viernes, 2 de julio de 2010

LOS CURAS


Apenas si quedan curas. La Iglesia se queja de que no hay vocaciones. ¿En verdad los echamos de menos? Pues a ciencia cierta no lo sé. Los de ahora se camuflan entre los ciudadanos normales y –salvo en lo del celibato forzoso- yo creo que se comportan como cualquier persona. No hablo de los curas de élite -que los hay- me refiero a los de base, a los que se ocupan de los parroquianos humildes, a los que visten de vaqueros, se mezclan con los jóvenes y casi actúan como uno más. Empieza a ser frecuente encontrarse con un grupo de jóvenes que conversan sin tapujos de lo divino y de lo humano y que cuando preguntas qué hace uno determinado, porque es el más alegre, abierto y directo, te responden con toda naturalidad que es cura. Esos yo creo que sí son necesarios. Y qué lejos están de los de antes; de don Fermín, por ejemplo: el terror de las pocas estudiantes del Jovellanos de los años 40. Contaba mi madre, alumna de bachiller por aquél entonces, que tenía un odio exacerbado a las mujeres que estudiaban. Ese recuerdo yo no lo tengo, pero sí el de don Félix, el párroco de Porceyo, donde vivían mis abuelos. Era yo muy niña por entonces, pero no se me borraron sus charlas en vísperas de la Primera Comunión. En la catequesis siempre nos hablaba del infierno, del pecado, del fuego eterno que nos consumiría… Verdaderas aberraciones, según lo veo yo ahora. Entonces, para una niña de 7 años, él era el modelo de virtud a seguir y nosotros, pequeños infantes a punto de recibir a Dios, un cúmulo de pecados. Una charla de don Félix podía convertirte en un despojo humano, podía reducirte a la nada como persona. Por fortuna mi abuela, que era muy inteligente, desdecía -a su manera- durante el trayecto que nos conducía a casa las desatinadas regañinas de tan singular cura, intentando alejar de mi mente esos miedos infundados y gratuitos que el tal don Félix nos metía en el alma. Precisamente cuando el alma era todavía alma. Conocí a otro cura muy singular: don Lisardo. Regentaba una parroquia de pueblo –cuyo nombre no diré-. Y ese sí que era especial: en todos los sentidos. Contaban en el pueblo que tenía una burra a la que cuando intentaba aparearse la espantaba monte arriba llamándola puta. Ese sí que era para darle de comer aparte. Pero la cosa no queda ahí, ya que lo tuve que visitar para hacerle un reportaje con motivo de unas obras que hizo en su antiquísima iglesia y…, me recibió muy bien, todo hay que decirlo, incluso me invitó a comer en Oviedo a la semana siguiente. Pude comprobar que lo de insultar a la burra era puro paripé. Porque lo que él buscaba era otro tipo de “burra”, que por supuesto salió por pies, aunque no monte arriba: calle Uria adelante. Luego me llamó varias veces, pero…qué casualidad nunca estaba en casa. Tenía entonces unos veintitantos años y se me desmoronó de golpe el concepto cura-hombre bueno. Descubrí que cura era igual a hombre normal. Y no sé si no me vendrá de ahí ese cierto recelo hacia todo el que viste sotana. Que no tengo toda la razón, ya lo sé. Pero las cosas que de los paters de la Iglesia están saliendo a la luz no me ayuda mucho a descartar esos prejuicios que bullen en mi cabeza. He conocido, no obstante, curas a los que admiraré toda mi vida: don Manuel, de San Lorenzo; don Boni, de San Pedro; la cara opuesta de los que mencioné en primer lugar. Eran curas de la gente, para la gente. Allí donde había una necesidad, y en Gijón hubo muchas, allí estaban ellos los primeros, con sus sotanas raídas y sus viejos zapatos, porque el dinero era para los más necesitados. Nadie se acordó de ellos cuando se fueron, tampoco me consta que ellos esperaban nada. Y hoy conozco algunos más que desde las parroquias ayudan a los más humildes, no muchas veces sin que les censuren. Pero ahí están, trabajando a pie de calle. No los nombro, no debo de hacerlo. Y me queda por mencionar a don Camilo, siempre catequizando a su Pepone, y cómo no, a San Manuel Bueno, mártir. Entrañables obras en las que los curas son los protagonistas. Buen momento para volver a leer a Giovanni Papini y a Miguel de Unamuno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario