Hoy me han llamado demagoga. No me sentó nada bien, hubiese preferido cualquier otra calificación. Es como si me hubiesen dicho que manipulo con malas intenciones, que transformo la verdad a mi antojo. Me he sentido ofendida, porque creo que la palabra que, en la circunstancia que se produjo el apelativo, hubiese encuadrado mejor sería la de ingenua, ilusa, incluso hasta ignorante. Probablemente evitando esta última se haya colado la de demagoga. No suelo enzarzarme en temas políticos, ni mucho menos militares. El primero porque me aburre, porque creo que muchos de nuestros males son el resultado de las nefastas actuaciones de nuestros dirigentes, del bando que sean (perdón por hablar de “bandos”, no me refería a derechas e izquierdas, que es lo que se entiende por tal, el subconsciente más bien hacía referencia a “la banda que son los políticos, dejo un hueco para las excepciones, que tiene que haberlas aunque no se vean mucho), y el segundo por razón doble: mi ignorancia –la reconozco sin problemas- y mi aversión de siempre a las hazañas bélicas. Comentaba quien escribe que las guerras se gestan en los despachos y que los señorones que las programan no huelen la pólvora (que ya sé que esa munición ya no se utiliza, pero de lo que se trata es de hacerme entender) y envían a muchachos jóvenes a dar la cara –a ofrecer su vida- para que estos individuos sigan vendiendo armas, dominando los pasos del petróleo, esquilmando sin miramientos la riqueza de un país, y un largo etcétera que se mantiene oculto, o que a nadie nos interesa conocer para que nuestras conciencias queden tranquilas. Desde el sofá de casa la guerra es mucho más cómoda. Y como decía una viejecita que ya se murió: no te pongas así que no son de la familia. Y ese es el quid de la cuestión, como están lejos, como sucede a kilómetros de nuestras casas, pues…En mi ignorancia trataba de explicar (amparada en los informes de UNICEF que leo con frecuencia) que me parecía mucho más coherente –los hombres del poder no lo son- gastar menos dinero en sofisticado armamento y sacar arriba a esos pueblos que sumidos en la más absoluta de las ignorancias y extrema pobreza, tratan de enfrentarse poco menos que con palos a unos sofisticados ejércitos que en ayuda humanitaria terminan –no dudo que para defenderse- causando cientos de bajas en una población, ya dije que pobre e ignorante, que como no tiene nada que perder arriesga su vida a cambio de nada. Yo le preguntaba a mi amigo de qué servía repelerlos a cañonazos si no se hacía nada porque cambiase su modo de vida, por facilitarles educación –lo primordial- y comida y todo lo necesario para ser personas con dignidad. Ignorantemente, no me cansaré de repetirlo, pero humildemente argumentaba yo que lo único que se estaba haciendo era exterminarlos. No acabo de ver qué tipo de ayuda humanitaria se les está dando, si lo único que hacen los soldados de la ONU (muchos españoles) es protegerse de ataques por sorpresa. Como el que nos sirvió televisión española ayer, en el que tres hombres descalzos, mal vestidos y mucho me temo que con el estómago vacío trataban de enfrentarse a todo un ejército sofisticad y perfectamente uniformado. Al final, para mayor vergüenza vimos cómo huían los tres montados en una motocicleta. No es un chiste, es una jodida realidad. Añadí -no pude evitar la maldad- que niños como los nuestros los tiene esa gente, probablemente en una choza y muertos de hambre. ¿Quién de nosotros soportaría ver a nuestros hijos desnutridos y malviviendo sin atentar contra quien nos pareciese que eran culpables de la situación? Desde luego yo sé que viendo a mis hijos en esa circunstancia no tendría inconveniente en fusil al hombro arremeter contra quienes comen todos los días -aunque sea de rancho- con quienes vienen a pacificar y siguen sin hacer nada por paliar mi miseria. Apostillé, ya muy tímidamente, que con lo que se gasta en equipar a esas tropas se podría hacer mucho por sacar arriba esos países tan pobres. Y después de todo esto me espetaron: no hagas demagogia. Yo más bien hubiese dicho: no creas en los Reyes Magos.
En estas mismas paginas tu hablaste hace tiempo de un libro escrito por un amigo tuyo.Lo lei y resulta que denunciaba con pelos y señales loq tu estas diciendo,solo que el demostraba con argumentos lo que tu dices con el corazon y el impulso.Me gusto mucho
ResponderEliminarLa palabrita supongo que tenia un contexto...
Isabel: Llevo cincuenta años escribiendo en prensa (de la radio no digo nada porque la palabra en ese medio es muy fugaz y se la lleva el viento) y siempre, y digo siempre, cuando alguien discrepa de uno pero sin capacidad para argumentar sus teorías, termina diciendo que eres un demagogo o un facha. O ambas cosas. Y, ya ves, has tenido suerte porque solo te han llamado demagoga.
ResponderEliminarQuien se haya preocupado en conocerte un poco y quien haya seguido tu trayectoria periodística debería de tener un concepto muy claro: estás en la otra orilla de la demagogia. Si hubieses practicado la demagogia posiblemente hoy estarías en alguna redacción de campanillas, bien cubierto el riñón con una nómina importante y hasta adulada por quienes buscan un minuto de gloria.
En mi modesta opinión deberás de seguir en la misma línea que has tenido hasta ahora. A falta de contenidos de interés humano y social en los medios habituales hay que defender con uñas, dientes y a mandíbula batiente foros como el que tu has creado y mantienes vivo y con fuerza porque si prescindimos de eso entonces podemos decir que ya no tenemos libertad. Adelante, escribe, cuéntanos esas pequeñas grandes sensaciones que sacas hasta de una simple mesa de planchar. ¿Isabel demagoga?, vamos anda, colega, -que diría un joven de ahora mismo- es que yo flipo
A mi me parece, por la pinta que tiene la cosa, que quien te ha llamado demagoga es el mismo personaje al que un dia le recomende que se vaya al Fenicia a bailar con los de la tercera edad. Ahora, tras tantos años escibiendo con una claridad meridiana y poniendo toda la carne en el asador, con la trayectoria moral, profesional y social te llaman demagoga. No te jode.
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