LOS HERBOLARIOS
A este tránsito del Rastro vienen hombres y mujeres con sus enfermedades eternas e incurables, con sus quebraduras hijas del tiempo, también con el cansancio de un cuerpo oxidado por el abandono. Cada uno acerca su historia clínica a estos saquitos de yerbas de los bosques, a este huerto clásico y perfumado de los floritos. Quieren curar, con tisanas de malvavisco, herbamora y benito campín la biometalurgía gastada de sus espinazos, la cargación de riñones, las jaquecas y destemplanzas de tripas estragadas con cosas de botica. Remediar la honda edad a base de pediluvios de tomillo y equiseto, baños de vapor, gargarismos y enjuagues con el eneldo y la ruda.
Domingos por el Rastro de Gijón en busca de la sabiduría sanadora de los pétalos que hagan dormir/morir; de las hojas del arto albar para los desvanecimientos; de los tiernos brotes de la malva montes para las ansias del pecho y las turbiedades de la cabeza.
Complacientes, los herbolarios del Rastro van mezclando/rimando puñaditos de hojas y estambres, de cortezas y peciolos. «Déme algo para este sarpullido que me abrasa. Algo para este 'fegado' que me 'llate'. Algo para este corazón 'atristayao'. La mano, ligera y sabia, se hunde en los talegos para sacar de ellos el remedio de estas plantas recogidas en los campos de los pastores, por sobre las cunetas de los caminos, en la humedad de los molinos, junto a las laderas de las montañas y los rincones de los huertos de monja. Yerbas antiguas, extrañas, sobrenaturales, que tienen su altar en los claros de los bosques, entre los trasgos, donde cantan los sapos y el ruiseñor, y que crecen bajo la faz de la luna. Yerbas cogidas en el corazón del monte para sahumar y echar con ellas la bendición en amores de pálidas caras, en penas y afanes. O para hacer hechizos en daños y misterios.
Estas plantas rupestres y enduendadas, además de curar, perfuman con su salvación los paseos del Rastro llenos de cacharrerías y libros viejos, de cosas de solares y de aceite requemado de chiringuito. Y ese olor sano, piadoso y oriental parece como si corrigiese por un momento todo lo falso, lo rancio y arruinado de nuestra triste vida, tan enferma del vivir.
A este tránsito del Rastro vienen hombres y mujeres con sus enfermedades eternas e incurables, con sus quebraduras hijas del tiempo, también con el cansancio de un cuerpo oxidado por el abandono. Cada uno acerca su historia clínica a estos saquitos de yerbas de los bosques, a este huerto clásico y perfumado de los floritos. Quieren curar, con tisanas de malvavisco, herbamora y benito campín la biometalurgía gastada de sus espinazos, la cargación de riñones, las jaquecas y destemplanzas de tripas estragadas con cosas de botica. Remediar la honda edad a base de pediluvios de tomillo y equiseto, baños de vapor, gargarismos y enjuagues con el eneldo y la ruda.
Domingos por el Rastro de Gijón en busca de la sabiduría sanadora de los pétalos que hagan dormir/morir; de las hojas del arto albar para los desvanecimientos; de los tiernos brotes de la malva montes para las ansias del pecho y las turbiedades de la cabeza.
Complacientes, los herbolarios del Rastro van mezclando/rimando puñaditos de hojas y estambres, de cortezas y peciolos. «Déme algo para este sarpullido que me abrasa. Algo para este 'fegado' que me 'llate'. Algo para este corazón 'atristayao'. La mano, ligera y sabia, se hunde en los talegos para sacar de ellos el remedio de estas plantas recogidas en los campos de los pastores, por sobre las cunetas de los caminos, en la humedad de los molinos, junto a las laderas de las montañas y los rincones de los huertos de monja. Yerbas antiguas, extrañas, sobrenaturales, que tienen su altar en los claros de los bosques, entre los trasgos, donde cantan los sapos y el ruiseñor, y que crecen bajo la faz de la luna. Yerbas cogidas en el corazón del monte para sahumar y echar con ellas la bendición en amores de pálidas caras, en penas y afanes. O para hacer hechizos en daños y misterios.
Estas plantas rupestres y enduendadas, además de curar, perfuman con su salvación los paseos del Rastro llenos de cacharrerías y libros viejos, de cosas de solares y de aceite requemado de chiringuito. Y ese olor sano, piadoso y oriental parece como si corrigiese por un momento todo lo falso, lo rancio y arruinado de nuestra triste vida, tan enferma del vivir.
(Publicado en el diario El Comercio)
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