sábado, 24 de julio de 2010

ARTÍCULO DE LA ESCRITORA BLANCA ÁLVAREZ

El artículo que sigue lo ha publicado la escritora Blanca Álvarez en el diario local. Coincidí con Blanca en el diario La Prensa y coincido casi siempre con lo que escribe. Y hoy, como se aprecia, también.

BONO
Blanca Álvarez
A estas alturas de civilización, o casi, tras los tenebrosos episodios vividos por nuestros pueblos al amparo de las creencias religiosas, uno no debería estar obligado a vivir por lo civil según ningún mandato religioso. La cuestión de fe y sus normas son asunto privado; el respeto a cualquier creencia es deber público. De otro modo, entramos en contradicciones sociales tan tremendas como lapidar a hombres y mujeres (éstas ganan por goleada), si cometen adulterio, aun cuando lleven años de viudez, conste; o escuchar de nuestros obispos que no se debe obedecer una ley civil, como la del aborto, porque no es ley, ¿según qué parlamento?
Y, por supuesto, a contradicciones personales como ésta de los divorcios. El Derecho Civil, según recuerdo de mis remotos estudios, aseguraba que ningún contrato de tal índole puede tener validez si no es humanamente alcanzable. Vaya, que si empeñas un cuarto de libra de carne como pago de deuda, y no ha de salir una gota de sangre en el corte de la misma, no se puede cumplir el contrato, tal como dedujo Shakespeare; por lo tanto, no es legal. Firmamos una hipoteca para garantizar el pago (salvo las hipotecas basura que sirven para otros fines especulativos); prometer amar a alguien hasta el día de nuestra muerte suena de lo más fetén, también de lo más falaz. Ojalá que así fuera, que más vale costumbre soportable que aventura por definir; pero, en cuestión de sentimientos, al menos en ésos, no debemos someternos a contratos, cuando menos civiles. Prométale usted la luna y la eternidad, pero en privado.
¿Cómo llevará el señor Bono su civilizado divorcio? Con contradicciones, supongo, dado que, en su caso, el buen hombre es creyente, de los auténticos, ¡ojo! En su juventud sintió vocación para sacerdote o actor y terminó encontrando en la política la ecuación perfecta entre las dos. Aseguran, por lo bajini, que, en el presente caso, la cosa del divorcio presenta tintes femeninos. Vamos, que su señora, en puertas de la tercera edad, descubrió la Novena Dimensión, miró al interfecto y decidió que, pese al implante sobre la calvicie y la reducción tripera, no le alcanzaba tal consorte para su vigoroso descubrimiento. Mi padre, un hombre sabio y observador, solía decir que hasta los cincuenta son ellos los que se separan cuando encuentran una de veinte dispuesta a lustrarles el ego; pero, a partir de ahí, son ellas, las señoras, las que no aguantan ni miajita más. Así que si a usted le va la política vivida con fervor religioso (no olviden que todo sacerdote aspira al obispado), con su pan y su alopecia se lo coma.
De cualquier modo, señor Bono, usted tranquilo. El asunto del divorcio se perdona con un par de rosarios como penitencia, aunque, en su especial caso, tal vez le impongan una disculpa civil por andar metido en un Gobierno que legisla el aborto, y le obliguen a realizar un mea culpa público y circunspecto. No todos los pecadores son iguales, vaya.

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