No quiero mover conciencias,
no es eso lo que me propongo al publicar
esta espeluznante foto. En el fondo pienso que ya nada nos conmueve, pasamos
por encima de cientos de imágenes servidas a diario por los medios de
comunicación a cual más terrible. Cadáveres en las calles de países en guerra,
niños, viejos, mujeres, soldados… ¡Qué más da! La vida ya no vale nada para
algunas personas. Otra cosa muy diferente es que suceda cerca, a nuestros
vecinos, a un familiar, y ya no digo nada a nosotros mismos.
Volviendo a la foto, y a la
intención que me mueve a publicarla, sin permiso, sin el permiso de la persona
que me la facilitó que, dicho sea de paso, la hizo hace quince días, en el
terreno, a pie de obra que diríamos. Un niño, de cinco años, del que no sé ni
el nombre, trata de sobrevivir en un hospital en Mauritania. Podríamos decir tranquilamente
que está en crisis, como nos sucede a nosotros; aunque me temo que estemos
hablando de una crisis diferente. A él -ni a su familia- no le echaran de casa
por no poder pagar la hipoteca: no tiene casa. Sus padres no se ven agobiados
por la llegada de las facturas: no tienen luz, ni agua, ni móvil, ni letra del
coche… No tienen nada. En todo caso, hambre.
Y yo me pregunto, por preguntar
nada más, pura curiosidad, ¿qué ha hecho ese pequeño para nacer tan pobre? No
tengo respuesta, la verdad. Me siento avergonzada por algo de lo que yo no
tengo la culpa, y es tan poco -casi que nada-
lo que puedo hacer para
solidarizarme con su miseria que... En realidad creo que lo único que
quiero es compartir la vergüenza que siento con quien tenga la fortaleza –que
la hay que tener- para mirar al niño del que ni tan siquiera sabré nunca su nombre. Y me temo que compartiendo estas miserias no voy a hacer muchos amigos.
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