(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
Figueras, en el extremo occidental de Asturias, saluda con
el sombrero a las riberas lucenses. Este recogido y manso asentamiento de
ilustre pasado marinero merece la pena pasearse con parsimonia para poder
aspirar así su calmoso traqueteo vital. Figueras
tal vez sea una villa de escondidos atractivos, pero al caminante le evoca, no
sabe muy bien el porqué, el solar natal de Juan
Ramón Jiménez, ese blanquísimo Moguer
que el descomunal poeta soñó con Platero.
A la antigua As Figueiras,
cuyos orígenes parecen remontarse a las culturas castreñas, llegaron viajeros
de nombradía como el londinense Richard Ford,
que pasó por sus contornos hacia 1832, y de la cual anotó en su Viaje por Galicia y Asturias (edición
española: Gijón, Trea, 2005, traducción de Carlos Gutiérrez): «Para dejar Ribadeo, un transbordador realiza una travesía
de un cuarto de hora hasta Figueras, la primera población en las Asturias. Si
el tiempo es malo, será necesario rodear la ría, cruzando hasta Castropol, un
pueblo de pescadores considerablemente empinado que parece trepar»
(p. 146).
Un compatriota suyo de nuestra época, el historiador Hugh Thomas nos dice en Carta de Asturias (Madrid, Gadir, 2006) que en Figueras hay «casas extraordinarias como el palacio de la duquesa de Tamames, el hotel Peñalba y el palacete de Granda. El hotel Peñalba es un buen ejemplo de art nouveau asturiano, diseñado por un ingeniero zaragozano, Juan Arbex, que trabajaba a las órdenes de Socorro Sánchez, viuda de García Bustelo, un hombre de negocios de la zona que, como muchos otros en los primeros años del siglo XX, había hecho fortuna en Cuba» (p. 20).
Un compatriota suyo de nuestra época, el historiador Hugh Thomas nos dice en Carta de Asturias (Madrid, Gadir, 2006) que en Figueras hay «casas extraordinarias como el palacio de la duquesa de Tamames, el hotel Peñalba y el palacete de Granda. El hotel Peñalba es un buen ejemplo de art nouveau asturiano, diseñado por un ingeniero zaragozano, Juan Arbex, que trabajaba a las órdenes de Socorro Sánchez, viuda de García Bustelo, un hombre de negocios de la zona que, como muchos otros en los primeros años del siglo XX, había hecho fortuna en Cuba» (p. 20).
Un siglo después del paso de Ford,
cruzará por esas inmediaciones otro literato andariego, Camilo José Cela, quien, al hablar de Castropol en su excelente Del Miño al Bidasoa (Barcelona, Noguer,
1952), menciona de pasada a Figueras:
«Castropol es villa de aguas a diestra y
siniestra. A su izquierda –y ya hecho mar– se pierde el Eo, y a su derecha, y
formando un gracioso estero en su desembocadura, salta el Berbesa, que deja
enfrente a la aldea de Figueras» (p. 59).
El más veterano y reconocido historiador de Figueras fue un hijo del concejo, Miguel García y Teijeiro, el cual imprimió en Lugo
allá por 1903 un notable estudio titulado Algo
para la historia de Figueras de Asturias (Notas antiguas y modernas, seguidas
de una importante colección de documentos curiosos). Por sus
nutridas páginas desfila un sinfín de datos y observaciones, de entre las que
entresacamos al azar dos: una, relativa a la determinación de las mujeres
figueirenses en su denodada apuesta por las causas justas, y la segunda,
referida al carácter laborioso, conciliador y pacífico de las gentes allí
establecidas.
1) «Hubo y hay en la mujer
de Figueras una entereza de ánimo que justifica su fama de fiera y celosa
defensora de las libertades y derechos del pueblo (...) Ella fue de los
primeros en dar el grito de alarma contra la opresión y tiránico yugo a que el
vecindario se hallaba expuesto debido a los desmanes y arbitrariedades de sus
señores jurisdiccionales»
2) «Figueras resulta hoy una
de las villas más tranquilas de Asturias (...) Y al precisar las causas las
encontramos en la pureza de las costumbres sin exclusión de clases, en su
mediana ilustración, en las bien sentadas y sinceras creencias religiosas y en
el respeto mutuo (...) Las rivalidades locales no se conocen (...) Se hace el
amor, se celebran fiestas casi a todos los santos tutelares del pueblo, se
baila, se paga bien y mucho al fisco, se trabaja más y lo demás... se toma a
broma» (pp. 13-14).
No ha sido Teijeiro
el único asturiano que se ha interesado por su término municipal, ya que plumas
de postín, aunque procedentes de otras latitudes provinciales y que han
confeccionado monografías sobre nuestra región, han aludido igualmente a la
realidad figueirense. Dolores Medio la
compara con la capital del concejo, indicándonos, en Asturias (Barcelona, Destino, 1971), que la
villa de Figueras (a la que se la llamó tiempo atrás Puerto de San Román) es «de parecidas características a la de Castropol»,
que tiene «su misma belleza y serenidad»,
de situación «privilegiada» y dotada de
«varias playas, todas muy bellas» (pp.
447-448).
Y Juan Antonio Cabezas, que la recorrió y computó en los años 50 del siglo pasado para escribir Asturias (Biografía de una región) (Madrid, Espasa-Calpe, 1956), nos informa de que posee «puerto pesquero, del que en tiempos salían valientes balleneros del Cantábrico y más allá», dado que, «con sus tabernas de puerto y su actividad marinera, tuvo gran importancia a fin de siglo [XIX], que ha perdido poco a poco al retirarse del mar». Y no se ahorra Cabezas el señalar que de Figueras salieron «expertos capitanes de la marina mercante que recorrieron las rutas de Filipinas y América» (p. 557).
Y Juan Antonio Cabezas, que la recorrió y computó en los años 50 del siglo pasado para escribir Asturias (Biografía de una región) (Madrid, Espasa-Calpe, 1956), nos informa de que posee «puerto pesquero, del que en tiempos salían valientes balleneros del Cantábrico y más allá», dado que, «con sus tabernas de puerto y su actividad marinera, tuvo gran importancia a fin de siglo [XIX], que ha perdido poco a poco al retirarse del mar». Y no se ahorra Cabezas el señalar que de Figueras salieron «expertos capitanes de la marina mercante que recorrieron las rutas de Filipinas y América» (p. 557).
A mediados del XIX, Pascual
Madoz apuntaba en su célebre Diccionario
geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar
(Madrid, 1845-1850) que en el puerto de Figueras entraban unos cuarenta buques anuales y que las
tripulaciones que deambulaban por sus calles eran muy populosas, doblando
incluso al número actual de habitantes fijos, que rondará hoy los seiscientos.
Tampoco resulta desdeñable, todo lo contrario, la precisa
descripción, de acentos decimonónicos, que en 1972 hacía el novelista,
periodista y erudito tinetense Jesús Evaristo
Casariego en un nostálgico artículo para el porfolio de las fiestas
locales del Carmen: «Figueras, Puerto de Figueras,
lejana y silenciosa, recatada y severa, con sus pinas calles empedradas, que
ostentan nombres ambiciosos, con su ermita marinera atalayada; con el palacio
acastillado en su cumbrera; con sus portales de cancela, recoletos, donde
aparecen pintadas escenas de navegaciones y arribadas; con sus corredores y
ventanas de “xanelas verdes”, mirando siempre a la mar, contempló siglos y
siglos de la Historia
marítima de España, desde las balleneras de finas amuras y larga palamenta, del
alto medievo, hasta los vapores empenachados de humo del novecientos».
Figueras ha sido cantada tanto por narradores de ayer como
por poetas contemporáneos. Entre aquéllos podríamos citar a José Fernández Arias Campoamor y entre éstos a M.ª del Rosario Neira Piñeiro, a cuya autoría
corresponde la siguiente breve y puntual composición, de nítidas resonancias,
incluida en Castropol: El secreto mejor guardado
de Asturias (Oviedo, Tragaluz, 2006):
Como un pueblo encantado
aparecido junto al mar
se alza un mundo de paredes blancas,
puertas cerradas,
brillo de flores en las ventanas dormidas,
destello de cristales en lo alto.
Por su parte, Arias Campoamor,
que tuvo como profesión la de marino y enseñante, quiso inmortalizar su villa
natal en la novela Recelo
(Madrid, Biblioteca Patria, n.º 239, ¿1914?). Para que no resultase difícil de
desentrañar la ubicación la revistió del reconocible topónimo de Penalba (a Ribadeo lo rebautiza Rivadelle y a Castropol Castrotol). Así surge la fisonomía figueirense
por uno de sus capítulos, donde se advierte una alusión a las posesiones de los
Pardo-Donlebún: «Descendía las callejuelas de
Penalba afirmando el pie antes de avanzar el cuerpo, porque todo Penalba era
muy empinado, y las piedras de las calles tenían, de ordinario, una superficie
redonda y suave, muy apta para el resbalón. Al fin llegó a la playa. Aquí se
agrupaban las casas de los pescadores y de los barqueros, con una clasificación
firme de ellos: pescadores que sólo utilizaban sus botes en la pesca, y
barqueros, en el transporte de personas y mercancías de Asturias a Galicia y
viceversa. Era el barrio democrático y popular de existencia ruidosa, de
cantos, disputas, gritos y conciliábulos de gente ociosa. El elemento
aristocrático vivía en las alturas del acantilado, si bien como lugar de paseo
escogía la explanada-muelle que servía de medianera entre las casas del barrio
democrático y la mar. Y como único anómalo de la playa, si bien un poco al
margen, estaba el castillo de Pardal, con su aire de fortaleza medioeval, que
fue antaño la morada del señor feudal de Penalba, hogaño residencia veraniega
de sus descendientes» (pp. 23-24).
Sencillamente precioso. Muchisimas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias. Entrañable artículo que refleja la realidad de Figueraas, As Figueiras, mi pueblo.
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