Meu
Señor San Andresiño, meu divino Santo bon…
¡eu
pidinche un rapás goapo, e trasme un papaleisón.
Meu
Señor San Andresiño qu’estás na alta ribeira…
Este
ano vin soltera,¡pra o que ven, virei casada…!
Ay,
la, la, la, Ay, la, la, la, Ay, la, la, la.
Coplillas de la romería de San
Andrés de Teixido
EL LADO MÁS CUBISTA DE LA CASA ROSA |
La
tarde fue de placeres y deleites, con alboroto. Fue de dulces en bandejas de
plata, que la gula tragona impedía el hartazgo; de aromas orientales, salidos de
la vaporosa máquina cafetera, que perfumaba el aire como inciensos; fue de
juegos y acertijos sobre letras y palabras, saltarinas y juguetonas, que iban y
venían, rebotadas. Y hubo enredos: si a los cuadraditos de azúcar, para
endulzar el amargo y negro café, envueltos en papeles finos, se les debería
llamar chochitos, con suavidad y delicadeza,
o, por el contrario, terrones, con aspereza y aridez. Mari se declaró partidaria
de terrones y Pepe prefirió los chochitos.
Yo, ecléctico, recordé un grave incidente, siendo testigo y chiquillo, en el
bar-cafetería California, de la calle
Palacio Valdés, la más americana de las cafeterías-bar ovetenses, que
protagonizó un caballero al pedir a una camarera, muy rubia de peluquería y
blonda, un café con leche “con un chochín
por favor”.
Fue
en el momento del licor, más compota que licor de guindas. De repente, Pepe,
como si hubieran tocado a rebato, se marchó, esquivando, con torería, consolas
y mesitas de día, y, pasado un rato, regresó con un frasquito, un frasquín de los de penicilina, con tapa
azul de goma, que lo colocó sobre la mesa. Ante mi extrañeza por el color de
aquel líquido en frasco de farmacia, un amarillo pajizo, Pepe, muy seguro y con
mucha fe, lo aclaró: “Es un reconstituyente, una fórmula y bálsamo rubio contra
el envejecimiento a base de jaleas reales; genialidad de don Lucas R. Pire, vicerrector
y catedrático de Química de la
Facultad de Ciencias de Oviedo”. Más tarde supe que ese líquido,
mágico como el “ungüento amarillo”, no pócima o mejunje, una vez patentado, se
comercializó con gran éxito –arrasó- entre los del Oviedín del alma, con la denominación de Menem.
Del profesor
Pire, vicerrector, conté lo poco que sabia; que era muy asiduo, en la fila de
las Autoridades, de las muchas, muchísimas procesiones, y entierros a lo grande
(como el del Arzobispo Lauzurica en la primavera de 1964), que transitaban por
las calles de Oviedo –las procesiones nacional-católicas eran siempre por fuera-.
Iba Pire con su gran porte, un auténtico gentleman, un hombrón
de pelo blanco, con un bastoncito negro en la mano derecha; primero muy tieso y
más tarde encorvado; e iba, en suplencia del rector de la Universidad , Virgili
Vinadé, con dificultades para los largos recorridos, junto a otros asiduos, tal
el presidente de la
Diputación , López Muñiz, tal el muy marcial y espadachín coronel
del Regimiento del Milán, que, en la mano izquierda, sostenía la gorra, que parecía
llevar una bandeja de pasteles.
Mari, muy
profesoral y literaria, y como buscando mi complicidad contra el frasquín, repetía una y otra vez
rezongando: “¡Ay, Pepe, Pepe, que eres un barroco, muy barroco y gongorino y
que vas a acabar como el Licenciado Vidriera!”. Complicidad que en mí no encontró,
no obstante conocer la triste locura de tal Licenciado, que engulló lo que no
debió, un hechizado membrillo toledano. Por mi estancia, dedicado a menesteres
de fe en las Rías Altas gallegas, al presenciar muchos encantamientos,
“meigallos”, “vade retros”, y más brujerías, manifesté mi afición a brebajes, purgantes
y licores mágicos, llegando incluso a dejar de comer puerros y coles por ser,
según conseja de bruja celta, propicios a causar barullos de mente y melancolías
con llanto. Mari y Pepe me miraban sin pestañear como pasmados, con sus ojillos
menudos y miopes, que, por aumento de cristales gruesos, parecían grandes, de
buho.
SANTUARIO SE SAN ANDRÉS DE TEIXIDO |
Más Pepe que
Mari se interesó por la namoradeira, con
propuesta fantástica de colgar un ramo en lo más alto de la casa, junto al
pararrayos, arrugado y oxidado “por faltarle lo de Pire” dije yo. Luego, los
tres como niños, sin gaita y pandeiro, cantamos animados la coplilla al Santo Meu Señor San Andresiño, empujando a
Mari, que se trabucaba en el papaleisón.
Eso fue antes de subir por una empinada y caracolada escalera, cual ánimas en
procesión de la Santa Compaña , a la
primera planta de la “casa rosa”, con susto mío al ver, entre dos estancias
íntimas y una máquina de lavar atravesada, dos enormes colmillos de elefante, afilados
y largos como lanzas de Quijote. En un salón grande, ya en la segunda planta,
de cristales aplomados como vidrieras de catedral gótica, contemplamos los
grandes lienzos y pinturas de Pérez Jiménez, allí reunidos, ya con dudas
razonables y premonitorias, sobre el destino último de esa “obra”. Había paisajes,
retratos y pinturas realistas, que siempre oí alabar a otra pintora, Carmela
Pérez Herrero, en su casa de la calle Campomanes, número 32, 1º -- abajo, casi
a la entrada, estaban los retratos de Mari, tocando el piano, y de Pepe,
leyendo un libro, precisamente el Anuario
de Derecho Internacional--.
MARI Y PEPE EN EL VERANO DE 1994 |
Al descender
desde las alturas, dimos vueltas y vueltas a la caracolada escalera, de suelos
de mármol mullidos por alfombrillas de felpa, y cuyos cristales opacos, desde
el exterior, sólo dejaban ver, en noches oscuras, bultos borrosos que subían y bajaban,
que eso vi muchas veces desde la
Plaza de San Miguel. Ya en noche cerrada, la del 19 de marzo
de 1980, nos despedimos con palabras muy amables, acariciadoras y con un adiós.
Cerré una puerta, luego una verja, y bajé, nostálgico, las escaleras del Prado
Picón, con luz de farol o farolillos, ojeando a mi izquierda, el lado mas
cúbico, cubista, de la “casa rosa”, castillo y torre. La nostalgia de ahora
mismo, más que nostalgia, es ya pena y dolor. Mari allí no está y Pepe se
escapó al Cielo a finales de siglo. Queda la casa, que, sin ellos, es monumento,
estatua de ladrillos, ladrillos, pintados de rosa.
(Fotos del autor del artículo)
(Fotos del autor del artículo)
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