la reseña acerca del burro que Sebastián de Covarrubias ofrece en su 'Tesoro...', de 1611. Da comienzo así: «Animal conocido, doméstico y familiar al hombre, de mucho provecho y poco gasto, de grande servicio y que no da ruido, salvo cuando rebuzna, que aquel rato es insufrible. No ha menester trabas ni maniotas, porque no da coces ni es malicioso, un niño le lleva donde quiere, no huye aunque se suelte, a todos ministerios se acomoda, con él nos acarrean el pan y el vino y las demás vituallas, él trae la rueda de la noria, el agua del río, muele en la tahona, lleva el trigo al molino y lo vuelve harina, limpia la casa de la basura y estercola el campo, acarrea materiales para los edificios, a veces ara y a su tiempo trilla y recoge la mies». Abunda a continuación el humanista manchego en curiosos pormenores sobre las milenarias peripecias de un animal tan ofendido por el hombre, quien, sin embargo, se ha servido de él con escaso miramiento y lo ha caricaturizado con proverbios innobles y humillantes.
Más dócil a la doma que el enaltecido caballo, más servicial y sufrido que el resto de los animales domésticos, el asno viene tolerando estoicamente el abuso, la burla y el menosprecio de quienes sacan partido de él. Icono de fabulistas, magos o supersticiosos, y esclavo de amos desaprensivos, algunos de ellos ven en el humilde jumento un útil intercesor frente a los embates de la naturaleza, como el crédulo Empédocles de Agrigento que, para aplacar el viento huracanado que azotaba su ciudad, la cercó con pieles del animal colgadas a gran altura; otros lo emplean como arma arrojadiza, a modo de la quijada con que, según la leyenda, acabó Sansón con la vida de un millar de hombres; otros, como Dioscórides y Plinio, lo recomiendan, respectivamente, en cocciones de sus uñas o en la ingestión de la leche de asna para la sanación de la epilepsia y como antídoto de ciertos envenenamientos; otros, como Cleopatra y Popea, también se sirven de leche de burra, en este caso para mantener la tersura de la tez; otros, como el teólogo Jean de Buridan, filosofan sobre la potestad del ser humano para obrar por reflexión y elección, sirviéndose para ello del ejemplo de un asno que, a un tiempo apremiado por el hambre y la sed, se deja morir, irresoluto, entre un montón de avena y un cubo de agua.
Esclavizado hasta el límite, el asno del antiguo Egipto fue acompañante y guía de los mendigos. Aquellos que carecían de todo se servían de un ruin jumento y montaban en él para que los condujeran al sitio en que deseaban limosnear y, una vez allí, lo soltaban a pacer y luego volvían a montarlo cuando querían regresar a casa. Y tan subestimada ha sido en todo tiempo la presencia del asno que, muchos siglos después, el propio don Quijote se muestra extrañado de que Sancho recurra a un animal tan pobre. Cuando el paje se presenta ante el hidalgo, a lomos de un desvalido rucio, insinúa Cervantes su objeción: «En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino la memoria». Son los cristianos, en cambio, quienes alaban la utilización que de un rústico pollino hizo Jesús, a su entrada en Jerusalén, en vez de haberse presentarse ante su gente cabalgando un brioso corcel y envuelto en una hueste de ángeles, trompetas y otros atributos fastuosos.
Hoy, cuando el heroico asno se halla en peligro de extinción, pervive en cualquier latitud un arsenal de viejos dichos populares, supuestamente sutiles o pertinentes, que siguen afeando las virtudes del animal en comparación con ciertas cualidades del hombre, de lo que ya se lamentaba el maestro Covarrubias: «Comúnmente con este nombre de asno afrentamos a los que son estólidos, rudos y de mal ingenio, a los bestiales y carnales. Para hacer burla de alguno, especialmente detrás de él, puestas las manos en las orejas y meneándolas, imitamos las del asno, notándole de tal». E incluso un partido político, como el Demócrata norteamericano, ostenta la figura de un burro como símbolo, aunque tras ello subyazga cierta malicia por el aprovechamiento del emblema desde que, en 1928, Andrew Jackson, candidato de aquella agrupación, fuera tildado de 'jackass' [tonto, estúpido, burro] por sus oponentes, si bien él se beneficiaría astutamente del remoquete sarcástico y lo convertiría en divisa del patriotismo que predicaba su partido.
Entre el sinnúmero de agravios y desconsideraciones como los perpetrados a un animal de naturaleza tan tolerante y abnegada, hace más de un siglo hubo un poeta, de todos conocido, que nos habló de un burrito casi espiritual que confraternizaba con el frescor de la brisa, el colorido de las mariposas y el canto de los grillos de Moguer, cuyos caminos recorre aún en la imposible memoria de los niños que pasearon con él y lo vieron morir, para seguir «siendo feliz en su prado de rosas eternas».
El ofrecido con palabras imperecederas por aquel poeta sensitivo y melancólico no es el único homenaje al asno. Hoy, ahora mismo, nos llega noticia de un campesino asturiano -también poeta a su manera- que responde al nombre de Jorge Bango, es nacido en la aldea de Ponte, en la comarca del Bajo Nalón, y que, percatado de la amenaza que se cierne sobre la supervivencia de los burros, decidió reunir varios ejemplares de machos y hembras que, entre gallinas, conejos y palomas, van acrecentando el rebaño y son felices al lado de alguien que los cuida y alimenta no solo con hierba, sino con respeto y cariño. (Publicado en el diario El Comercio, 16/01/2012)

2 comentarios:

  1. Gracias por tu sensibilidad hacia el mundo de los entrañables burros.
    Un abrazo.
    J.A.M.

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  2. Por favor, José Antonio, de nada. Gracias a ti por el artículo, ha sido una delicia leerlo. Soy sensible -y lo sabes- a casi todos los animales
    (un poco menos a los que reptan, para ser más exacta). Pero, además de esto, admiro las cosas que escribes, tanto si hablas de burros como si lo haces de sabios, que todos los palos tocas. Y para quienes entran en mi blog y no leen El Comercio, que me consta los hay, pues cuelgo tus artículos.
    Gracias, amigo.

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