"DON GERMÁN ARGÜELLES, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA publicado en el diario "EL COMERCIO"
Siempre delgado y joven. Siempre con el caminar de siempre, el doctor
Germán Argüelles aparece subiendo, rápido, las escaleras del Sanatorio de Covadonga
con su elegancia de médico de la antigua escuela de San Carlos y talla de galán
y varón de Romancero. Se pone enseguida la bata, que deja abierta, suelta,
medio abrochada; y, médico de lo que en aquella insigne facultad aprendió, va,
con agilidad y maestría, atendiendo y entendiendo la patología digestiva de sus
pacientes. De vez en cuando, llama a Belén, su hija, para que le busque una
ficha, o sale él mismo a buscarla dejando por el pasillo (esa milla de vida y
esperanza por donde andan también Leoz, médico de soplos, y Urbón y
Domínguez-Gil, de tabas y espinazos)un revuelo blanco y velocísimo de corredor
olímpico. De gesto largo, mirada fuerte, inquieto y también detenido, don
Germán va de consulta a quirófano, de quirófano a consulta, y se le ve, ora
aquí, ora allá, entre la bondad de Presen y la suavidad de Olga, dos
“anunciatas” de verde que le ayudan con cariño y maestría; ellas también de
aquí para allá por entre esa melodía de puertas de cristal y de herramientas de
acero pulcro, bruñido y ordenado. Desnudo y medio dormido el paciente,
enguantado don Germán, con tacto y palpo hace luz en esa noche interior del
cuerpo buscando bultos, tocando cuidadosamente puntos secretos de sangre o
dolor, que es lo que más abunda en el vivir. Por ese largo y accidentado
tránsito de las entrañas, por ese hondón de la existencia, por ese pabellón de
sombras, la mirada aguda, pulcra y respetable de don Germán observa si todo
está como debe ser. Y cuando descubre algún veneno púrpura, don Germán que, en
el silencio del quirófano, dice, en voz alta, cosas y frases, lo embosca, lo
saca o lo apunta en su libreta para entregarlo al puñal salvador. Ahora, ese
médico, al que uno tanto debe, ha soltado amarras, cortado cable y elevado el
ancla para nuevas singladuras y una nueva libertad. Yo, que había aprendido
bien su nombre, no puedo evitar sentir un desabrigo, un golpe de tristeza y
hasta algo de nostalgia que acompaña siempre a toda la despedida. Y quedo en
silencio. Y tomo este papel y escribo el nombre de don Germán Argüelles, este
maestro de la medicina; siempre igual de delgado y joven; siempre igual de
delgado y joven; siempre con su caminar de siempre, lleno de madurez
victoriosa.
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