(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
La reciente polémica acerca de la pertinencia o inconveniencia del grado de puntería de los jurados encargados de otorgar el premio Nobel de Literatura ha ocupado la primera plana a raíz de la desclasificación de unos documentos de
No entiendo muy bien el revuelo que se ha armado por esta exclusión, pues, por lo pronto, de Tolkien “pasan” olímpicamente la mayoría de los concienzudos especialistas en literatura anglosajona: Anthony Burgess, en su emblemática English literature (1958), no le concede una línea e igual ausencia se observa, por ejemplo, en otros manuales de importancia: en
El Nobel es una controvertida distinción –la más alta del escalafón profesional para cualquier autor, lo reconozca o no– sujeta, como todo honor que dependa del factor humano, a las veleidades del gusto, pero si nos fijamos en los depositarios del galardón en sus 110 años de historia (1901-2011), habremos de concluir que un muy alto porcentaje de sus decisiones se salda más que positivamente. Aunque denostado en las dos últimas décadas, donde, a mi parecer, media docena de indiscutidos maestros ha brillado en el palmarés (Derek Walcott [1992], Oe Kenzaburo [1994], Günter Grass [1999], Harold Pinter [2005], Doris Lessing [2007], Vargas Llosa [2010]), nadie pondrá en tela de juicio las excelencias estilísticas de creadores bendecidos con el Nobel como son los narradores R. Kipling [1907], Selma Lagerlöf [1909], K. Hamsun [1920], Anatole France [1921], Thomas Mann [1929], Sinclair Lewis [1930], J. Galsworthy [1932], Hermann Hesse [1946], W. Faulkner [1949], E. Hemingway [1954], A. Camus [1957], John Steinbeck [1962], Miguel Ángel Asturias [1967], García Márquez [1982], Naguib Mahfouz [1988] o Cela [1989]; o de poetas como R. Tagore [1913], W. B. Yeats [1923], Gabriela Mistral [1945], T. S. Eliot [1948], Juan Ramón Jiménez [1956], Pablo Neruda [1971], Vicente Aleixandre [1977] u Octavio Paz [1990]; ni de dramaturgos de la talla de Jacinto Benavente [1922], G. Bernard Shaw [1925], L. Pirandello [1934], E. O’Neill [1936] o S. Beckett [1969]; ni siquiera de pensadores como Bertrand Russell [1950] y Jean-Paul Sartre [1964]. Esta relación podría ampliarse con otra treintena más de escritores, lo que arroja un cómputo global de aciertos superior al 70%.
Es verdad que en ocasiones un premio como éste, donde los méritos que se atribuyen a los vencedores poseen motivaciones muy variadas y hasta incomprensibles, ha incurrido en flagrantes bajadas de tensión (pienso en los Nobel de Winston Churchill o E. Jelinek) u optado por decantarse por nombres exóticos. Sobre esto último, señalar que tales designaciones no puedo considerarlas como una extravagante boutade del jurado o cosa semejante, pues se trata de literatos que, dicho sea con todos los respetos, me resultan unos absolutos desconocidos, lo cual no implica que carezcan de virtudes literarias.
Dado que en el último siglo han copado la escena universal cientos de magníficos literatos, a poco que nos esforcemos podríamos confeccionar una lista de 108 candidatos con idéntica valía. Ya que en los párrafos precedentes he mencionado a 37 Nobel mayúsculos, voy a citar seguidamente a otros tantos autores no elegidos y que no deslucirían (si acaso, todo lo contrario) entre los galardonados: Galdós, Unamuno, Henry James, Valle-Inclán, Joseph Conrad, Pío Baroja, James Joyce, Rubén Darío, Franz Kafka, Antonio Machado, F. S. Fitzgerald, Ezra Pound, F. Pessoa, R. Gómez de
Desgraciadamente, el Nobel sólo se entrega una vez al año. En esto, como en otras muchas parcelas, hay siempre más aspirantes que medallas.
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