(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
Philip Roth, ilustración de Mike Casal |
La concesión, el pasado mes de junio, del premio Príncipe
de Asturias de las Letras al norteamericano PHILIP
ROTH me ha recordado dos libros suyos que leí en 2010 (los únicos de
su autoría que llegaron a nuestras estanterías) y que anoté puntualmente en mi
diario de ese año, al que titulé Placajes y
rebotes. Recupero ahora esas dos apuntaciones sobre el
galardonado.
Domingo,
10 de enero de 2010.
Termino la fábula paródica El pecho,
de Philip Roth –un escritor virgen para
mí y que talmente parecía perseguirnos allá por donde íbamos, pues el último
año nos cruzamos con sus portadas en toda librería que visitábamos, en España o
en Italia–. No pasa de ser un simpático ejercicio que juega con el punto de
partida de La
metamorfosis para presentarnos, contada en primera persona, la
peripecia de un docente especialista en Kafka
y Gogol convertido de la noche a la
mañana en un inmenso seno, lo que le permite poner en solfa las convenciones
sexuales de los estadounidenses y su encopetada artificiosidad, o reírse del
sistema universitario. Roth mantiene la
curiosidad de hasta dónde podrá estirar la anécdota –el librito apenas llega a
las cien páginas con generosos cuerpos de letras y dadivosos entrelineados–,
pero si bien la primera parte se engulle sin pestañear (el proceso de
transformación y su reclusión en un hospital), la segunda mitad del relato cae
en repeticiones (sobre la libido y la creencia de saberse demente) porque
posiblemente se le han agotado las opciones con que retenernos al pie del cañón
y llega a su final a medio gas y forzando el cierre. El reto no era fácil y la
sombra del checo demasiado alargada como para ponerse a su nivel, por lo que Roth, para evitar reclamaciones, saca
constantemente a relucir la similitud de ambos planteamientos.
Sábado,
13 de febrero de 2010
Después de 360 páginas y a falta
de un centenar, lo que quizá sea un poco cobarde por mi parte tras tanto trote,
abandono la novela de Philip Roth Me casé con un
comunista (RHM, 2007) porque su prosa eficiente se desgasta en
la inmovilidad, ya que no hace más que dar vueltas sobre sí misma como una
peonza, relatándonos prácticamente lo mismo pero puesto en boca de diferentes
personajes, con leves variaciones, y aquí no valen las comparaciones con
Proust. Reconozco que el asunto me atraía (la perversión macartista en la
epidermis social de los USA), pero hay que saber cuándo parar y cuándo borrar,
y en este libro Roth da la impresión de
no estar por la labor de limar y concentrarse en lo que se trae entre manos.
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