Han vuelto a florecer como todos años las mimosas. Para mí son probablemente el mejor regalo que me hace la naturaleza en invierno. Tengo por ellas una especial predilección, nacida en la infancia de la mano de esa abuela nunca olvidada a la que acompañaba mañana sí, mañana también, a cortar un hermoso ramo que luego colocábamos con sumo cuidado en un humilde jarrón -el único de la casa- sobre una mesa de madera rústica orlada con un tapetito blanco primorosamente almidonado, que junto a la ventana de un cuartito que servía para la lectura, la costura o cualquiera de esos menesteres en los que ocupábamos el ocio durante esos escasos años que dura la infancia feliz, situaba estratégicamente la abuela. Cuando cierro los ojos aún soy capaz de recordar la deliciosa estancia. Luego estaba el olor, ese que sigo y persigo cuando paso por una floristeria, hasta que descubro no sin asombro que junto a esas llamativas flores exóticas -y casi siempre en una esquina en un caldero- se ofrecen unos cuantos ramos del -para mí- preciado tesoro. Hace algunos años -puede que bastantes más de los que me parece- usaba yo un perfume llamado "Diorísimo" que olía a eso, a mimosa. La cada vez mayor dificultad que tengo de acercarme al campo, ha hecho que volviera a buscar el perfume, necesité sentir de nuevo ese olor dulzón que tantos recuerdos me trae, pero...ya no se fabrica. Así que habrá que conformarse con la foto y esperar el milagro de que alguien, -¿tal vez un poeta amigo?-, en algún lugar a mi alcance recuerde que han vuelto las mimosas, y con palabras acertadas exprese lo que siento,y así pueda volver a sentir de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario