VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA Un país y sus habitantes no pueden evolucionar
y construir un futuro mejor si no conocen su historia en profundidad. Esto está
reflejado en la famosa frase «Quien no conoce su historia está condenado a
repetirla», atribuida por unos al poeta y filósofo José J. Santayana y por otros
a Nicolás Avellaneda y que está escrita a la entrada del bloque número cuatro
del campo de concentración de Auschwitz para que tamañas atrocidades no vuelvan
a repetirse nunca más. Es además un resumen de lo que es la memoria
histórica.
Celso Emilio Ferreiro, el gran poeta gallego, natural de Celanova, era un
joven progresista y nacionalista que en un pueblo tradicional y conservador como
Celanova, en 1936, corría un serio peligro; así que sus padres lo mandaron a
Oviedo, en donde lo alistaron inmediatamente y luchó con los defensores de la
ciudad. Aquí conoció a Adolfo Álvarez-Buylla, que, aunque perteneciente a una
familia liberal y republicana, también fue alistado. Surgió una gran amistad
entre ellos y eran frecuentes las visitas de Ferreiro a casa de Adolfo. Entre
Benito Álvarez Buylla, padre de Adolfo, catedrático de la Universidad, poeta y
crítico literario, musical y artístico ,y Celso se inició una corriente de
simpatía, teniendo en cuenta que ambos eran inteligentes, poetas y defensores de
la cultura a ultranza.
Cuando José Benito, hermano de Adolfo, fue encarcelado en Gijón en los difíciles momentos del final de la contienda, en el momento en que los odios están a flor de piel y la justicia brilla por su ausencia, y condenado a muerte y después condonada la pena y cambiada por cadena perpetua en la cárcel de Celanova, Celso Emilio escribe a sus padres y su hermana Polda para que lo ayuden.
Cuando los presos llegan a Celanova, se encuentran con que el famoso Monasterio de San Salvador, construido en el siglo X para servir de unión entre el mundo terrenal y el espiritual, un maravilloso conjunto arquitectónico, se había convertido en cárcel, su particular «longa noite da pedra», y como escribiría Celso Emilio más tarde «onde o mundo se chama Celanova» se convirtió en su mundo.
Pero aquí empieza el milagro de la amistad, de la bondad, del perdón. Polda, que era una mujer muy influyente en Celanova, jefa de la Sección Femenina y de la Acción Católica, se decía que mandaba más que el párroco, inmediatamente va a la cárcel y, viendo el estado en que estaban los presos, pues aquellos primeros meses escaseaba la comida y los guardianes de la Falange no les trataban muy bien, toma cartas en el asunto, les manda comida, y organiza a sus damas de la mejor sociedad de Celanova para poder mejorar la vida de los encarcelados. Sin importarles la condición de los detenidos. La cárcel estaba abarrotada y entre los que allí estaban había gente inocente de todo delito de sangre, gente encarcelada por la denuncia de gente envidiosa o que quería quedarse con su dinero o tierras; también había ladrones, asesinos, infelices... Pronto Polda y sus amigas y algunos de los presos más jóvenes y cultos, entusiastas, consiguen que se funden equipos de fútbol, un coro dirigido por José Benito Álvarez-Buylla que también toca el órgano y da clases de inglés a los presos. Polda y sus señoras de buena voluntad ayudan con la comida, la ropa, lavandería, cartas, papel...
Aquí no hay vencedores ni vencidos, hay seres humanos necesitados de ayuda y seres humanos dispuestos a dársela.
Los presos, agradecidos, le dedican unas palabras de agradecimiento a Leopolda Ferreiro seguidas por unas páginas en las que firman todos. Este testimonio permaneció en los archivos de la familia Ferreiro durante mucho tiempo y ahora la Fundación Celso Emilio Ferreiro, que está dedicando este año, en conmemoración de su centenario, a exaltar la figura de uno de los mejores poetas que Galicia ha dado al mundo, ha publicado en pergamino estas firmas, muchas de ellas ilegibles, al principio un maravilloso poema de Juan Manuel Vega Pico y al final otro magnífico poema de José Benito Álvarez-Buylla.
Esto es lo que yo llamo un excelente ejemplo de memoria histórica. Memoria que recuerda las gestas de unas personas que han sufrido, amado, se han confundido a veces, pero se han vuelto a levantar, han perdonado y han dedicado su vida a los demás. Gestas así no deben olvidarse.
Todo el mundo tiene el derecho de saber qué les pasó a sus antepasados,
lo cual incluye saber dónde están enterrados y en qué condiciones murieron, pero
teniendo en cuenta que incluye a todos los familiares, los de los vencedores y
los de los vencidos. Por eso la famosa memoria histórica del señor Zapatero no
perseguía ese objetivo y creó más odio que comprensión, más división que unión.
Ignoró, como nos recuerda el famoso historiador Ricardo García Cárcel, que en la
«Historia de España» de Alianza Editorial, muy consultada en los años setenta,
había un volumen dedicado a la Segunda República y la Guerra Civil escrito por
Ramón Tamames, al que no se podía llamar derechista.
Hoy quiero celebrar una estupenda iniciativa, llevada a cabo en Galicia
por la Fundación Celso Emilio Ferreiro, que ilustra la importancia de la memoria
histórica de todos los españoles.
Cuando José Benito, hermano de Adolfo, fue encarcelado en Gijón en los difíciles momentos del final de la contienda, en el momento en que los odios están a flor de piel y la justicia brilla por su ausencia, y condenado a muerte y después condonada la pena y cambiada por cadena perpetua en la cárcel de Celanova, Celso Emilio escribe a sus padres y su hermana Polda para que lo ayuden.
Cuando los presos llegan a Celanova, se encuentran con que el famoso Monasterio de San Salvador, construido en el siglo X para servir de unión entre el mundo terrenal y el espiritual, un maravilloso conjunto arquitectónico, se había convertido en cárcel, su particular «longa noite da pedra», y como escribiría Celso Emilio más tarde «onde o mundo se chama Celanova» se convirtió en su mundo.
Pero aquí empieza el milagro de la amistad, de la bondad, del perdón. Polda, que era una mujer muy influyente en Celanova, jefa de la Sección Femenina y de la Acción Católica, se decía que mandaba más que el párroco, inmediatamente va a la cárcel y, viendo el estado en que estaban los presos, pues aquellos primeros meses escaseaba la comida y los guardianes de la Falange no les trataban muy bien, toma cartas en el asunto, les manda comida, y organiza a sus damas de la mejor sociedad de Celanova para poder mejorar la vida de los encarcelados. Sin importarles la condición de los detenidos. La cárcel estaba abarrotada y entre los que allí estaban había gente inocente de todo delito de sangre, gente encarcelada por la denuncia de gente envidiosa o que quería quedarse con su dinero o tierras; también había ladrones, asesinos, infelices... Pronto Polda y sus amigas y algunos de los presos más jóvenes y cultos, entusiastas, consiguen que se funden equipos de fútbol, un coro dirigido por José Benito Álvarez-Buylla que también toca el órgano y da clases de inglés a los presos. Polda y sus señoras de buena voluntad ayudan con la comida, la ropa, lavandería, cartas, papel...
Aquí no hay vencedores ni vencidos, hay seres humanos necesitados de ayuda y seres humanos dispuestos a dársela.
Los presos, agradecidos, le dedican unas palabras de agradecimiento a Leopolda Ferreiro seguidas por unas páginas en las que firman todos. Este testimonio permaneció en los archivos de la familia Ferreiro durante mucho tiempo y ahora la Fundación Celso Emilio Ferreiro, que está dedicando este año, en conmemoración de su centenario, a exaltar la figura de uno de los mejores poetas que Galicia ha dado al mundo, ha publicado en pergamino estas firmas, muchas de ellas ilegibles, al principio un maravilloso poema de Juan Manuel Vega Pico y al final otro magnífico poema de José Benito Álvarez-Buylla.
Esto es lo que yo llamo un excelente ejemplo de memoria histórica. Memoria que recuerda las gestas de unas personas que han sufrido, amado, se han confundido a veces, pero se han vuelto a levantar, han perdonado y han dedicado su vida a los demás. Gestas así no deben olvidarse.
Un artículo que deberíamos leer todos. Estoy absolutamente de acuerdo con lo que dices, la memoria histórica debería ser eso, memoria, para todos y de todos, vencidos y vencedores. No hay necesidad ninguna de levantar de nuevo rencores que, la mayoría de las veces y es lógico, permanecen soterrados y no me parece acertado despertar al monstruo.
ResponderEliminarUn magnifico artículo, Virginia, escrito con toda la claridad con que escribes siempre, fácil de leer, pero tan enjundioso que dice todo en pocas líneas. Un abrazo.
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