miércoles, 4 de enero de 2012

"REGALO DE REYES", artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA




DOMINGOS POR EL RASTRO


No sé si son las nubes o la escoba del Nordeste o cada alba nueva la que barre hasta estas afueras de la ciudad, hasta este Rastro gitanero, cívico y aldeano, algunas de nuestras cosas mortales y más queridas como queriendo hacerlas perdurables. Aquí, en el Rastro, tarde o temprano, aparecen la mayor parte de ellas, y las podemos volver a ver. Igual que sucede esta mañana en la que, entre la mugrez y la intemperie de esta feria dominguera, descubrí la máquina de cine de mi niñez; aquella que había dejado en mí una huella indeleble, un vacío y una sombra cuando, en la sucesión de la vida, la extravié, se rompió o la abandoné. Recuerdo aquellos diciembres de más fuego en las cocinas, de pequeños escaparates navideños con los cristales ribeteados con polvillo de nieve artificial. Días y días rondando el bazar de don Alfonso (luego de Marina). La frente en el cristal llorado de rocío, y los ojos en la máquina de cine, mañana, tarde, noche. ¡Cómo me deslumbraba aquel juguete y el secreto poder que poseía de sacar de sí misma, en la oscuridad, un haz de luz que proyectaba en la pared los cofres del Tío Gilito cargados de tesoros, y piratas y arqueros y diligencias!... ¡Cuántas cosas esperaba ver fluir de aquella máquina bruñida! ¡Cuántas salir de su corazón intrincado a través de la lente y de una geometría sonora generada por el movimiento continuo de la manivela!
Ahí está esa máquina de cine (¿la mía?) atezada por el tiempo, ciega, anquilosada, rota. El cable de coleta con su enchufe de baquelita se enreda sobre ella como una culebra que quisiera ahogarla. Puedo ver alguna de sus pequeñas piezas de acero y aluminio, y los engranajes y ruedas que envolvieron las películas de papel. Por sus resquicios, contemplo su fuerza espiritual, su fantástico misterio, su sueño encerrado en el interior profundo y oxidado de ese metal. Todo empezaba así: En la oscuridad, un destello, el recuadro en la pared (borroso al principio), y, atinando el objetivo, el claro letrero de colores que ponía: 'Robin Hood'. Sobre una banqueta vieja, la máquina de cine, y mi mano, con atención y deleite, dando parsimoniosamente a la manivela, mientras a fuera llovía y soplaba el Nordeste marinero. (Publicado en el diario EL COMERCIO, 4/01/2012)

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