miércoles, 24 de noviembre de 2010

LOS PAYOS, artículo de José Marcelino García


DOMINGOS POR EL RASTRO
Hacia esta costa dentada y arenera a la que se va a hogar el Piles, río lento, pobre y cansado, y a cuyo rodapié se engarza cada domingo este Rastro mercantil vestido con ajuares de iglesia, con cosas huidas de los viejos plateros y arcones de aldea, con colchas y lencerías de Portugal, loza y cristal de la Bohemia, ferralla y madera de cuadra y de taller, todo con polvillo de años, hacia este teatro, digo, empavesado con trapos de mil colores, vienen los payos. Uno, aquí, es solamente eso, un payo, un transeúnte desordenado y confuso por entre la turba de paseantes, todos con miradas torcidas, raras, molestas, deslumbradas, pintorescas, pingosas y matadas. Un payo entre los payos que imposta su rostro para ir pasando y paseando por entre todas estas cosas inclementes, desolladas, brillantes, patéticas y absurdas; por todo este género aquí agrupado, derrengado, relumbrón y antiguo. Sí, somos esto, una especie de populacho caminante, sigiloso y chalaneador, viciado de Rastro, desentonado (por unas horas) del centro de la ciudad, rebuscadores de abalorios y aplicaciones, de cosas ahora muy baratas que tal vez un día colgaron de nuestros sueños.
Bajan los payos de las aldeas, de los pueblos vecinos, de los barrios de la ciudad. Quieren, queremos, ver de nuevo esas cosas que fuimos tirando de niños, los trastos que dimos a los traperos. Anhelamos recuperar las esquilas y los cascabeles que sonaron por los prados libres de nuestra juventud, comprar esos cuentos maltrechos, rotos, mancos de hojas que aún sobre viven enseñando su alegría pasada, sus héroes color sepia, sus chistes y aventuras de colores.
Aquí esta la nutrida turba paya del Rastro, fisgona, sigilosa y sentimental, que ha venido a buscar gallinas, cosas orientales, libros de predicaciones, castañas del Bierzo, calderos y faroles. Los payos que se van de aquí con un baúl acuestas, con una piedra tallada, con un grifo de latón, con un manojo de llaves, con ratoneras, sifones y candados en forma de corazón. Ahí van los payos, con los pobres, entrañables y queridos restos del mundo.


(Publicado en el diario El Comercio)

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