Quitar a
quien nada tiene es muy fácil. Cerrar Calor
y Café es una canallada. Estoy segura de que quienes tomaron tal decisión no
se dieron nunca una vuelta por ese
reducto tan de los pobres. Ni
supieron nunca lo que es tener únicamente la tierra abajo y el cielo arriba. Yo
los he conocido de la Cocina económica a Calor y Café. Y así un día tras otro. Sencillamente porque no tienen a donde ir, porque los días son demasiado
largos para quienes están excluidos de una sociedad que los quiere lejos, que
prefiere no verlos. Alcohólicos, drogadictos, ancianos sin familia, pobres de
solemnidad. Ya sé que son una lacra social, unos desgraciados, lo que se quiera
decir de ellos. Están acostumbrados a oírlo, al desprecio, a que se cambie de
acera para no tropezarlos. Pero no es tan simple. Detrás de cada pobre hay una
persona que sufre, que tiene sentimientos, que antes que una limosna agradece
que le mires, que le hables. Pero nos dan miedo, miedo por su aspecto
–inofensivos, aunque cueste creerlo-, miedo a su olor –a miseria-, a sus
enfermedades, a lo que se quiera. Pues me temo que ahora, al cerrar Calor y Café no les quedará más remedio
que esperar en la calle. Esperar que pase el día, demasiado largo para ellos. Que
nadie piense que cerrándoles el único lugar donde podían cobijarse los vamos a
quitar de encima. Nada de eso, vagarán por las calles, arrastrarán su miseria
ante nuestros ojos. Y como siempre cambiaremos de acera, soltaremos en el mejor
de los casos algunas monedas sin
mirarlos y lamentaremos que anden por la calle. Pero no haremos nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario