miércoles, 23 de febrero de 2011


Cuando esto escribo soy consciente de estar metiéndome en un bardal que, amén de no llevarme a ninguna parte –de eso estoy segura- lo más probable es que su interés sea escaso o nulo. Pese a ello, voy a intentar expresar –más que lo que siento, que no es más que zozobra- el mar de dudas que acechan constantemente mi pensamiento. Han caído en mis manos algunos textos del polifacético Eduardo Punset: escritor, economista, jurista y fundamentalmente –al menos para mí- divulgador científico. Mi cerebro –no muy pródigo en esas neuronas por las que discurre el conocimiento científico- se ha quedado con una de sus frases: ¿Cómo hemos podido vivir millones de años sin cambiar de opinión? Ahí es nada. Quienes me conocen saben que mis conocimientos –de casi todo- son escasos, pero también que poseo una avidez fuera de lo común por llegar siempre un poco más lejos, aunque las limitaciones son las que son. Con ellas a cuestas trato de entender el mundo que me rodea, más que nada para que mi cerebro sobreviva y aparte de sí el nada merece la pena, que en el fondo –tranquilos, muy en el fondo- es lo que pienso. Por este medio que ahora utilizo obtengo tal cúmulo de información de todas direcciones que me sume con frecuencia en un estado de confusión del que no me resulta fácil desenmarañarme. La sensación más inquietante es la de sentir que los hombres –perdón, y las mujeres también- vivimos sobre un polvorín que siempre está a punto de estallar; de hecho, cada día lo hace en alguna parte. Dicen los entendidos –y para esa afirmación no hacen falta muchos conocimientos- que los avances de la ciencia y la tecnología ya no guardan proporción con el sistema económico, social o religioso actual. Obvio, desde luego. Hace falta un cambio profundo, el cómodo inmovilismo resulta ya insostenible. Pero son muchas las fuerzas que se imponen para que todo quede igual; la información se nos brinda sesgada, de esa forma admitimos sin problemas que las cosas tienen que ser como hasta ahora en aras a una estabilidad: tiene que haber pobres y ricos –riquísimos-, debemos temer a Dios, mantener el vínculo familiar –aunque en el hogar se ahoguen muchas vidas-, mantener el clan –muy bien lo hace el pueblo gitano, el rumano, el fundamentalista…-. Y todo eso en un mundo que se dice globalizado, en el que las fronteras tienen cada vez menos sentido y los movimientos migratorios se suceden en todas direcciones –dentro o fuera de la legalidad, pero sólo es cuestión de tiempo-. ¿Qué debemos entonces cambiar? Y vuelvo al principio, a la frase de Punset: ¿Cómo hemos podido vivir millones de años sin cambiar de opinión? Pues lo hemos hecho, pero habida cuenta que el mundo es ahora muy diferente, probablemente –con certeza- ha llegado el momento de deshacernos de esa carga del pasado que nos limita e impide que cambie lo más importante: nuestra forma de pensar, primer paso para que los avances científicos y tecnológicos vayan parejos. Tal vez, si nuestra mente se acopla a la Ciencia, a la tecnología, a la globalización, en algún momento logremos superar la tan mentada crisis mundial. Yo diría que el cambio ha de producirse desde dentro, desde lo más profundo de nuestro ser. Y también es posible que para ello debamos deshacernos de comportamientos y mentalidades arcaicas que llevamos gravadas a fuego en nuestras neuronas. Vidas llenas de miedos y remordimientos no hacen sino paralizar nuestra capacidad de actuar. Y no quiero recordar cuántas pasan en el más absoluto de los inmovilismos precisamente por eso, por el miedo inculcado a fuego en nuestras infancias y hasta prendido con raíz en los genes, negándonos cualquier posibilidad de felicidad. Pero pienso que una vida es demasiado corta para que se produzcan los cambios profundos en nuestra mente que el mundo necesita para alcanzar el tan anhelado equilibrio. Desde luego nosotros no lo veremos, pero sí podemos comenzar a colocar algunos cimientos, aunque no sea más que en la educación de nuestros hijos: sin miedos, sin remordimientos, sin ideas inamovibles, mirando a un futuro que nada tiene que ver con el pasado, aunque la Historia se cimiente en él puede que ya no sirva de referencia, la ciencia y la tecnología nos han enseñado muchas cosas hasta ahora no conocidas. Si en el pasado eran ignoradas, no podemos actuar como si las desconociésemos.

2 comentarios:

  1. tienes toda la razon.es una reflexion seria que me ha hecho ir a leer el articulo de punset para intentar enterderlo mejor aunque tu lo haces con claridad meridiana.
    yo sigo en mis trece ,leer a marco aurelio en sus "meditaciones" y decir como el que la mejor forma de combatirlos es no parecerse a ellos,lo cual nos obligaria a hacer cada dia nuevos cambio,nuevas adaptaciones,algo asi como reinventarnos cada dia
    gracias isabel

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  2. El problema, según modestamente yo lo entiendo, es que no se trata ya tanto de "no parecernos a ellos" sino más bien de no parecernos a nosotros mismos.

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