miércoles, 10 de noviembre de 2010
APRETARSE EL CINTURON
Como de casi todo, de economía no sé nada. Así que dudo mucho, ya no del rigor, ese doy por descontado que no estará presente, sino de que lo que hoy escriba tenga interés. Al menos, un interés que vaya más allá de lo que llamo el patio de mi casa. No obstante, mi ignorancia no es óbice para que el tema me preocupe. Me pasa cada vez con más frecuencia, que voy en busca de pequeños comercios, casi siempre familiares, en los que me gusta comprar porque aún funciona el vis a vis que permite que salgas, amén de con el producto que el comerciante te haya querido vender -eso se da por descontado- con el convencimiento de que te ha tratado como un amigo, lo que no viene mal para humanizar un poquito esta cada vez más gélida sociedad; pues me encuentro con que la crisis les ha obligado a cerrar. Me resisto, en cierta medida, pues también sucumbo con frecuencia a la comodidad, los precios y la variedad de las grandes superficies, a que los pequeños comercios de mi barrio dejen de existir. No me gustaría, viviendo en ésta, mi pequeña ciudad, que ese comercio que publicitariamente llaman de proximidad; no tanto por esa proximidad –que tampoco desdeño- sino por lo que tiene precisamente de eso, de cercanía con mis vecinos, con la gente que vive cerca de mí. Me gusta sentirla. Nada es más agradable, pongo por ejemplo, que acercarse a comprar un libro a la librería Paradiso, porque, amén de salir con el ejemplar debajo del brazo, sin duda la conversación con Chema nos habrá hecho pasar un rato la mar de agradable- que decimos por aquí-. Y nadie me negará que al pasar por la calle la Merced, uno espera siempre ver a Tino a pie de su librería de lance: buenos días, buenas tardes…una paradita delante del primoroso escaparate. ¡Delicioso! Y un poco más arriba la vieja imprenta, La Versal, oliendo a tinta, como las rotativas de los diarios antes de modernizarse. Trabajando, seguro que con técnicas mucho más actuales, pero sin que apenas se note, conservando ese sabor entrañable de las empresas familiares que nos hace sentirnos como en casa, partícipes activos de mil pruebas de imprenta. Y me gusta ir con las recetas médicas a mi farmacia de siempre, a la de Escalera, donde don Pío le vendía las aspirinas a mi abuela, y con ellas sabios consejos. Allí sigue habiendo conversación y consejos. Los pasteles de los domingos de La Fe, los bolsos de Casa Mariano en la calle de los Moros, la frutera de la esquina, mi peluquera de siempre, a punto de jubilarse en una cutre peluquería por la que no han pasado los años y que nada o poco sabe de productos mágicos ni modernidades. Y Así sucesivamente, aunque cada vez con menos opciones. Los viejos se jubilan y los jóvenes lo tienen muy difícil.
Algo no funciona en este texto –en el orden de mi cabeza, vamos- porque empecé hablando de economía y creo que lo estoy haciendo de nostalgia. No era esa mi intención. La idea me surgió porque esta mañana después de escuchar un programa de radio, una de las recomendaciones que daban era apretarse un poco el cinturón. Y me dio qué pensar, o por lo menos me plantee qué podía hacer yo en ese sentido. Para empezar, mi cinturón está bastante ajustado, no soy consciente de hacer ningún tipo de dispendio fuera de mis posibilidades, escasas, pero suficientes. Que eso ya es mucho. Y se me ocurrió que podía dejar de ir a la peluquería, también podría prescindir de la señora que me hace la limpieza, de los pasteles de los domingos, de ese libro que compro cuando aún no he terminado el anterior y de…unas cuantas cosillas más superfluas sin duda. Y a renglón seguido me puse en la piel de mi peluquera, si la dejo, entre las clientas que se le van por edad y algunas más que decidamos apretarnos el cinturón, no aguanta los dos años que le quedan para jubilarse sin cerrar. Mejor no recortar por ahí. ¿Y la señora que me hace la limpieza? Tiene también sus añitos y seguro que no va a encontrar otra casa, el marido en el paro, ella de casa en casa, sería inmoral decirle que dejase de venir: pues que venga, por ahí no ahorro. Y por ahí para adelante. Total que si yo ahorro, me aprieto el cinturón, y mis vecinos deciden hacer lo mismo, lo que hará el cinturón será ahogarnos a todos. Así que el sistema no va a funcionar en mi barrio.
Yo, por si acaso, hoy he salido de compras y regresé a casa con algunas cositas dentro de una bolsa roja que dice: “Estuve de comparas por Gijón”. Mi granito de arena para que el pequeño comercio pueda subsistir, ¿Alguien más puede colaborar?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me necanta tu idea de la economia sostenible....¿Tomamos un cafe que el de la cafeteria de la esquina lo esta pasando fatal?No me digas que le excusa no es ocurrente,solo por ello me merezco un si.
ResponderEliminar