miércoles, 25 de julio de 2012

"LA CASA ROSA DE LOS PÉREZ", artículo del notario ÁNGEL AZNÁREZ publicado en LA NUEVA ESPAÑA"



Con cariño especial a mi amigo Chema C., al que unos médicos, buenos, tienen en encierro toreando continuamente al peligro, cerca de la plaza de toros en Oviedo.

 Casa-rosa en el Prado Picón en Oviedo 

Allí, en lo más alto del Picón, antes prado, está el edificio que fue de los Pérez, él (Pepe) y ella (Mari). Un edificio esdrújulo, neogótico, barroco y mesopotámico como una torreta de Babel, con un para-rayos para espantar rayos, truenos y centellas, con potencia de alambre, que parece un pelo tieso en campo pelado o calvo. Edificio que pudiera ser un chalet pintado de rosa como un pastel de fresa, un castillo de hadas, voladoras como golondrinas, y el palacio de un moro bereber en Marrakech o de un pachá del Oriente.

Desde que el loco Luis II de Baviera levantó su castillo, loco, de Neuschwanstein, lo más parecido construido fue, precisamente, la casa de los Pérez en la Baviera de Oviedo que es el prado Picón. El segundo apellido de los Pérez es Montero, ¡estupendo!, pues montero y picón es el masculino de montera y picona, que es prenda de traje, no de bárbaros bávaros, sino casera, muy nuestra, de toda la vida de aquí; un auténtico plato de la abuela. Y desde sitio tan alto, mirando abajo, a la calle Santa Susana, un Quijote con lanza en ristre o un Sancho con panza, pueden desafiar al mundo, que eso es  “poner al mundo por montera”, lo que siempre hicieron los dos Pérez, siempre solteros, solterísimos.
 Casa-rosa en el Prado Picón en Oviedo 

Aunque los protagonistas del tenderete (también tentadero) de hoy, pudieran ser fantasmas o hadas, amantes de lo barroco y lo oriental, resulta que son ángeles, esos entes que, según un poeta que escribió en difícil alemán (igual de difícil que escribir en asturianu) “juegan en el Paraíso y vuelan sin plumas”, y que “nunca se sabe si están entre los vivos y los muertos” (de esos, de los ángeles, sé mucho, pues yo soy Angel). Los Pérez Montero son ángeles, que quiero mucho, lo que el lector/lectora no debe olvidar al leerme hoy, mañana o pasado. Nada importan los certificados del Registro Civil, de vida o de muerte, pues la memoria, la mía, --lo único que tengo por ser “probe”-- hace revivir a Pepito y sacar Mari de su residencia en la calle Uría a pasear. Además, Pepe, por estar en el Cielo, no sabe que murió, pues nadie se lo dijo y de eso no se habla en el Paraíso.

Para llegar a la casa-castillo de los Pérez, hay dos vías:  una, desde la Plazuela (San Miguel) subiendo una escalera infinita que llega a lo más alto, igual que la que soñó Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, y nieto de Saray (¡qué tristeza siempre me causó este Patriarca, pues, con las cosas tan estupendas y bonitas que se pueden soñar –aunque todas sean mentira, una mentira total- él, Jacob, soñó con una escalera!). Otra vía de acceso es subiendo por la calle Sacramento, girar luego a la izquierda junto al chalet que fue de Castelao (hoy de muchos rezos), y volver a girar a la izquierda. Esta  segunda vía es más lenta, aunque atractiva, que es como dar la vuelta al mundo, teniendo enfrente a “Villa Concha” de don Lorenzo Novo. A propósito: la Magdalena no es la única villa, aunque sí la más escandalosa, de este Oviedo, ciudad de La Escandalera.
 El Belvedere de la casa de los Pérez. 

Muy al lado de la casa, castillo y rosa, está el Seminario Metropolitano, monumental y grandioso, construido en la posguerra española con mucho de eso que se llama “visión de futuro” o “sentido profético”, pues resulta que ahora es “seminario”, así lo llaman, a un pisito de esos de Protección Oficial con derecho a cocina, para dos o más, muy pocos, poquitos y vocacionales.

En la casa rosa, esdrújula, barroca y mesopotámica, entré dos veces. La primera, en verdad, no pasé de la puerta, con felpudo, mirilla y picaporte, aunque eso sí, salté furtivamente la verja entre una nube de mariposas “cortejonas y picajosas”, como las de su especie, las Petaloudes de la Isla de Rodas, donde, según cantó el griego Homero, Ulises puso tapones en sus orejas para no oír cosas de pecado mortal. Se armó la de Dios es Cristo (en el Prado Picón, no en Rodas, como contaremos luego); eso ocurrió en fecha indeterminada, más o menos, en los días de mi Primera Comunión ‑no se pone fecha, por ser de mala educación, apuntar con el dedo a eso de la edad‑. Y la segunda vez que entré fue el 19 de marzo de 1979, día de onomástica de José, por llamarse igual Pepito que el carpintero de Nazaret (también lo contaremos).

Acaeció una vez que, formando parte de la chavalería de Muñoz Degraín, unos con caras de “pelargones “ y otros de “garbanzos” (nací en la calle Campomanes 34, 3º y renací, años después, en la calle Sacramento, 20,5º - no debo repetir lo que conté en Al principio fue la calle Campomanes, en “La Hora de Asturias (28 capítulos-), un día, aburridos de trepar por las piedras de la iglesia en ruinas de Las Carmelitas y de saltar la tapia del campo de Los Catalanes para coger grillos, se decidió, con natural inconsciencia, “ir por peras”, las de los perales del jardín-chalet del arquitecto Castelao, muy próximo a la casa-rosa de los Pérez. Castelao era un señor de buenas aldabas y elegante, siempre con sombrero con ínfulas de chistera, que entraba y salía con su esposa, yendo detrás su hija, que llevaba unas gafas con cristales más de culo de sifón que de botella, seguro que compradas en Óptica Navarro, que fue diplomado en Jena. Mas tarde Castelao se fue a vivir a Santa Susana, edificio pegado a la iglesia de los Carmelitas, seguramente para estar más cerca del P. Florencio, que, en el confesionario (el segundo por la izquierda entrando), un día le vi comer bombones.

En el “ir por peras”, el líder indiscutible fue Martín Caicoya (su hermano Cesar, el mayor, siempre fue más del montón (Pacho ya músico, los González, los Morán, los Llana…), y su hermana Regina, que “patuxaba” sin cesar en el cochecito leré). A Martín nada se le ponía por delante, ni siquiera los huesos de los demás que rompía con gran facilidad, ni los huesos propios, que también rompía cuando calzaba patines de cuatro ruedas –he ahí la raíz de su actual excelencia y prestigio como traumatólogo-. Aquella fuerza de liderazgo me viene al recuerdo cuando terminé de pensar hace unas en otro líder, éste político, el de don Francisco Álvarez-C, en el que se produce un fenómeno de alquimia medieval: la testosterona abundante, bien agitada o batida, muta, muta en vinagres tóxicos (de eso, Martín, nada de nada).

“Arlequín con montera no picona” 
La cogida y comida de las peras fue a la vista y oído de unos soldados de Transmisiones que no se sabe qué hacían en el chalet de enfrente al de Castelao y junto al de “las “Aguadé” (eran dos), con unas antenas en el tejado más altas que las de Radio Asturias en la Plaza de América (ahora pienso que debían ser espías, espías de los seminaristas, que eran lo único a espiar allí; seminaristas como los Ángeles (García y Silva), Bardales y Torga, todos santos antes de nacer. Puestos a saltar verjas y verdejas, tocó a la casa vecina de los Pérez, que no tenía peras sino sauces, y con el encanto de morada de duendes, fantasmas, hadas o Benditas Animas, con o sin purga. En el preciso momento del salto o asalto, se abrió una de las ventanas barrocas o góticas de la casa de los Montero, y una señora mayor, con moño como las de Lagartera y pendientes como los de la Alberca, blandiendo un palo de escoba con la escoba, en un acento entre andaluz y extremeño, nos amenazó con maldiciones. Era doña María, la madre de los Pérez y esposa de Pérez Jiménez, profesor de dibujo y pintor que llegó de Extremadura, que pintaba lienzos del tamaño de sábanas y que diseñó su casa o jeroglífico.
“Para después del pecado” 

Aquellos gritos, a la chavalería andante de Muñoz Degraín, llegó al alma, sintiendo todos, hasta lo más profundo, que habíamos pecado. Por ello, los de los Maristas, fuimos a confesión con el capellán, el Padre Viñayo -(los hermanos Maristas eran muy poca “cosa”, excepto el Hermano Director, que era reverendo, no pudiendo ni confesar); los de la Juventud del Carmelo fueron a confesarse con el Padre Luis, carmelita que nunca se descalzo; los de los Dominicos, con el Padre Pedro (O.P.), que, por ser grande de cabeza, siempre le llamé capitis Magnus. Los más originales en eso de confesiones eran los del Instituto, que tenían más que un confesor, un autentico “santón” o un gurú de la India, que se llamaba don Pedro Caravia.

                                   (Se continuará en segunda parte)

¡NOTICIA BOMBA!: Por comunicación telefónica, con mucho misterio e intriga, a las 22,10 horas del lunes 2 de julio, pocas horas después de la publicación del artículo “Los retretes de la Reina”, se me informó, con detalle, que la loza del retrete del Marqués de Aledo se encuentra en la finca campera de una Autoridad (sólo delegada) y de mucha venia, cerca de Onís. Al domingo siguiente esa misma Autoridad declaró en este Diario que come o “rumia” cachopos de ternera asturiana, con relleno de “jamón y queso francés azul suave”. Todo lo cual se anuncia a efectos de que sean los propios lectores/lectoras los que saquen las conclusiones de risa y que resulten de tanto enredo o embeleco por causa del retrete y de los comestibles o combustibles. ("La Nueva España", edición de Oviedo, 22/07/12)

Fotos cedidas por el autor

2 comentarios:

  1. Siempre me impresionó esa casa del Prado Picón y no acabo de decidir si me gusta o no. Me decanto por un moro bereber de Marrakech así que los encantadores Pérez no me pegan nada o quizás si en el ligero toque hortera.
    ¿por cierto, qué tal estaban las peras?
    ¿la loza del retrete del Marqués de Aledo es necesaria para después de comer un cachopo? pues vaya problema que se nos plantea.
    Me encanta la fina ironía con la que escribes, me da vergüenza repetirlo tanto porque las de colegio de monjas somos tímidas y puritanas, pero al César lo que es del César.
    La chica Buylla

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  2. Del Autor a la "chica Buylla":

    Querida Virginia:

    A tú pregunta de cómo estaban las peras, te diré que, con tantos sobresaltos, no nos enteramos mucho -mayor concentración exigía tocar el "pitorro" de las otras peras (las de la luz), pues daban calambrazos, muy celosas, al menor descuido-. Además de la tensiòn que siempre provoca lo prohibido, sobre todo si te amenazan con una escoba, te diré que, casi inmeditamente y a toda velocidad, salió del Seminario Metropolitano un Mercedes-Benz de lujo, que trasportaba a un gran capitoste, que ahora está enterrado en la Catedral, también Metropolitana,junto a otro obispo, el de Tricomia. Conclusiones: que el Mercedes casi nos llevó por delante y por detras; y que en Oviedo todo es metropolitano, incluso el Seminario y la Catedral.

    Me acabas de dar, Virginia, una idea: por esto último empezaré el próximo "continuará", por lo del capitoste y el Obispo de Tricomia.

    A tu otro interrogante sobre el "cachopo", te diré que como tú bien escribes es un problema, que descifrarlo me llevaría a escribir un libro, pero ahora no puedo hacerlo pues estoy escribiendo media docena de esos, de libros, al mismo tiempo y de temas muy diferentes. No doy ni a bastos, a copas y ni a espadas, sólo a oros.

    Lo que menos me gustó del "cahopo" fue eso de que el relleno, la Autoridad delegada y parece ser que actual titular del retrete del Marqués, lo hace con queso francés, despreciando los muchos quesos de Onís ¡Qué indiferencia para lo nuestro, lo de aquí, estando tan cerca de Covadonga! y lo peor: ¡con lo que estriñen los quesos franceses!

    Virginia mía: Tengo que concluir con un ay, ay: ¡Ay, ay, mi retrete marqués, quién te ha visto y quien te ve, hoy, hoy, ven conmigo, ven!

    Después de comer y dormir la siesta, contestaré a tu comentario en lo tuyo, lo de las frustraciones.

    Besos de Angel A.

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