martes, 18 de septiembre de 2012

VIAJANDO SOLO CON ELLA (I): FIGUERAS DE CASTROPOL, artículo de JOSÉ LUIS CAMPAL


(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)




Figueras, en el extremo occidental de Asturias, saluda con el sombrero a las riberas lucenses. Este recogido y manso asentamiento de ilustre pasado marinero merece la pena pasearse con parsimonia para poder aspirar así su calmoso traqueteo vital. Figueras tal vez sea una villa de escondidos atractivos, pero al caminante le evoca, no sabe muy bien el porqué, el solar natal de Juan Ramón Jiménez, ese blanquísimo Moguer que el descomunal poeta soñó con Platero.
Plano de Figueras en 1904
A la antigua As Figueiras, cuyos orígenes parecen remontarse a las culturas castreñas, llegaron viajeros de nombradía como el londinense Richard Ford, que pasó por sus contornos hacia 1832, y de la cual anotó en su Viaje por Galicia y Asturias (edición española: Gijón, Trea, 2005, traducción de Carlos Gutiérrez): «Para dejar Ribadeo, un transbordador realiza una travesía de un cuarto de hora hasta Figueras, la primera población en las Asturias. Si el tiempo es malo, será necesario rodear la ría, cruzando hasta Castropol, un pueblo de pescadores considerablemente empinado que parece trepar» (p. 146). 


Un compatriota suyo de nuestra época, el historiador Hugh Thomas nos dice en Carta de Asturias (Madrid, Gadir, 2006) que en Figueras hay «casas extraordinarias como el palacio de la duquesa de Tamames, el hotel Peñalba y el palacete de Granda. El hotel Peñalba es un buen ejemplo de art nouveau asturiano, diseñado por un ingeniero zaragozano, Juan Arbex, que trabajaba a las órdenes de Socorro Sánchez, viuda de García Bustelo, un hombre de negocios de la zona que, como muchos otros en los primeros años del siglo XX, había hecho fortuna en Cuba» (p. 20).

Un siglo después del paso de Ford, cruzará por esas inmediaciones otro literato andariego, Camilo José Cela, quien, al hablar de Castropol en su excelente Del Miño al Bidasoa (Barcelona, Noguer, 1952), menciona de pasada a Figueras: «Castropol es villa de aguas a diestra y siniestra. A su izquierda –y ya hecho mar– se pierde el Eo, y a su derecha, y formando un gracioso estero en su desembocadura, salta el Berbesa, que deja enfrente a la aldea de Figueras» (p. 59).

El más veterano y reconocido historiador de Figueras fue un hijo del concejo, Miguel García y Teijeiro, el cual imprimió en Lugo allá por 1903 un notable estudio titulado Algo para la historia de Figueras de Asturias (Notas antiguas y modernas, seguidas de una importante colección de documentos curiosos). Por sus nutridas páginas desfila un sinfín de datos y observaciones, de entre las que entresacamos al azar dos: una, relativa a la determinación de las mujeres figueirenses en su denodada apuesta por las causas justas, y la segunda, referida al carácter laborioso, conciliador y pacífico de las gentes allí establecidas.
1) «Hubo y hay en la mujer de Figueras una entereza de ánimo que justifica su fama de fiera y celosa defensora de las libertades y derechos del pueblo (...) Ella fue de los primeros en dar el grito de alarma contra la opresión y tiránico yugo a que el vecindario se hallaba expuesto debido a los desmanes y arbitrariedades de sus señores jurisdiccionales»

2) «Figueras resulta hoy una de las villas más tranquilas de Asturias (...) Y al precisar las causas las encontramos en la pureza de las costumbres sin exclusión de clases, en su mediana ilustración, en las bien sentadas y sinceras creencias religiosas y en el respeto mutuo (...) Las rivalidades locales no se conocen (...) Se hace el amor, se celebran fiestas casi a todos los santos tutelares del pueblo, se baila, se paga bien y mucho al fisco, se trabaja más y lo demás... se toma a broma» (pp. 13-14).

No ha sido Teijeiro el único asturiano que se ha interesado por su término municipal, ya que plumas de postín, aunque procedentes de otras latitudes provinciales y que han confeccionado monografías sobre nuestra región, han aludido igualmente a la realidad figueirense. Dolores Medio la compara con la capital del concejo, indicándonos, en Asturias (Barcelona, Destino, 1971), que la villa de Figueras (a la que se la llamó tiempo atrás Puerto de San Román) es «de parecidas características a la de Castropol», que tiene «su misma belleza y serenidad», de situación «privilegiada» y dotada de «varias playas, todas muy bellas» (pp. 447-448). 


Y Juan Antonio Cabezas, que la recorrió y computó en los años 50 del siglo pasado para escribir Asturias (Biografía de una región) (Madrid, Espasa-Calpe, 1956), nos informa de que posee «puerto pesquero, del que en tiempos salían valientes balleneros del Cantábrico y más allá», dado que, «con sus tabernas de puerto y su actividad marinera, tuvo gran importancia a fin de siglo [XIX], que ha perdido poco a poco al retirarse del mar». Y no se ahorra Cabezas el señalar que de Figueras salieron «expertos capitanes de la marina mercante que recorrieron las rutas de Filipinas y América» (p. 557).

A mediados del XIX, Pascual Madoz apuntaba en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar (Madrid, 1845-1850) que en el puerto de Figueras entraban unos cuarenta buques anuales y que las tripulaciones que deambulaban por sus calles eran muy populosas, doblando incluso al número actual de habitantes fijos, que rondará hoy los seiscientos.

Tampoco resulta desdeñable, todo lo contrario, la precisa descripción, de acentos decimonónicos, que en 1972 hacía el novelista, periodista y erudito tinetense Jesús Evaristo Casariego en un nostálgico artículo para el porfolio de las fiestas locales del Carmen: «Figueras, Puerto de Figueras, lejana y silenciosa, recatada y severa, con sus pinas calles empedradas, que ostentan nombres ambiciosos, con su ermita marinera atalayada; con el palacio acastillado en su cumbrera; con sus portales de cancela, recoletos, donde aparecen pintadas escenas de navegaciones y arribadas; con sus corredores y ventanas de “xanelas verdes”, mirando siempre a la mar, contempló siglos y siglos de la Historia marítima de España, desde las balleneras de finas amuras y larga palamenta, del alto medievo, hasta los vapores empenachados de humo del novecientos».

Figueras ha sido cantada tanto por narradores de ayer como por poetas contemporáneos. Entre aquéllos podríamos citar a José Fernández Arias Campoamor y entre éstos a M.ª del Rosario Neira Piñeiro, a cuya autoría corresponde la siguiente breve y puntual composición, de nítidas resonancias, incluida en Castropol: El secreto mejor guardado de Asturias (Oviedo, Tragaluz, 2006):

Como un pueblo encantado
aparecido junto al mar
se alza un mundo de paredes blancas,
puertas cerradas,
brillo de flores en las ventanas dormidas,
destello de cristales en lo alto.


Por su parte, Arias Campoamor, que tuvo como profesión la de marino y enseñante, quiso inmortalizar su villa natal en la novela Recelo (Madrid, Biblioteca Patria, n.º 239, ¿1914?). Para que no resultase difícil de desentrañar la ubicación la revistió del reconocible topónimo de Penalba (a Ribadeo lo rebautiza Rivadelle y a Castropol Castrotol). Así surge la fisonomía figueirense por uno de sus capítulos, donde se advierte una alusión a las posesiones de los Pardo-Donlebún: «Descendía las callejuelas de Penalba afirmando el pie antes de avanzar el cuerpo, porque todo Penalba era muy empinado, y las piedras de las calles tenían, de ordinario, una superficie redonda y suave, muy apta para el resbalón. Al fin llegó a la playa. Aquí se agrupaban las casas de los pescadores y de los barqueros, con una clasificación firme de ellos: pescadores que sólo utilizaban sus botes en la pesca, y barqueros, en el transporte de personas y mercancías de Asturias a Galicia y viceversa. Era el barrio democrático y popular de existencia ruidosa, de cantos, disputas, gritos y conciliábulos de gente ociosa. El elemento aristocrático vivía en las alturas del acantilado, si bien como lugar de paseo escogía la explanada-muelle que servía de medianera entre las casas del barrio democrático y la mar. Y como único anómalo de la playa, si bien un poco al margen, estaba el castillo de Pardal, con su aire de fortaleza medioeval, que fue antaño la morada del señor feudal de Penalba, hogaño residencia veraniega de sus descendientes» (pp. 23-24).

Tomados amorosamente de la mano, abandonamos Figueras con un hasta pronto entre los labios susurrado más que dicho para no incordiar al vecindario, que reposa sus ocios al amparo de las higueras.


Fotos del autor

2 comentarios:

  1. Sencillamente precioso. Muchisimas gracias.

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  2. Muchas gracias. Entrañable artículo que refleja la realidad de Figueraas, As Figueiras, mi pueblo.

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