Nada muere para los que creemos en el recuerdo.
(De un rapsoda o cantor
EL ROPERO DE LA EMPERATRÍZ |
La magia de la
memoria y la escritura obran el milagro, pues resucitan lo que lleva años
primero muerto y luego olvidado. Así, Margarita, guardesa y ama de llaves del Palacio
del Marqués de Aledo, como Lázaro, ahora se levanta y anda de nuevo. Margarita,
siempre de negro y siempre en bata de tela gruesa, no era ama de nada al ser lo
contrario o doméstica, ni era ama de nadie, pues estaba viuda; de talla, la normal
o bajita, y de talle abundante, con redondeces; sus piernas y brazos, macizos y
poderosos eran como columnas dóricas; una de sus mejillas tenía el adorno de un
grueso punto o botón, una verruga, del mismo color púrpura que los calcetines purpurados
de los canónigos de entonces. Siempre, Margarita, en zapatillas, sin faja, sin
medias y sin ligas, con los talones al aire, estrujadas las suelas y los suelos
por sus contundentes calcañales.
Pero no nos detengamos demasiado en retratos,
pues adonde queremos llegar es a los retretes. El Palacio y su jardín eran del
Marqués, don Ignacio Herrero Collantes; bueno, en realidad, la propiedad
pertenecía a su esposa, la señora Garralda, que era la marquesa fetén, por
derecho propio, no por ese chollo jurídico denominado “sociedad de gananciales”.
El vecindario, el de la ovetense Plaza San Miguel y el de los calles
Campomanes, Santa Susana y Quintana, nunca lo llamaron palacio o palacete sino
chalet, sin duda por la puñetera y corrosiva envidia; también quizá, porque en
aquel tiempo los “chaletes” no eran lo que son hoy, pisos adosados.
Por delante de la puerta principal, en Santa
Susana, se paseaba, en dirección a la calle Asturias, el periodista Paco Arias
de Velasco, siempre equino y siempre marino, pues andaba a saltitos, como un
caballito de mar. Salía del número 4 de de la Plaza
San Miguel, en dirección a la Diputación , don Antonio
García Miñor, enciclopedista y gran carterista, esto último por el gran tamaño
de su cartera, que era enorme, casi como un baúl. Por Quintana bajaban al
Fontán vendedoras de manzanas, que cargaban en cestos en lo más alto de sus
cabezas, aplastados y estropajeados los moños, naturalmente peludos, las
cuales, como cariátides griegas, causaban fatiga con sólo mirarlas por la
descomunal carga. ¡Cuánto me gustan las cariátides, de tanto sostén, por
delante, por detrás, por arriba y por abajo; bufff, cuánto!
Un día,
mientras Margarita estaba distraída cortando hortensias, y Luisito Roca, su
hermana Carmen (Maruchi), guapa como su madre que no como su “literaturado”
padre, y Monchín Punset, que vivían en Quintana 30 (los dos primeros en el
tercero y el último en el primero, y entre unos y otro, en el segundo, un
chaval forzudo y muy bruto que quería ser boxeador) leían (Luisito, Maruchi y
Monchín), apenas aprendidas las letras, no se qué, acaso Borges u Ortega y
Gasset, me escapé y entré en el palacio, como furtivo, a fisgar, con dudoso uso
de razón: subí las escaleras marmóreas, llegué al primer piso y abrí una puerta
(una de las de la derecha): era el dormitorio principal de los Marqueses,
siempre vacío salvo unos días por La Ascensión y San Mateo, con unos ventanales y
balcones que miraban a la Plaza
de San Miguel; a la izquierda, ¡zas!, el retrete o cuarto de baño. La
disyuntiva “o”, además de significar un ¡Oooohh! admirativo, es porque,
entonces y en ese momento, se estaba produciendo un cambio en lo que después se
llamaría el interiorismo: las casas nuevas dejaban de tener retretes, pasando a
tener cuartos de baños, de aseo o water, y
esto fue lo que vi.
EL AUTOR ESPERA AL CLÉRIGO CON SANTA PACIENCIA
|
Los lectores y
lectoras no entenderán la hondura de aquel ¡Oooohh!, si nos les cuento la
siguiente historia muy relacionada, que, no obstante, ser historia reciente, es
también verdad: Fue a finales de la primera década de este siglo; harto de ser
cooperador necesario, por fedatario, del globo o de la burbuja inmobiliaria, subí
a un avión en Frankfurt, que aterrizó seis horas después en Teherán (Irán o
Persia), con el pasaporte que ponía lo de “Reino de España” (como las
carreteras de Zapatero), sin visado y sin reglamentaria papelería. La policía especial
iraní se negaba a darme el visado de entrada, pues le parecía –eso me decían- sospechoso
y extravagante que un extranjero quisiera entrar allí a visitar museos y ver
arte con la que puede caer y en cualquier momento. ¡Qué razones para sospechar tenían,
pues, durante mi estancia en Persia, a la mitad de extranjeros que por allí
danzaban, les cortaron la cabeza por querer saber más de la cuenta!
Lo definitivo
para dejarme entrar fue mi argumento último -el penúltimo fue que yo de lo
nuclear nada entendía-; resulta, les conté, que mi profesor de Griego en los
Maristas de la calle Santa Susana de Oviedo, don Valentín de la Varga , extraordinario
maestro, me contó que Darius I, Rey
de Persia y del Achaemenian Period, del
siglo V antes de Cristo y del siglo X antes de Mahoma, comía los ajos crudos y
por riestras, traídos de las huertas de Babilonia; no obstante lo cual, su
aliento o tufo era de néctar o ambrosía. Yo deseaba encontrarme con Darius I en el museo The Abyaz Palace, muy cerca del Gran
Bazar –dije esto a los Guardias de la Revolución , barbados y en sandalias, en mi inglés,
como nativo del Condado de York, lo que resultó seductor y muy convincente--.
Seguramente lo dicho por el profesor Valentín,
también lo oyó mi siempre amigo y compañero Emilín García-Pumarino, que en vez
de dedicarse a esa cosa central, que es la política, se dedicó a esa otra cosa
accesoria, que consiste en escribir notas marginales y hacer anotaciones, todas
preventivas, en los libros de su Registro –casi como yo y lo mismo de entretenido-.
Eso sí, por mi aristocratismo, de nacido en la zona alta de la calle
Campomanes, y por el suyo (Emilín), de nacido en Tineo, no nos dedicamos, más
allá de lo permitido y recomendable, a manosear con lo inmobiliario o con
inmuebles.
FARAH DIVA EN SU PALACIO |
El clérigo mahometano,
chiíta y persa, que fue asignado para mi vigilia -me gustan mas los musulmanes sunnitas
que los chiítas, pues aquéllos no tienen clérigos-, después de ser testigo de
mi encuentro con el gran Darius, me condujo
al Palacio de Niavaran, en el que vivió el Rey de Reyes, el Emperador y gran
gilipollas, conocido como el Sha de Persia (Reza Pahlevi), junto con su
familia. Llegamos a Palacio, cogiendo primero el metro y luego un cochecito
amarillo –quise ir en alfombra voladora como en el cuento oriental, pero no
pudo ser por causa de la ventisca-; a mi espalda estaba la gran montaña, que es
a Teherán lo que el Naranco a Oviedo (Naranco y Oviedo en miniatura o manicura,
al comparar); a mi frente el complejo palaciego, mantenido, asombrosamente
intacto, incluso en detalles, desde la expulsión del ya dicho Monarca y nuevo
rico.
EN LA TIENDA DE ALFOMBRAS VOLADORAS |
El mahometano,
con turbante y capa de seda, ya amigos y hermanos por ser los dos, él y yo,
hijos del mismo Padre Abraham, me preguntó: “¿Qué quieres que te enseñe?”, y
sintiéndome cual Mesías en el Monte Tabor, respondí: “ver lo más escondido y
exclusivo”. Dicho y hecho: entramos en el palacio principal, subimos unas
escaleras, bajamos otras, dimos vueltas y revueltas, pasamos por roperos y
dormitorios, y de repente, el colega clérigo abrió una puerta y me dijo: “ahí tienes
lo más retirado, el retrete de Farah Diva”, la Emperatriz y Reina. ¡Ooohhhh!
exclamé y grité ¡Margarita, Margarita! pues resultó que ese retrete, de baños y
aseos, era casi, casi idéntico al de mi vecino, el señor Marqués, en Santa
Susana.
De repente, el
chiíta persa se tiró al suelo como convulsionando –así rezan los de allí- y en
ese momento de distracción, hice una furtiva fotografía del retrete, que es la
que se puede ver en esta misma página. Es impresionante, incluso mágica, la
coincidencia en materiales y diseño, lo que se explica porque ambos retretes,
el de aquí y el de allí, son de la misma
época, el mayor lujo de los primeros años sesenta. Hay una pequeña diferencia:
la taza de evacuar en el Palacio de Santa Susana estaba a la izquierda y sola,
con amplitud a su alrededor, sin muñequitos pegados a los azulejos; de
contrario, la taza de la Emperatriz y Reina está a la derecha y muy pegada al
mueble aparador, lo cual tenía que producir a la usuaria incomodidades, sobre
todo, si por las razones que fueren, voluntarias o necesarias, moviera la
pierna izquierda golpeándola contra el mueble
tan cercano. ¡Qué rodillazos debió darse la pobre Reina! Y si eso le pasaba a
Farah, Reina de Reinas, es imaginable lo que puede pasar a las otras, sólo
Reinas.
EL RETRETE DE de FARAH DIVA |
Como esta “ropa
tendida” hoy ya secó, la recogemos del tendal y la dejamos en la galería, las pinzas
en su cesto, y anunciamos que, si procediese, otro día contaremos las disputas sobre
Teología y sobre el Paraíso entre el clérigo musulmán y yo cristiano; también
podríamos contar la salida de Irán, que, por muy poco, me suben a un Jumbo de la Iranian Airlines , a punto de despegar para un vuelo transoceánico. Ello lo dejamos,
pues, para otra colada.
Pues es cierto. El retrete debería ir un poco más pegado al bidé (el que inventó La Trinca) y éste, un poco más pegado a la bañera y de esa forma el cuarto de baño de la época de María Castaña, se vería más equilibrado, y la rodilla de la señora emperatriz (la esposa del gran gilipollas) no se daría de morros contra el aparador, que no es un aparador sino un mueble-tocador (es más fisno) y, de ese modo, no tendría que preocuparse de posibles cardenales de color púrpura que no dicen nada bien con la de las levitas (o como se llamen) de los talibanes ésos.
ResponderEliminarBuen relato, ágil y esas cosas.
Del autor a Aurora:
EliminarSabiendo de qué va la cosa en cuanto autor, la digo que su comentario me ha gustado. Me leyó bien, muy bien.
Tiene toda la razón en lo del aparador y tocador. Escribí aparador con toda intención, pues al "tocador" y a los tocadores siempre les tuve mucho miedo y prevención; no los quiero ni en letras.
Mucho le podría contar del "gran gilipollas": en su despacho del Palacio de Niavarán, había una puerta, que daba acceso a un retrete, y otra puerta, que daba acceso a una habitación en la que estaba instalada una clínica odontológica (allí estaban los aparatos de dentista. Mi asombro fue total y al preguntar la causa de tal excentricidad, el clérigo acompañante me dijo que al Sha le dolian mucho los colmillos.
Por cierto, el baño es igualito al de mi prima Menchu. Y no me creo que la señora emperatriz no tuviese uno con grifería de oro y plantas exóticas que perfumasen cual incienso el recinto cuando ella tuviese a bien... pues eso.
ResponderEliminarEs una pena no poder hacer un comentario a este simpático artículo. Pero es que todos no tenemos la misma imaginación del autor, ni de la autora del comentario anterior.
ResponderEliminarDel autor a anónimo:
ResponderEliminarDel autor o anónimo:
Eso de "todos no tenemos la misma imaginacion del autor", suena a vagancia y pereza. Con la imaginación pasa lo que con ese órgano, tan nuestro, del que se dice que si no se usa, se atrofia --yo añadiría: o si se usa demasiado, a lo loco, sin ton ni son--. Con ella (imaginación) puede pasar lo que con el otro: nada de penas y todo de goces y gozos; uno tras otro, hasta la docena como los huevos en huevera. Es cosa de "ponerse" y resultará el milagro. milagro.
Pues me he quedado muda, señor autor. Lo de los colmillos me suena a depredador sanguinario y a mi los únicos colmillos que medio me gustan -aparte de los míos- son los de Mufasa (y de plastilina)por aquello de que son medio planos.
ResponderEliminarSeñor autor, tiene usted una gran habilidad para hacernos creer cosas que son mentira. No sé si la influencia del clérigo le servirá para algo, supongo que no; al fin y al cabo, ésos y éstos, purpurados o no, son maestros en la cuestión.
Por cierto, el cuadro de la emperatriz (¿ya estaba "canonizada"?) es malo, malo, malo... una especie de acuarela colgada ahí, de cualquier manera y más relamida que un chulapo con gomina.
Lo de las alfombras ya es otra cosa, voladoras no serán, pero con tanto cuervo al acecho para qué más especímenes con alas. Es puro humor negro porque por mal que estuvieran con el Sha y adláteres, al menos andaban con la cara al aire, ahora el burka las esconde hasta de ellas mismas. En fin, no quiero ponerme trascendente; tan sólo felicitar el buen gusto del odontólogo imperial por el buen cepillado de ambos colmillos o lo que se cepillase el caballero.
Del autor a Doña Aurora.
EliminarYa muy estimada Doña Aurora:
Con prontitud,ganas e interés deseo responderle(me gustaría escribirLA, que es más femenino, aunque a eso llaman "laismo", y "por si acaso" debo aclararlo, pues un error de Gramática, para mí, puede ser pecado, que me obligaría a salir disparado al confesionario de guardia, que seguro, alguno habrá.
Vamos al fondo:
a).- Lo de la clínica odontológica justo al lado del despacho del SHA,en el mismo recinto, le aseguro que no es ninguna mentira. Mañana mismo la fotografía de eso estará en poder de Doña Isabel,nuestra ama y señora digital,que decidirá publicarla o no. No obstante la libertad de la literatura, le aseguro, doña Aurora, que en mi relato no hay ninguna mentira. Es más, hay verdades que de gordas que son, las tuve que adelgazar; por eso pudieron haber quedado un tanto esmirriadas, pero que ahí siguen,como bombas.
b).- El interés del retrato de Farah Diva está en que siga colgado despúes de tanta revolución Islámica. Ese retrato es pecador,pues la Emperatriz no tiene el "chador" -compárese ese retrato con la foto de las mujeres ante las alfombras-. Eso me impresionó ¡con lo fácil que les resultaría descolgar el cuadro!, pues no. ¿Alguién se imagina hoy un retrato de la mujer de Franco colgado en El Pardo?
c.- El autor no debe decir más que lo que dijo al escribir. Excepcionalmente Doña Aurora, y por usted, añado que fuí a Iran, tal como dije, por mi interés en ver a Dario I, Rey persa, gran comedor de ajos crudos, que es una de mis especialidades (quiero decir especializado en Darío, no en los ajos crudos. Mis otras especialidades, si usted me lee en este Blog, en La Nueva España,en...y en...las podrá llegar a conocer.
Suyo affffffffmo.
¡Uf! y luego me dicen que soy vago! Cualquiera entra al trapo..., saldría, seguro, seguro, escaldado. Que siga la fiesta y el buen humor. Con cierta acidez, me parece...
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