miércoles, 21 de julio de 2010

DOMINGOS POR EL RASTRO, POR JOSÉ MARCELINO


Otro día gris, otro día sin rastro de sol. Pero yo erre que erre, siguiéndole a José Marcelino sus DOMINGOS POR EL RASTRO; que, casualmente, siempre caen en miércoles. Por qué cosa me da. Y qué manía la de perseguir a este señor, la de publicar sus textos sin autorización en este -en algunas ocasiones- disparatado blog. Un día se me enfada y tendré que vender mi amistad en...en el Rastro, por supuesto. Ahí es donde van a parar aquellos afectos que ya nadie quiere. Queda el consuelo de que un nostálgico, un José Marcelino -si es que queda alguno-, como él mismo dice acaso los rescate de nuevo para la vida.

DOMINGOS POR EL RASTRO
Los discos
JOSÉ MARCELINO GARCÍA


En esta ancha plaza que es ahora terrado del Rastro, vega de lo maltrecho, vocea una gitana pañuelos de seda, y se escucha también el canto del mirlo: silbo de oro rizado en esta mañana trajinada de domingo. Algunos vendedores retrasados sacan sus trastos. Se agachan y levantan, y se vuelven a agachar. Y van colocando, con parsimonia, libros y menajes, cosas todas más o menos fenecidas. En seguida, el Rastro se convierte en un placer desparramado; en un montón de clavos y abalorios, de tisanas y estuches, de cuadros y gallinas enjauladas, de flores, canarios y discos. Ahí están los discos. Vinilos antiguos de la España del caracolillo en la frente, que los coleccionistas rancios exhuman. Discos retro, de zarzuela, que suenan como con voces de gato o de ratón; discos de los cuarenta, cincuenta, sesenta. de aquellos de romerías de maizal, verbenas y guateques. Y muchos de los de guitarra melancólica, contestataria, española, progre y liberada. Microsurcos con carátulas de rafaeles y marisoles. Discos de baladas tristes. Maritrineros de «amores se van marchando». Manzaneros de «tardes de ver lluvia y gente correr. y no estabas tú». Todos ellos con caras de afiches cinematográficos, como pegados con el engrudo malo de aquel tiempo.
Caminando a cuarenta y cinco revoluciones por minuto por esos vinilos de la adolescencia/juventud, ciñendo, a veces, la cintura de una muchacha en flor, se fueron deshojando los veranos. ¿Adónde con su música se fueron?
Todo enseguida adquiere antigüedad, y estos discos pizarrosos, negros y agujereados en su centro, muestran lo apresurado, inexorable y arrasador del tiempo: ese galope que tan pronto nos va dejando atrás.
Desperdigadas por el mismo suelo, llenas de incuria y vencimiento, muchas de nuestras cosas, de esas cosas queridas que acompañaron la vida y nos han embelesado: discos, cintas, libros, cedés, ¡qué se yo!, terminarán, seguramente, en un rincón del Rastro, donde algún hombre o mujer singular, con ojos llenos de admiración, acaso los rescate de nuevo para la vida.

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