(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)
A los muchos atractivos,
ambientales y vivenciales, que magnetizan de OPORTO, uno que no se le despintará
al visitante que llegue dispuesto a zambullirse entre el pueblo y no se deje
embobar por los reclamos publicitarios que tanto daño hacen al espíritu de las
ciudades con alma –y Oporto desborda personalidad a este respecto– es
la conjunción armónica de lo viejo con lo nuevo, la constatación de que si
quiere estar viva, el animal que es toda ciudad debe avanzar, no ensimismarse
en lo hecho ni quedarse varado en el indefinido malecón de la nostalgia. Los
portuenses da la sensación de que no han caído en ese error, atreviéndose a
retar a la modernidad y optando, además, por conciliar el respeto a su pasado
ilustre con las propuestas actuales.
Quien desee saber qué se cuece
culturalmente en las entrañas de Oporto no tiene más que dirigir su mirada hacia
los pósteres de grandes dimensiones que cubren muros y paredes y que organizan
la agenda de los ciudadanos. La oferta de Porto y sus alrededores (Matosinhos, Vila Nova de Gaia) es suculenta e incluye recitales de poesía y
tertulias literarias, exposiciones de arte plástico (la calle Miguel Bombarda,
por ejemplo, se ha convertido en una sucesión/concentración de galerías),
animación callejera, ciclos de música y grandes conciertos de grupos con
indudable tirón, funciones y festivales de teatro experimental,
representaciones de danza, ferias del libro, activismo urbano, fiestas
estudiantiles, manifestaciones de compromiso cívico, carreras populares, etcétera,
etcétera. Las instantáneas que ofrezco aquí, una liviana muestra del movimiento
activista que burbujea en Oporto, fueron tomadas en un solo día:
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